lunes, 30 de julio de 2012

Despejado el misterio de la mansión Loyola



El misterio de Joshua Da Costa Gómez, el acaudalado primer propietario de la mansión Loyola, en ruinas pero siempre espléndida, ha sido aclarado gracias a dos lectores de este blog. Juan Sánchez Govea, nacido a mediados de los años cuarenta, afirma haber vivido en una casa situada al fondo de este caserón construido en un Maracaibo evocado sólo por algunas fotografías en sepia sobrevivientes a la marcha implacable del tiempo. En aquella época, Loyola era la sede del colegio La Presentación, y el holandés Guillermo Heldewier fungía como apoderado de Da Costa Gómez, que, ahora lo sé, era curazoleño y de origen sefardita, y no portugués y mucho menos marinero, como me decía engañosamente mi imaginación rocambolesca.

Esta última información ha sido proporcionada por otro lector, Jaime Jansen, emparentado a Da Costa Gómez por la línea de uno de sus bisabuelos, cónsul holandés en Maracaibo y otro de los tantos ocupantes de la casa. Jansen, quien me parece ser todo un genealogista, cuenta que el dueño de Loyola fue un conocido empresario de su tiempo, fallecido en 1938 a la edad de 75 años. Jansen dice que su antepasado fue accionista de la cervecería Unión Zulia y que estuvo vinculado a un grupo de empresas holandesas que tenían el monopolio de los tranvías eléctricos de Maracaibo. Los Da Costa Gómez, añade Jansen, fundaron en 1876 en el malecón del lago de Maracaibo un almacén con nombre de cuento de hadas: La Casa Azul.

Sánchez Govea aclara que el curazoleño tuvo que abandonar Venezuela enemistado con el régimen de Juan Vicente Gómez, que solía cortar el suministro eléctrico en represalia para desplazarle como dueño del primer tranvía que tuvo Maracaibo. Sánchez Govea comparte, además, un capítulo inédito en la historia de este palacio maracucho. Después de ser ocupado por La Presentación y la escuela de artes plásticas Julio Árraga, el Instituto de Comercio de Maracaibo y la organización San Javier también se contaron entre sus inquilinos. Al parecer, un grupo de “seglares de tendencia jesuita”, según Sánchez Govea, constituían esta organización distribuidora de una marca alemana de automóviles en miniatura, Goggomobil. Deseo transcribir sus palabras, que se encuentran en uno de sus comentarios publicados en el texto que dediqué hace unos meses a este tema, que es, para mí, una auténtica pasión:

“[La organización San Javier había llenado] todos los espacios del castillo con estos mini-carros. Pusieron en su interior mesas de tenis, ajedrez, damas y otros juegos destinados a entretener a los niños que para ese entonces vivíamos en esa zona de El Paraíso. Y recuerdo que tenían unos grandes buses Mercedes Benz donde trasladaban a los niños invitados a una especie de club que poseían en la zona del litoral, creo que en Río Chico. Los padres jesuitas sirvieron de fiadores solidarios avalando las operaciones comerciales de esa organización, y éstos posteriormente abandonaron el país, dejando cuantiosas deudas que causaron el embargo por un banco de todas las propiedades que los jesuitas poseían en el país tales como los colegios Gonzaga, San Ignacio de Loyola (Caracas), San José (Mérida), y todas las otras propiedades (playa El Loreto en Santa Cruz de Mara, casas, etcétera)”.

“[…] Conocí dicho palacio cuando aún tenía todo su lujoso interior intacto, y guardo especial recuerdo de la capilla que daba hacia el lado de la calle 79 (antes Quintero Luzardo), cuyo interior estaba compuesto por bellas obras de madera tallada a mano. Todos sus pisos eran de mosaicos multicolores italianos. No sé de qué forma pasó a ser propiedad de los Quintero, ya que aún siendo amigo de infancia de mis contemporáneos, el doctor Alfredo Quintero Soto, famoso médico hoy radicado en la capital, y del doctor Francisco Quintero Soto, nunca averigüé con ellos la forma en que el castillo pasó a ser propiedad de su familia. Sí recuerdo que frente de lo que posteriormente fue la primera tienda por departamentos de nuestra región, Sears Roebuck de Venezuela C.A., se encontraba una urbanización completa de casas de estilo americano, suspendidas a casi dos metros de altura, completamente de madera, y que eran también propiedad del señor Da Costa Gómez”.

“[…] Como corolario de mi relato he de escribir que lamentablemente en nuestro país ni nuestros coterráneos ni los gobiernos que hemos tenido le han dado a esta bella obra la importancia que se merece por ser una de las joyas arquitectónicas más valiosas de Latinoamérica, hoy abandonada y olvidada. Y es un enigma para las nuevas generaciones, que, como tú, buscan ávidas de historia el origen de este bello palacete”.

Jaime Jansen me dice con evidente nostalgia: “Cómo quisiera que esta casa fuera reconstruida y convertida en un conservatorio de artes o de música. Esta casona debió ser muy linda con jardines muy hermosos”.

Deseo expresar mi gratitud a estos dos lectores por permitirme saber de primera mano la verdadera historia detrás de esta construcción que simboliza, por un lado, la belleza de nuestro pasado, y, por el otro, la terrible capacidad venezolana de olvidar, desdeñar y sepultar nuestra historia. Creo que es por eso que los venezolanos tenemos tan mala memoria. Recuerdo siempre cómo mi padre se lamentaba de la destrucción del antiguo Maracaibo para construir el actual (y horrendo, para él) Paseo Ciencias. He crecido creyendo que la ciudad en la que nací se levanta sobre las ruinas de una época que nunca debió desaparecer. ¿Estamos a tiempo de remediarlo? Claro que sí; soy positivo.

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La fotografía, titulada Tranvías en la esquina Maracaibo, fue tomada en 1915 por un autor desconocido. Fue extraída del sitio Wikipedia.es.

lunes, 23 de julio de 2012

El tirador de Denver



¿Qué puede pasar por la mente de una persona para querer disfrazarse de villano de historietas, con máscara de gas y armado hasta los dientes, y tirotear en una sala de cine a espectadores indefensos en plena función? No lo sé. La respuesta tal vez la tenga (tal vez no) James Holmes, el tirador de Denver, que acabó con la vida de 12 personas la semana pasada en un cine de Colorado. Llevaba “dos pistolas de calibre 40 con más de 1.000 balas para ellas; una escopeta Remington 870, con 300 cartuchos, y un fusil semiautomático Smith & Wesson AR-15, de calibre 223 con un cargador especial que podía almacenar más de 100 proyectiles, que podía efectuar 50 ó 60 disparos es un solo minuto, para el que llevaba unas 3.000 balas”, según informa la prensa.

Holmes, de 24 años y doctorando en Neurociencia en la Universidad de Denver, tenía en su apartamento un arsenal capaz de causar otra matanza. Las autoridades le consideran un perturbado. Se había autodefinido como Joker, el gran enemigo de Batman. No es casualidad, entonces, que el tirador haya elegido a sus víctimas entre los asistentes a una proyección de la última entrega de la saga dedicada al hombre murciélago. Se dice que Holmes comenzó a disparar desde la primera hasta la última fila, no sin antes rociar con gases la sala para crear mayor confusión. Algunos rieron al principio, pensando que se trataba de una publicidad gratuita de los propietarios de los cines. Entre los fallecidos, se cuenta una niña de seis años.

La tragedia de Colorado se añade a una cronología de masacres en Estados Unidos: Virginia Tech, en 2007; Universidad de Tejas, 1966; el liceo de Columbine (a 30 kilómetros de los cines donde ocurrieron las recientes muertes), en 1999. Se dice que detrás de estos sucesos está la violencia que representan y reproducen los medios o el comprar y portar armas legalmente. Creo que las bases del problema pueden partir de estas ideas, pero en realidad deben ser más profundas para que tantos Holmes se repitan cada vez con más (peligrosa) frecuencia.

Y es que esto no pasa sólo en Estados Unidos, aunque muchos quieran verlo así. Holmes es primo hermano de Breivik, el monstruo noruego, y primo lejano de los pranes maracuchos. Es hermanastro de los talibanes y de los nazis. Es miembro de una familia inhumana de desadaptados, fundamentalistas o desequilibrados, para quienes matar es fácil y la vida no vale nada cuando se actúa en nombre del dinero, el poder, la religión o la pureza étnica. Breivik sostenía en su tesis que Europa debía liberarse de los musulmanes en 2083; los pranes amasan sus miserables fortunas tras las rejas sembrando el terror y la muerte en las calles de Maracaibo o Caracas; los nazis buscaron, como Breivik, “liberar” el mundo de judíos, gitanos y homosexuales. Holmes, seguramente, se creyó el “malo de la película”, y cumplió hasta el final con sus objetivos. Todos se parecen, y, en cierta medida, según acabo de leer en el blog A Dandy Satirist, son un reflejo de nuestra cultura, obsesionada con la violencia, el narcisismo, la autodestrucción y el odio.

El autor de ese mismo blog comparte una interesante reflexión: no podemos luchar contra gente como James Holmes sin cambiarnos a nosotros mismos. Sin duda, un buen material para pensar y comenzar esta semana, aunque sólo se trate de simple e innecesaria retórica o de ganas de buscarle las cinco patas al gato.

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James Holmes, el tirador de Denver, se identificaba con Joker, uno de los personajes más conocidos de la serie Batman. La imagen, extraída del blog A Dandy Satirist, muestra al actor Heath Ledger en su memorable actuación en la película The Dark Knight (2008), del director Christopher Nolan.
 

viernes, 20 de julio de 2012

La locura de otra utopía



He recibido este artículo atribuido a Juan Carlos Monedero, profesor de ciencias políticas de la Universidad Complutense de Madrid. Vale la pena tomarse el tiempo para leerlo en estos tiempos de reflexión previos a los comicios del 7 de octubre. Se titula Locos, engañados y sinvergüenzas:

En la película Matrix, uno de los luchadores de la resistencia, Cypher, decide traicionar a sus compañeros y a sus propias ideas para entregarse en brazos del enemigo. La realidad le parece demasiado “real” y prefiere condenarse a la felicidad de la mentira que le otorga la Matriz. Cuando negocia su traición, y mientras disfruta en un caro restaurante de una comida falsa, afirma contemplando un trozo de carne pinchado en su tenedor: “Yo sé que este filete no existe. Sé que cuando me lo puse en mi boca, la Matrix le dice a mi cerebro que es jugoso y delicioso. Después de nueve años, ¿sabes lo que he aprendido? La ignorancia es felicidad”. Quiten el filete y pongan un traje, un vestido, un carro, joyas, adornos…

En 1553, Étienne de La Boétie escribía
La servidumbre voluntaria, un texto contra las monarquías absolutas y, en concreto, contra su capacidad de condenar a los pueblos a la sumisión. ¿Cómo los menos son capaces de someter a los más? En esas páginas, el joven abogado francés recordaba que “la primera razón de la servidumbre voluntaria es la costumbre”. ¿Y no es acaso a través de la educación –o de su ausencia– como lograron las oligarquías de América Latina frenar los procesos de cambio? Que siempre mandaran los mismos. Que hicieran del gobierno una suerte de latifundio regentado por cuatro familias que presentaban la gestión de lo público como una propiedad privada. ¿Cómo iba a gobernar el pueblo? Su argumento siempre fue el mismo: no se puede, si pudieras lo empeorarías, si no lo empeorases estropearías otras cosas. ¡Conténtate con lo que tienes! El mismo discurso repetido desde la Revolución Francesa. El poder reservado para los menos. ¿Gobernar el pueblo? ¡La revolución! Y purpurados que iban de la iglesia a la mesa de los ricos bendiciendo que las cosas no cambiaran.

En 2008, en la estación de metro Miranda, una señora de edad rompía un paquete de arroz y se lo lanzaba al entonces ministro Samán gritando: “¡Quiero pagar el arroz más caro!”. Como un novio perplejo regado de granos blancos, el ministro entendía la rabia de la señora del Este de Caracas. No en vano, los alimentos decomisados en los supermercados ladrones se vendían a precios populares en las puertas de los mismos establecimientos.


¿Quién quiere pagar las cosas más caras? Esa mujer, en el fondo, sabía lo que hacía. El problema no es que ella pagase más por los alimentos básicos. Tenía con qué hacerlo. El problema es que todo un pueblo cubriese de manera más fácil sus necesidades, porque, en la cadena de intereses, esa señora, al final, recibiría parte de la renta que pagarían los humildes. ¿Qué problema hay en pagar 10 cuando recibes un millón? Pero si las oligarquías dejaban de enriquecerse al pagar el pueblo un precio justo, esa señora dejaba de ser una privilegiada. Esa era su rabia. La misma que la de los que dieron el golpe en España en 1936, en Chile en 1973, en Venezuela en 2002. La rabia de los menos contra los más.


Esa rabia de las oligarquías contra los pobres ya está en la
Ilíada de Homero. Es sencilla de entender. Desde que el ser humano se hizo sedentario hay monarquías y aristocracias.

Pero ¿qué hay de la sumisión voluntaria de los pobres hacia aquellos que les empobrecen? ¿Cómo entender los obreros que han votado en España a la derecha? ¿Cómo explicar que un minero haya elegido a quien le expulsa de su trabajo? ¿Cómo dar cuenta del desahuciado que vota en Grecia por el que le ha robado su casa? ¿Cómo explicar que haya gente humilde o clases medias que pueden pensar en votar por Capriles en Venezuela?


En la crisis actual que sufre Europa hay dos salidas: que los ricos mantengan su bienestar sobre las espaldas de las mayorías o que las mayorías salgan a la calle a defender, como hace 100 años, sus derechos, con todo el dolor y el sufrimiento que esa pelea va a traer. Ayer se llamaba en América Latina “Consenso de Washington”. Ahora se llama en Europa, “dictados de la Troika”. Lo ejecuta la derecha. En España, el Partido Popular. Los amigos de Capriles.


Mirando las encuestas de Venezuela, es fácil entender que el presidente Chávez saque más de 20 puntos al candidato de la derecha. Sigue sin tener explicación lógica que haya un 25% de venezolanas y venezolanos dispuestos a votar por aquellos que quieren hacer en Venezuela lo que está llevando a España a la ruina. Servidumbre voluntaria. Pero no todos son iguales. Unos lo hacen por locos, otros por engañados. Los peores, por sinvergüenzas.


A los canallas hay que combatirlos. Quieren regresar al pasado para volver a hacer de Venezuela su hacienda. A los engañados hay que hablarles. Despacio. Sin enfado. Hasta dejarles claro qué país tenían hace 13 años y qué país tienen ahora. A los locos… Hay que dedicar más tiempo a los locos. A los que no se atreven a ser dueños de su propia vida. A los que prefieren la mentira a la realidad. A los que no oyeron que una revolución no es una tarea sencilla y no saben lo que signifíca el esfuerzo de ganarla y el quebranto de perderla. A los locos hay que decirles lo que Don Quijote a Sancho Panza: “Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico, por entre los sollozos e importunidades del pobre”. Para que se sumen a los verdaderos locos. Los que hacen real la utopía. Para que se sumen a los que siguen construyendo esperanza en América Latina ahora que Europa está entrando en una negra noche.

La persona que me envió el mensaje añadió estas palabras: “Qué tremendo artículo. Te lo mando porque no sé dónde empaquetarte: si en loco, engañado o sinvergüenza; no estás en esta categoría, yo lo sé, pero qué bien retrata Monedero la locura de los que votarán por el señor Capriles. (…) No te dejes engañar. Ves a España, o al menos has leído qué pasa en España, Grecia, Portugal, USA; para allá iríamos con el loquito ese. Pero, bueno, tú ya sabes quién va a ganar. Yo me anoto al ganador; tú, al perdedor”.


Desde luego, todas las verdades son posibles en cualquier debate político. La única de la que realmente disiento en este caso tiene que ver con la definición de “servidumbre voluntaria”. Si Chávez llegó al poder hace 13 años para devolverle al pueblo venezolano su dignidad perdida y su capacidad de gobernarse y de recibir sus inmensas riquezas, hoy la realidad ha demostrado que él se ha convertido en una especie de espejo deformado de todo lo que tanto criticó.

El chavismo tiene el acierto de imitar toda la historia francesa de hace 200 años. En Chávez encontramos representadas las figuras de los golosos reyes borbones, de los parisinos enardecidos clamando libertad, revolución y más derechos, y de un Napoleón que aspira a construir su imperio entre La Habana y Caracas, coronándose a sí mismo con los laureles de su ego desmedido, de sus pretensiones de dios bolivariano.

El abismo en el que se encuentra Venezuela no comenzó hace una década, y en eso estoy de acuerdo. Chávez es el resultado, justamente, de años de mala gestión, de incompetencias traducidas en pobreza y atraso. Recuerdo los años noventa como la época de la diáspora venezolana, del éxodo, de un tiempo en el que los venezolanos comenzaron a emigrar porque pensaban que en su país el futuro también había sido secuestrado.

Pero la emigración venezolana ha aumentado en esta Venezuela roja que en unos dos meses y medio volverá de nuevo a elegir presidente. Si apoyamos la tesis de Monedero en lo que concierne a Chávez, entonces somos locos utópicos, creyentes de una esperanza latinoamericana personificada en un hombre que se atreve a decir que tú y yo y todos somos él. “El pueblo es Chávez”, ha dicho el inquilino de Miraflores.

Estoy seguro de no ser un sinvergüenza y mucho menos un engañado. Tal vez sea un loco, pero de otro tipo. Chávez nunca fue una utopía. Él siempre ha sido una realidad (de pesadilla, dirán algunos). La verdadera utopía se construye con sueños de un porvenir que tal vez jamás llegará. O probablemente sí, pero en un tiempo que desconocemos. Muchos esperan que esa época comience en octubre de 2012. No estoy tan seguro de eso, pero me sigo quedando con la locura de mi utopía, de una Venezuela próspera, sin ranchos, sin “pranes” ni homicidios de guerra civil, con carreteras y autopistas bien mantenidas, con niños en escuelas que reciben clases de matemáticas y lengua y no de doctrina política, con una asistencia médica sin ideologías, con un país sin miedo pero volando en los aires de la verdadera bonanza.

Es ésta la locura, mi locura, de otra utopía.

La fotografía es de Jorge Silva, de Reuters. Fue obtenida del sitio Poetiquepublique.fr, de un texto cuyo título hace pensar: Le Venezuela de demain sera-t-il toujours chaviste? (¿La Venezuela del mañana será siempre chavista?).

jueves, 19 de julio de 2012

Ahora todos podemos ser periodistas



El poder de producir informaciones ya no es obra exclusiva de los medios. La web 2.0 ha traído una ola de cambios, y los internautas disponen ahora de más herramientas para desempeñar el papel de comunicadores o aún de periodistas: pueden publicar sus ideas en blogs gratuitos; desde 2004, forman parte de la gran red social Facebook; desde 2005, pueden producir videos y publicarlos en YouTube; desde 2006, y con apenas 140 caracteres, pueden informar e informarse y enviar imágenes gracias al portal Twitter. Todas estas transformaciones sociales y mediáticas se han producido a la vez que la prensa escrita experimenta una etapa en la que urge reinventarse para sobrevivir. Cada vez más lectores prefieren acudir a internet antes que al papel para informarse; la razón es evidente: es mucho más rápido y barato. Los periódicos, de este modo, pierden dinero. El modelo clásico de la prensa como negocio se ha agotado, y el oficio mismo del periodista, como se ha visto, queda en entredicho. ¿Quién necesita periodistas cuando ya todos pueden serlo?

En este contexto aspiro a centrar el tema de mi tesis doctoral en la Universidad Sorbonne Nouvelle-París III. Ahora que ya no hablamos de medios de comunicación de masas sino de masas de medios (Ramonet, 2011), los periódicos clásicos en su formato digital buscan aumentar el número de lectores dejándoles participar fundamentalmente a través de los comentarios. Mi trabajo va a hacer, entonces, de los comentarios de los usuarios de los periódicos electrónicos el tema principal de estudio. Y esto me interesa, básicamente, desde la perspectiva ofrecida por el contexto del contrato de comunicación propuesto por Charaudeau (2002).

En este contrato, se habla de dos instancias: la primera, la emisora o mediática, se encarga de transformar el acontecimiento bruto en un acontecimiento interpretado; la segunda, la receptora, va a interpretar a su vez este acontecimiento en un proceso llamado de transacción. Entre ambas instancias se establece un contrato, una especie de acuerdo que, según el estudio de normas psicosociales y discursivas, puede ser analizado desde una perspectiva lingüística. Trataré de retomar un estudio profundizado de este contrato, siempre según el punto de vista lingüístico o más bien semiolingüístico, para extender o añadir otros aspectos presentes en el discurso de la prensa digital. Por ejemplo, el del consenso. La prensa en línea consiente en otorgar nuevos y mayores espacios de participación a sus lectores. Hay un mensaje entre líneas: “Venga, acérquese, publique sus opiniones. Sea usted mismo también un periodista como nosotros”. El lector sigue el juego, por decirlo de una manera. Sus puntos de vista, no obstante, van a pasar por un filtro, por la figura de un moderador, que es parte del medio. La libertad de expresarse sigue siendo, desde esta óptica, prioridad exclusiva del periódico, y, en la apariencia, el foro de comentarios constituye sólo otro recurso para aumentar su lectorado.

La descripción de estas situaciones, que formarán parte de la propuesta, tiene como propósito aportar un conocimiento adicional al estudio de los medios a partir del contrato de comunicación como herramienta teórica-metodológica del análisis del discurso. Ésta será, entonces, mi primera intención. Digo que vamos hacia un post-contrato de la comunicación porque creo que los cambios sociales, el replanteamiento informativo de los periódicos en la esfera digital, el fulgurante e imparable recorrido de internet y de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación nos obligan a repensar los modelos de análisis que hemos utilizado hasta ahora. En este sentido, de forma hipotética digo que el contrato de comunicación no ha perdido vigencia, que sus postulados aún son necesarios para entender el fenómeno de la comunicación mediática, pero que sí es hora de revisarlo y de adaptarlo, específicamente en nuestro caso, al discurso de la prensa en línea.

En segundo lugar, una vez llegados a este punto, vamos a procurar establecer cuáles podrían ser los aportes del periodismo digital o multimedia en pro de la verdadera democratización de la información. Si entendemos, también de forma hipotética, que los periódicos electrónicos se valen de los foros para ganar más lectores, ¿qué ocurriría si estos medios dieran a los usuarios herramientas de verdadera participación en la interpretación de los acontecimientos, si la multiplicidad de comentarios pudiera transformarse en un nuevo género periodístico, en una forma auténtica y genuina de informar “por y para el pueblo”? Ramonet (2011) considera que el regreso al periodismo de calidad, de historias bien contadas, a la esencia del relato detallado podrá salvar el oficio de informar. Nosotros apoyamos esta tesis y añadimos otra más: un nuevo periodismo fabricado por los lectores y los periodistas “a cuatro manos” podrá coexistir con su forma clásica en ésta y en las siguientes etapas que la web seguirá recorriendo en su carrera hacia la perfección tecnológica, que no siempre discursiva.

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La imagen fue obtenida del sitio Ristretto.weave.eu. La bibliografía mencionada corresponde a Charaudeau, Patrick (2002) El discurso de la información mediática, Gedisa, Barcelona-Buenos Aires; y a Ramonet, Ignacio (2011) L’explosion du journalisme, Galilée, París.

sábado, 14 de julio de 2012

Spiderman o el superhéroe atormentado



Esta semana fui a ver The Amazing Spiderman, que es, de lejos y de cerca, la mejor adaptación hasta ahora de la historia del héroe enmascarado, trepador de rascacielos, tejedor de redes imposibles y salvador número uno, con permiso de Supermán, de la gran Nueva York, símbolo supremo de nuestra civilización global-americanizada de hamburguesas McDonald’s y teléfonos inteligentes patentizados por un tal Steve Jobs.

Es posible que lo que más me haya gustado esta vez consista en la reflexión que he hecho acerca de este Spiderman que habla francés (en Francia nadie parece saber en qué consiste ese misterio llamado “subtítulos”). Su historia es la de un huérfano dejado al cuidado de sus tíos. Un Oliver Twist con más suerte, digamos. Pero tal vez el hecho de descubrir sus poderes sobrehumanos no sea lo más interesante en su relato ni tampoco el haber sido picado por una araña de laboratorio sino el vivir a cuestas con el remordimiento de haber dejado escapar, sin sospecharlo, al que llegaría a ser el asesino de su tío Ben.

Este suplicio ético-moral es el que hará de Spiderman el superhéroe más atormentado en toda la historia del cómic, y, desde luego, el más humano y parecido a nosotros de todas las criaturas de las historietas ilustradas, sean venidas de otros planetas o nacidas de experimentos científicos que dejan en pañales a los mismos físicos de la partícula de Higgs. Por si esto fuera poco, Peter Parker (el Spiderman en la sombra) decidirá incluso alejar al amor de su vida o del colegio para llevar una estoica vida de asceta en eterno celibato.

Todo un caos psicológico que vale la pena ir a ver, sobre todo si el mensaje es servido en bandeja de efectos visuales y sonoros, potente partitura y correctas actuaciones. Aquí es mejor comerse las cotufas en los tráileres. 

La imagen fue obtenida de Google.fr.

viernes, 6 de julio de 2012

El secuestro de las ‘misses’ (2)


Cuando la camioneta se detuvo, las misses estaban rendidas de sueño, miedo y cansancio. Pocos minutos después de haber sido secuestradas, sus captores, amables dentro de lo que cabía, habían cubierto sus ojos con vendas de seda negra. El viaje debió durar varias horas; era difícil saberlo. De cualquier modo, cuando las puertas del vehículo se abrieron y ellas descendieron con cierta dificultad, trastabillando con sus tacones de vértigo y ya sin las vendas, contemplaron atónitas la vista de un soberbio palacio de aires de cuento de hada francés en el medio de una selva amazónica.
―Trabajamos para alguien muy poderoso. Dentro de poco van a pensar que lo mejor que les habrá pasado en sus vidas será justamente esto de haber sido secuestradas. Yo soy Iván, y ellos son Simón y David.
Hablaba el que parecía ser el jefe de los secuestradores. Había algo que no cuadraba; aquellos hombres parecían sacados de una telenovela mexicana. Demasiado bien parecidos; demasiado corteses. Demasiado ¿falsos?
―No se les ocurra oponer resistencia y mucho menos escapar. Los terrenos que rodean el palacio de la Duquesa están estrictamente controlados ―dijo Iván.
La Duquesa. ¿Quién era? ¿Se trataba de ese “alguien muy poderoso”, de la persona que había encargado el secuestro?
―Antes de conocer a la Duquesa será imprescindible que se cambien. El desfile en traje de noche lo harán en realidad a la hora del desayuno. Bienvenidas a Villa Alba.
Las misses cayeron en la cuenta que habían hecho aquel viaje en traje de baño. Y pensaron al mismo tiempo en el desfile al que nunca asistieron:
―No piensen que esto va a durar mucho tiempo ―dijo Miss Zulia―. La policía habrá descubierto que no estuvimos en el desfile; los organizadores del concurso sabrán que hemos sido secuestradas. De alguna manera, nos encontrarán.
Miss Zulia hablaba con valor, aunque las piernas le temblaban.
Iván no disimuló una sonrisa que casi era compasiva:
―La policía nunca sabrá que ustedes están aquí. Nadie sabe ni siquiera que ustedes fueron secuestradas. En realidad, ustedes sí estuvieron en el desfile. Tres impostoras que trabajan para nosotros ocuparon sus lugares. Y creo que lo hicieron demasiado bien.
Las misses se miraron con cara de desamparo. Iván dirigió una mirada a Miss Nueva Esparta:
―Anoche usted fue coronada como la nueva Miss Venezuela.
Los tres hombres soltaron sonoras carcajadas mientras conducían a las misses a aquel palacio imposible en la selva más verde del mundo.

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La imagen, de una serie titulada Crowning Moment / Miss Universe (2010), fue obtenida del sitio Jellystrawberry.blogspot.com.

© Derechos reservados. Ricardo López Díaz y Cuadernosparis.blogspot.com.