sábado, 23 de junio de 2012

El insólito universo de los nombres maracuchos




Todos alguna vez hemos pensado en la extravagancia de muchos nombres propios maracuchos. He estado leyendo varias informaciones sobre el tema esta semana, y no he parado de reír. Historias como éstas bien podrían inspirar una emisión del conocido micro de la radio venezolana Nuestro insólito universo.

La bloguera Elsa Pilato (que se reconoce a sí misma como un exponente clásico del caso) habla con propiedad del asunto: “Los nombres raros en Venezuela no son una rareza. Los maracuchos son famosos, entre otras cosas, por bautizar a sus hijos con los nombres más rebuscados. Todo el mundo ha oído el cuento de Usnavy (por US Navy). Dicen que en 2000 hubo una explosión de Yedoskas (por el Y2K)”.

Elsa añade: “No sé qué pasa por la mente de muchos padres a la hora de ponerle nombre a sus hijos. En medio de la euforia, digo yo, se dejan llevar por su afán de ser los más originales y que nadie en el mundo se llame igual que su niño o niña. No piensan en el futuro, en las burlas de los compañeritos de escuela. No piensan en que en muchos casos ni el propio niño sabrá escribir ni pronunciar su nombre”.

Elsa tiene toda la razón. Pero a muchos maracuchos esto no les importa.

Peor aún. Encontré una noticia en la que el director del Registro Civil de Maracaibo compartía los nombres para niños y niñas “más resaltantes” con el objetivo de “dar ideas” a los padres. Como si esto hiciera falta. En fin, en esta lista encontramos, para los chicos, MacDonald, Sansón, Nobile y Marwino. Y para las chicas, Shadday, Sansara y Smaillim Keys. De los nombres compuestos, los más llamativos son Jonaiker, Yorkendrit, Wílderson y Llérinson. ¿Qué tal?

La bloguera Elsa tiene más historias: “Muchas veces el registrador arruina los deseos de los padres. Le pasó a Nelín quien gracias al registrador de turno no se llama Lenin. Los hijos también ‘pagan’ las hazañas deportivas de sus padres. Garlene se llama así y no Marlene porque su padre jugaba para el equipo de fútbol Gavilanes. El propio Esso contó que su padre lo bautizó de ese modo porque el primer jonrón que dio lo pegó contra una valla de la Esso. Su hermana se llama Essa. Amilai es la hija de mi prima. Cuando le pregunté de dónde sacó ese nombre, no me supo responder. Sólo se le ocurrió. Para mí que lo sacó del nombre de algún jarabe dulzón que le gustaba mucho y le aliviaba la tos”.

A continuación, una pequeña lista de nombres extraños, divididos en categorías y preparada por Elsa. “Quien quita que alguien se inspire”, como reconoce ella misma.

Nombres originales:
Maryerli, Garlene, Sir y Lord (gemelos), Amilai Nazaret, Ambara Cosai, Lipso, Wickleman, Liubiemithz, Yuleisi, Yedoska, Esso y Essa, Ovatsug Ofloda (Gustavo Adolfo al revés), Diamora, Rumeno, Sol de América, Engelbert Humperdi, Dili, Abdenago de Jesús (nombre real del gaitero Neguito Borjas), Percy, Elaine, Keilly, Indales, Mireilly, Elegua, Cobán, Otón, Nilibet Naholy, Santa Bárbara y Santa María (gemelas), Bella y Linda La Rosa (hermanas que fueron misses), Yormann, Nerfre (Efrén al revés), Tarcila de los Ramos, Astroberto, Melibert, Meyly, Yemilec, Noilarthy, Isbelka, Siglic…
Nombres que combinan nombres:
Isamig (Isabel y Miguel), Gioadelan (Giovanni y Adelaida), Osmil (Oscar y Migdalia), Macrién (María, Cristina y Enrique), Fralis (Francisco y Alicia), Anaber (Ana y Bernardo)…
Nombres que cambió el registrador de turno:
Alís (por Alí), Nelín (por Lenin), Rouglas (por Douglas), Elba Severa (por Elba Teresa)…
Nombres de gente famosa (de ficción o históricos) y de países o regiones:
Little John, Lineker, MacEnroe Strawberry, Bob Kelly, Martín Valiente, Bolivia, Italia, Venezuela, Argentina, Asia, América, Bronson, Stalin, Lenin, Hamurabbi, Hussein, Apolo, Robinson, Edison, Tarzán
Nombres extranjeros a la criolla:
Mileidi (ni siquiera es un nombre), Geremis, Yoni, Yovani, Deivi, Jhoe, Dehivis…

Todo esto es parte de la imaginación del maracucho. De su buen humor. Es verdad que en algunos casos el futuro del niño queda afectado para siempre por el nombre que escogieron sus padres, y esto no es tan divertido. Pero si a los mismos afectados esto no les preocupa, sigamos riéndonos y viendo en esta costumbre uno de los tantos colores que adornan nuestra idiosincrasia.

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La imagen, de una ventana maracucha, es del fotógrafo venezolano Juan Silva.

jueves, 21 de junio de 2012

Los treinta años de un extraterrestre



Aún recuerdo como si fuera ayer el día en que fui con mi familia a ver E.T. Pronunciábamos el título en inglés, como buenos americanos: “I.TI”. Era el año 1982. Hace tres décadas. Fue en Maracaibo, claro, en el cine Roxy, nostálgica sala de proyecciones con telones teatrales y lámparas futuristas. Cómo adoré aquel cine de mi infancia. Recuerdo que aquel día la cola de gente bajaba las escaleras del Roxy y bordeaba el centro comercial Villa Inés hasta llegar a la esquina, casi cerca de Chop’s, la menos inolvidable venta de tequeños. Todo un suceso.

Con E.T. aprendí a descubrir un maestro del arte universal: el señor Steven Spielberg. El cine de ciencia ficción no volverá a ser el mismo después de Spielberg. E.T. es la historia de una amistad entre un niño y un extraterrestre, y es, desde mi punto de vista, el modo que Spielberg utilizó para decirnos que los seres venidos de otros mundos podían ser de mejor naturaleza humana que nosotros mismos, valga la contradicción.

E.T. fue el trampolín de figuras como Drew Barrymore, estupenda actriz sin duda alguna, y el gran pretexto para componer la música más sublime de John Williams. Quedará para la historia y para siempre, en mi memoria, el fotograma de la luna inmensa sobre la que vuelan las siluetas recortadas de Elliot y de E.T. montados sobre su mágica bicicleta. Si a eso se le añaden los gloriosos violines de Williams, y una frase: “I’ll be right here”, con un dedo de marciano encendido sobre el pecho de un niño, pues no queda más remedio que ponerse a llorar, celebrar la vida y dar gracias por haber vivido en los ochenta, en una época en que Maracaibo era inocente y las películas te hacían verdaderamente feliz.

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El fotograma de E.T. que ilustra este artículo fue sacado del sitio Wallpapers-zone.com. E.T. fue estrenada en julio de 1982. Según el portal Wikipedia, “el característico tema de comunicación de Spielberg es asociado en este filme con lo ideal de la comprensión mutua: él ha sugerido que lo central de la historia de la amistad alienígena-humana es una analogía de cómo los adversarios del mundo-real pueden aprender a superar sus diferencias”.

El violinista de la luz



Acaba de recibir la medalla del Senado francés por su carrera musical. Es el violinista principal de la Orquesta Nacional de la Île de France. En su repertorio como solista, el jazz y la música popular latinoamericana se funden con el género clásico. Y la clave de su éxito está en el sol zuliano. Alexis Cárdenas, virtuoso del violín residenciado en París, confiesa que su música está llena de la luz de Maracaibo.
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Alexis Cárdenas es más bien de baja estatura, como yo. Parece que ha aumentado de peso; debe ser el resultado de la comida francesa, que es indudablemente deliciosa. El día que nos vimos llevaba puesto unos yines, una chaqueta de cuero y una bufanda azul de tela ligera. Muy europeizado. Hojeaba revistas y periódicos en un luminoso quiosco de la estación de trenes de Lyon. El final de la primavera en París se anuncia este año con nubes grises y lluvias frecuentes. No hace frío, pero el clima es demasiado fresco para ser junio.

Tomamos el tren que nos llevará a las afueras de la ciudad, a Alfortville, sede de la sala de ensayos de la Orquesta Nacional de la Île de France. Desde 2010, Alexis es uno de los dos violinistas solistas de esta respetada sinfónica parisina, una de las cinco más importantes de la región.

En nuestra conversación de camino a Alfortville, Alexis me recuerda a muchos venezolanos en el autoexilio. El autoexilio venezolano es, desde mi punto de vista, el resultado de la decisión personal de muchos a irse por un tiempo o para siempre de la tierra prodigiosa en la que han vivido toda la vida. A irse “demasiado”. Este autoexilio venezolano tiene diversas causas, características y destinaciones, pero por lo general evidencia un aspecto casi generalizado en todos los casos: una especie de relación amor-odio con respecto al país y a lo que se ha dejado atrás.

Alexis, según lo que observé, no es la excepción a esta regla. Su conversación deja ver, por un lado, el reconocimiento de la luminosidad de nuestro cielo omnipresente en su arte y en su música. Ver tocar a Alexis su versión del Pajarillo, por ejemplo, es contemplar de rodillas la grandeza del llano venezolano. Es sentir que el mismo Johann Sebastian Bach es capaz de revivir de entre los muertos para calzar alpargatas y bailar al son del endiablado golpe maestro de arco y cuerdas del violín que Alexis toca a modo de un tercer brazo fusionado a su alma. Joropo y música barroca al servicio de la música más pura y virtuosa. Ése es Alexis Cárdenas. El músico dotado de un talento sobrenatural, que expresa y canta con su instrumento su amor por la tierra que lo vio nacer, por el Maracaibo cuarteado por el sol, desquiciado y angustiado por una humedad infernal, los secuestros exprés, el tráfico caótico y el desorden salvaje. A partir de aquí, el amor se transforma en un sentimiento que no es de odio, es cierto, pero que sí refleja un desdén profundo. Una crítica implacable.

“Maracaibo es una ciudad esquizofrénica, ¿no te parece?”. Alexis hace referencia, así, a unas insólitas estatuas inspiradas en el antiguo Egipto que adornan la entrada de un casino maracucho, en plena avenida Cecilio Acosta. Trato de recordar el casino y las estatuas, pero no se me viene nada a la mente. “Eso es esquizofrenia pura”. La locura de Maracaibo, representada según él en este tipo de atrocidades arquitectónicas, podría ser la forma en la que el virtuoso reconoce que su vida no podría encajar en un sitio semejante. Y eso que hablamos de Venezuela, la cuna del Sistema, escrito así, simple y en mayúsculas, para designar la forma en que medio planeta habla de la cantera de músicos y orquestas en la que se ha convertido nuestro país. Alguien como Alexis podría sentirse como pez en el agua en el país del Sistema. Si antes decíamos que nuestro fuerte consiste en exportar petróleo, reinas de belleza y peloteros, ahora también podemos decir con orgullo que al mundo le enviamos directores de orquesta de menos de treinta años, filarmónicas capaces de llenar a reventar las mejores salas de Europa y solistas, como Alexis, que sacan de los cementerios a los grandes compositores para hacerles bailar las más bellas composiciones venezolanas con los buenos oficios de un estupendo violín de lutier.

Pero de Venezuela, sin embargo y como admite Alexis, un artista de verdad está obligado a irse. Ésa ha sido su consigna, y por eso, y porque cuando era un adolescente descubrió Francia gracias a una película, Cyrano de Bergerac (1990), decidió que su destino estaba escrito en París. Aquí llegó a mediados de los noventa después de un breve año en Long Island, durante su formación en la neoyorquina y reputada escuela Juilliard. Con una beca del Conac, de 600 dólares mensuales, pudo instalarse en el difícil mundo parisino, obtener finalmente un diploma de tercer ciclo en el conservatorio superior y comenzar, desde entonces, una carrera imparable, de trotamundos, que le ha convertido en una suerte de embajador venezolano de buena voluntad, en un cónsul del arte más sabroso y melodioso de esa Venezuela que se oye en los pentagramas de la selva amazónica, de los picos andinos, de las playas orientales y de las chillonas casitas del centro de Maracaibo, el casco urbano cinematográfico por excelencia con permiso de París y de todas las capitales del mundo.

Por eso Alexis viaja todos los años a Venezuela, cada dos meses o menos. Se queda un par de semanas, “máximo”, respira la luz del sol maracucho, calienta el arco y las manos con la luz de la patria, y regresa de nuevo a Europa para tocar en su orquesta o en los numerosos recitales y conciertos que organiza por su cuenta o acompañado por otros músicos que, como él, buscan reflejar el arte latinoamericano en las entrañas de la cultura occidental.

Él lleva ya 14 años en París, sumados entre la primera y la segunda estancia, que comenzó en 2010. Sus dos hijos, Rodrigo y Danaé, han nacido en París. Alexis adora París. Y su actual esposa, Joeliz, también. “Ella está súper adaptada; es parte del decorado, es como la torre Eiffel”.

No obstante, ese binomio sentimental aprecio-desprecio del que hablaba antes se repite en la forma en que Alexis observa al país de residencia. “Francia es un país en vías de subdesarrollo”, afirma. Creo que esta conclusión procede de una situación agotadora para él. Como todos los extranjeros extracomunitarios (es decir, de una nacionalidad distinta a la de un estado miembro de la Unión Europea), Alexis debe ir todos los años a la prefectura para renovar su permiso de residencia, su “titre de séjour”. Los franceses, dirá él también de camino al ensayo de la orquesta, son decididamente clasistas, aunque mucho menos racistas que los españoles, por citar un ejemplo. Ambos estamos de acuerdo, al final, en decir que la sociedad francesa es mucho más abierta en general con respecto a los extranjeros debido a su historia pasada y reciente como antiguo país colonizador que ha intentado “enmendar” ciertos “errores” pasados.

Francia, sin embargo, le ha dado a Alexis la medalla del Senado, premiando el pasado 31 de mayo de 2012 su labor junto a la de otros grandes como el pintor colombiano Fernando Botero, el tenor franco-mexicano Rolando Villazón y el futbolista brasileño Raí. Una medalla que se suma a una galería de reconocimientos que buscan expresar la gratitud de todos los que alguna vez hemos escuchado el violín prodigioso de Alexis y su música sublime y explosiva a la vez, su chorro de luz de Maracaibo derramado gracias a las cuatro cuerdas de su violín, el arco y sus dedos veloces y para siempre benditos.

Fuga barroca, llanera y multicolor
Para Alexis Cárdenas, el violín es también una brújula. Y sus hijos son su faro más importante. “Cada acto de mi vida se proyecta en el futuro. Quiero que mis hijos se sientan orgullosos de su padre; quiero dejarles algo. El dinero, la fama… Todo eso es secundario”.
En agosto de 2012, el cuarteto Alexis Cárdenas hará una gira por Italia y el sur de Francia. Esta agrupación que lleva su nombre está integrada por el contrabajista Elvis Quintero, el cuatrista Jorge Glem y el percusionista Carlos “Nené” Quintero.
Su trabajo en la orquesta, de 600 horas anuales, le ha permitido organizar una agenda paralela de conciertos y recitales, gracias a contactos y mecenas, en teatros e iglesias de media Europa, todas las Américas y varias destinaciones de Asia. “Sólo me falta tocar en África, Medio Oriente… ah, y también en Australia”. Todo ello es el fruto de su esmerada formación en centros de prestigio y de premios internacionales bien ganados en Suiza, Austria, Mónaco, México.
En nuestro encuentro, Alexis habla, por supuesto, de la música y de los músicos. De Ravel, Debussy. De Beethoven, el más completo en su condición hombre-compositor. De Bach, el que más escucha, el pilar de la música occidental. De Paganini, una suerte de Cristo del violín. El antes y después.
Hay una referencia obligada a Dudamel. “Es un fenómeno, una revolución de la música clásica”. Y hay también una crítica a las formas que por tantos años han asociado este género con la palabra “aburrido”. “El frac, por ejemplo, debe desaparecer”. Por ello, no duda en alabar el Sistema y decir que el mérito de José Antonio Abreu ha consistido, entre otros, por supuesto, en saber llenar el Teresa Carreño con 3.000 niños que disfrutan y adoran la Novena Sinfonía de Beethoven como si estuvieran en la proyección de una película de Pixar. Sin duda, un gran mérito.

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La imagen fue extraída del sitio CódigoVenezuela.com. Este artículo fue publicado, con algunas ediciones, en el diario Panorama (Maracaibo, Venezuela) el 21 de junio de 2012.

jueves, 7 de junio de 2012

El secuestro de las ‘misses’ (1)


Aquella noche parecía que iba a ser eterna. El reloj marcaba las 7.50. Sólo faltaban diez minutos para el desfile en traje de baño. El camerino era un hormiguero. Las abultadas cabelleras de las misses dejaban ver sus cuerpos altos y huesudos, elevados sobre tacones de diez centímetros. Un enjambre de estilistas retocaba con polvos y escarcha las narices y las mejillas de las nuevas reinas de la belleza. Algunas preferían hacer el trabajo por su cuenta y deslizaban con furia contenida las barras de pintalabios sobre unas cansadas sonrisas de mentira. El rímel que todas llevaban quería fundirse de las pestañas como helados en una plaza desierta a las dos de la tarde. La función debía continuar, como ocurre en cada buen circo, y a una señal del responsable de la coreografía y de las entradas y salidas del escenario, las chicas se pusieron en fila india con el clásico gesto de las modelos en ciernes: la mano derecha sobre la cadera, el brazo izquierdo en posición de descanso, los hombros bien erguidos, la mirada en alto.
Cuando todas avanzaron, una fanfarria se dejaba escuchar entre los aplausos del público. Un hombre se abrió paso de repente entre los bastidores, y pronunció con voz clara y firme la orden: “Miss Nueva Esparta, Miss Aragua y Miss Zulia, ustedes se quedan aquí un momento”. El resto prosiguió el desfile sin mover una pestaña, desde el camerino hacia la gloria, y las tres aludidas se quedaron inmóviles, confundidas y nerviosas.
Sólo Miss Zulia respiró lo suficiente para decir:
―Pero ¿qué pasa, quién es usted? Tenemos el desfile en traje de baño ahora mismo.
El hombre se aproximó a la miss. Era más alto que ella, y no llevaba tacones ni laca en el cabello.
―Esta noche, el desfile lo harán en otra parte ―dijo.
Otros dos hombres, tan altos como el primero, salieron de ninguna parte. En cuestión de segundos, el trío de raptores redujo con facilidad a las concursantes. Unos fugaces instantes más, y los seis habían bajado por unas escaleras traseras y habían llegado a una camioneta ocho por mil, negra, blindada, oscura y misteriosa como la noche eterna del secuestro de las misses.
Miss Aragua, aterrorizada, sollozó:
―¿A dónde nos llevan, desgraciados?
Miss Nueva Esparta, hecha un manojo de nervios:
―No me toquen, no me toquen, ¡no me toquen!
El primer hombre sacó una reluciente pistola de su chaqueta.
―Quietas las tres. Nadie va a hacerles nada. Hoy comienza para ustedes una misión que les cambiará la vida para siempre. Ahora, por favor, relájense. Todo va a estar bien.
Había una calma inesperada en su voz. Las misses, muertas de miedo, optaron por abrazarse como si las tres hubiesen recibido juntas la corona. Lloraron tanto y en silencio que el rímel dejó sus rostros de cera con manchas de lágrimas negras mientras la camioneta se deslizaba silenciosamente en una Caracas inmensa, galáctica y futurista.
Estamos en Venezuela. Es el viernes 4 de diciembre de 2099.


© Derechos reservados. Ricardo López Díaz / Cuadernosparis.blogspot.com.

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La imagen, de una serie titulada Crowning Moment / Miss Universe (2010), fue obtenida del sitio Jellystrawberry.blogspot.com.

miércoles, 6 de junio de 2012

El ‘pran’ o el rostro del terror



Según el argot de los centros penitenciarios venezolanos, un pran es la ley de una prisión. Es un prisionero capaz de someter bajo sus órdenes, en una nueva versión de esclavitud, a otros reos como él. Utiliza un armamento y un ejército de implacables seguidores para hacerse respetar y hacer valer su voz. Un pran puede decir si una persona tiene derecho a seguir viviendo o no, viva dentro o fuera de su cárcel-feudo. Un pran se encarga de producir enormes cantidades de dinero; es una pieza clave en el oscuro y gigantesco negocio del narcotráfico, los secuestros, los robos y crímenes. Un pran es, para terminar, un causante directo de la inseguridad que hace de Venezuela un país invivible, una nación angustiada.

El pran tiene tiempo para divertirse. Él organiza fiestas y hace construir piscinas y criaderos de gallinas y cerdos. Las cárceles venezolanas, que no dejan de ser infernales, buscan parecerse cada vez más a centros de placer y ocio. Un prisionero, si quiere mantenerse con vida, debe pagarle al pran unos 500 bolívares semanales, unos 100 dólares según la tasa de cambio oficial.

Estos señores pranes, que tanto mal y dolor ocasionan, deben contar con el aval de aquellos cuyas manos están convenientemente atadas: son las manos de hombres y mujeres elegidos por los votos.

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La imagen fue obtenida del sitio Sdpnoticias.com.

¿Adiós, Facebook?



La prensa internacional anuncia esta semana que la red de redes “comienza a dar señales de agotamiento entre sus fieles”. Al parecer, “la imagen de la red social se ha deteriorado desde que está en la Bolsa”. Su cotización bursátil ha pasado en unos doce días de un máximo de 45 dólares a un mínimo de 26,80. La caída se explica en parte por la publicidad, el motor que mueve los engranajes de la fábrica multimillonaria de Mark Zuckerberg. Entre otras razones, el formato Facebook de las tabletas y teléfonos móviles o inteligentes no permite visualizar la publicidad según la versión clásica. Y aún más: una encuesta revela que “el 34% de los estadounidenses pasa hoy menos tiempo en ese sitio que hace seis meses”.

Todas las frases entre comillas que acabo de citar pertenecen a El País, de Madrid. El New York Times señala el caso de “comienzos decepcionantes”. Le Monde se pregunta si Facebook rebasó hasta el extremo sus posibilidades de hacer aún más dinero. ¿Quién lo sabe? Si los expertos financieros o bursátiles nos dicen que uno de los fenómenos sociales más importantes de la década está perdiendo rentabilidad, Facebook constituye hoy una “familia” de 1.000 millones de personas.

Y son mil millones de nombres, con sus apellidos y fotos (sobre todo eso, fotos), que se conectan cada día para ver y dejarse ver, para enterarse de las novedades del amigo que se fue, de lo que se dice o se deja de decir. Facebook tiene la virtud, por dar un ejemplo, de fomentar una red de opiniones y puntos de vista alrededor de una simple fotografía. Un autor se pregunta en un artículo que utilizamos en nuestra clase de español si Facebook y Messenger pueden ser una amenaza al contacto real entre la gente. En una época se pensó lo mismo de la radio y luego de la televisión. En mi opinión, el tiempo ha demostrado que el establecimiento de nuevos medios de comunicación hace un mundo más abierto y mejor conectado.

Yo soy optimista, tal vez demasiado. Facebook podrá perder dinero en la Bolsa, pero jamás desaparecerá. Es cierto que su uso debe ser racional (ver televisión por horas en un mismo día es tan desaconsejable como hacer del acto de mirar las fotos de los amigos una verdadera adicción), pero el invento de aquel estudiante de Harvard, cuyos comienzos son tan bien retratados en la película La red social (2010), ha llegado a nuestro mundo para hacerlo un poco mejor. Sí, aún con todos los peros, Facebook ha hecho posible que nuestra vida, compuesta por todos aquellos que nos rodean y nos han rodeado desde nuestra infancia hasta nuestra madurez, sigan con nosotros de alguna manera, aunque sea virtual. ¿No es esto algo simplemente maravilloso?

Gracias, Mark, por hacerte rico, y a todos nosotros también.

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En la imagen, un fotograma del filme La red social (2010), del director David Fincher.