viernes, 18 de enero de 2013

‘Life of Pi’ o la moraleja del naufragio




Hace un par de semanas fui con Samuel a ver el monumental filme Life of Pi (en francés, L’odyssée de Pi). Pudimos haber tenido la oportunidad de ver la película en  su versión 3D, pero como la tercera dimensión me ha parecido una simple fiebre pasajera, compramos las entradas para ver la función en la clásica 2D de toda la vida. Tal vez fue un grave error. La cinta, dirigida por Ang Lee, es un festín visual de principio a fin, una sinfonía de colores y arte, belleza y grandeza. Lamenté, por la primera vez, no haber estado en una de esas funciones 3D en las que piensas que puedes tocar todo lo que ves en la pantalla al mismo tiempo que la cabeza te da vueltas y vueltas

En todo caso, y volviendo al tema, la historia cuenta el naufragio de un adolescente indio en pleno océano Pacífico. Viaja acompañado de un tigre de bengala. Prefiero no continuar porque no me gusta contar una película sin saber si los que leen esto ya la han visto. Prefiero, simplemente, compartir la moraleja que aprendí aquel día en el cine: la vida es como naufragar en pleno mar. Creemos que estamos solos, pero en realidad viajamos con nosotros mismos, con una parte de nosotros, que es feroz y primitiva, y con la que debemos aprender a convivir. Sin caer en un dilema freudiano o moralista, pienso que nuestra vida es mejor cuando sacamos de nosotros lo mejor, gobernando nuestros impulsos inútiles, que tanto nos desgastan, aunque debamos convivir con ellos para siempre. 

La partitura de Life of Pi fue premiada con un Globo de Oro este mes. La película tiene 11 nominaciones al Oscar. Más allá de los premios, es una lección que constituye un espejo de nuestra condición humana, apenas a flote en los mares de este mundo, con la esperanza cierta de llegar algún día a la orilla.


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En la imagen, un fotograma de la película Life of Pi (2012), de Ang Lee.

Más historias de la mansión Loyola




La historia de la mansión Loyola sigue dando de qué hablar. No es para menos. El deslumbrante caserón, situado en la avenida Doctor Portillo, en Maracaibo, se levanta orgulloso, entre las ruinas, para recordarnos su pasado y sus historias sin duda siempre apasionantes, tal vez por el cierto halo de misterio que las rodea. En diciembre del año pasado, recibí una carta del señor Henry Lares, quien comparte nuevos datos acerca de la identidad de Joshua Da Costa Gómez, el primer propietario de la mansión. Reproduzco a continuación, con algunas modificaciones de estilo, las palabras de este amable lector:

Estimado Ricardo López-Díaz: (...). [Quisiera] también añadir un par de datos a los interesantes relatos de los señores Jaime Jansen y Sánchez Govea.

Los Da Costa Gómez son una muy importante presencia en nuestra isla hermana de Curazao. De hecho, fueron una fuerza política muy importante hasta hace pocas décadas, habiéndole dado a la isla antillana un primer ministro —no dudo de que mantengan una posición aventajada. Las tumbas del personaje que nos ocupa, Joshua Da Costa Gómez (fallecido el 5 de febrero de 1938), y de su señora, Adèle R. Da Costa Gómez Baiz (fallecida en 1953), se encuentran en el cementerio sefardí de la isla, junto con otras tumbas y monumentos igualmente impresionantes y pertenecientes a sus ancestros.

De los tranvías que se le imputan a Da Costa Gómez como propiedad, la historia nos indica que era dueño, o accionista principal, de los tres sistemas existentes hasta el año 1934. Éstos eran los sistemas: ETEBV, ETEM y ETFE, que totalizaban 36 tranvías y tenían una inmensa red de rieles de 41 kilómetros de largo, conectando diversas áreas de la ciudad. También se sabe que las tres redes de tranvías desaparecieron abruptamente en 1934, cuando posiblemente por desavenencias con el Gobierno de Juan Vicente Gómez se les haya obligado a cerrar. Sabemos también que la propiedad se le vendió al colegio Alemán en el 38, y es de suponer que la casa haya sido vendida por la sucesión de Da Costa Gómez, y no por él mismo, ya que él se encontraba en Curazao a principios de año cuando falleció el 5 de febrero.

En referencia a la plaza Reina Guillermina, la presencia de la reina holandesa y la donación de terrenos por parte de Da Costa Gómez... me temo que haya ciertas discrepancias con lo que en realidad aconteció; pero, es muy comprensible, ya que el señor Sánchez Govea, testigo presencial de la inauguración, sólo tenía ocho años de edad [en esa época]. Los terrenos no fueron donados por Da Costa Gómez, ya que él había fallecido en 1938.


Lo que pasó fue que el señor Enrique Lares Lossada, en ese entonces presidente del Rotary Club, auspició una campaña para recaudar fondos para la construcción de la plaza. Los terrenos fueron adquiridos y la plaza construida con donaciones de la entidad privada representada por el Rotary, y la colaboración del Gobierno del general Prato Chacón. Por ello se ven en la foto del discurso de inauguración a Enrique Lares Lossada (hablando), Alexander Johannes van Dobben (cónsul de los Países Bajos), y a los generales Néstor Prato Chacón, presidente (gobernador) y Rafael Virgilio Vivas, jefe de las Fuerzas Armadas del estado Zulia.

Hasta ahora no he encontrado ninguna referencia a la presencia de ningún Da Costa Gómez en las fiestas de inauguración; no aparecen en fotos, menciones periodísticas ni en las memorias de varios testigos invitados a las celebraciones con los que he consultado. También tengo bien entendido, por estas mismas fuentes, que aunque la reina Juliana visitó Maracaibo en otras oportunidades, ella no estuvo presente para la inauguración de la plaza construida en honor de su madre. Sí visitó Maracaibo en oportunidades posteriores cuando, al lado del príncipe consorte Bernardo de Lippe-Biesterfeld, condecoró al señor Lares Lossada con la orden de Orange-Nassau por sus esfuerzos en la construcción de la bella plaza.

Espero que mis comentarios le ayuden y entretengan. Respetuosamente, Henry Lares.

Estos comentarios no sólo entretienen sino que ofrecen mayor claridad a la historia de los Da Costa Gómez, gente próspera, visionaria, que le dio a Maracaibo su primer y tal vez último sistema de tranvías. Tenemos aquí otra versión de la construcción de la plaza Reina Guillermina, asociada en el recuerdo al caserón Loyola. La influencia holandesa (y por extensión curazoleña, antillana) parece haber dejado una huella importante en esta zona de Maracaibo, que tantos recuerdos dorados evoca de mi infancia.

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En la imagen, cortesía de Henry Lares, se aprecian Enrique Lares Lossada, leyendo el discurso de inauguración de la plaza Reina Guillermina; Alexander Johannes van Dobben, cónsul de los Países Bajos, y los generales Néstor Prato Chacón y Rafael Virgilio Vivas. Posiblemente, esta foto date de principios de la década de los cincuenta, en la época en que fue inaugurada la plaza.