viernes, 13 de enero de 2017

Los zombis están aquí


Aunque un poco tarde, me he enganchado a la serie The Walking Dead, que ya suma siete temporadas y que empezó a trasmitirse en octubre de 2010. Todo un tributo a una buena parte del cine de horror de los ochenta. No sé qué es lo que más me gusta de la serie: tal vez sea el decorado apocalíptico de una civilización en ruinas poblada por los restos animados de una humanidad nauseabunda y mortífera, o el retrato de esa parte de la raza humana, la que conduce la historia, la que precisamente no se ha convertido (aún) en zombi, pero que se devora a sí misma, se aplasta, se autodestruye en búsqueda de más poder o de una supervivencia no garantizada.

Por eso, en diciembre de 2016, estando una tarde con los niños, se me ocurrió pintar a un zombi desmembrado, arrastrándose con el torso y la expresión ausente, perdida en la mirada. Efectos especiales aparte, borbotones de sangre a un lado, The Walking Dead se ha convertido, como lo dije en su momento, en una representación de la tragedia de una especie entretenida en el fatal delirio de devorarse a sí misma.

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Un zombi pintado por mí mismo con pintura acrílica se pasea por un campo en penumbras. El decorado, torpe y humildemente, intenta homenajear a las Pinturas negras de Francisco de Goya (1746-1828).

jueves, 12 de enero de 2017

Suiza o la receta secreta del bienestar








Chocolates, quesos, navajas y relojes. Y siglos de una cultura exaltadora de la calidad de vida. Así podría resumirse parte del legado que los suizos han cultivado durante su historia y que ha hecho de este pequeño país, de unos 41.000 kilómetros cuadrados, una de las cunas por excelencia del desarrollo y el progreso. Pero, ¿cuál es la receta detrás de tantos logros económicos y sociales? Ésta es, creo, mi respuesta.

Llegamos a Zúrich por la tarde, un otoño de hace algunos años. Todo luce ordenado y perfecto. Preguntamos por la Paradeplatz, uno de los sitios, según una guía turística, más emblemáticos de la ciudad. Caminamos hacia la plaza y, al llegar, vemos una serie de edificios sobrios y una amplia parada de tranvías. Nada más. Le preguntamos a un hombre que compraba un puñado de castañas asadas, en un inglés poco menos que aceptable, cuál era el verdadero interés de aquel lugar. “Nada en particular. Paradeplatz es el corazón de la banca suiza, el centro financiero de Zúrich”.

Andamos algunos metros y miramos los escaparates situados en el sector de la Paradeplatz. Marcas de lujo, precios exorbitantes. Una bufanda estampada cuesta unos 380 francos suizos; un vestido, con motivos de flores, pasa de los mil francos suizos, el equivalente, casi, de un sueldo mínimo en Francia. Los zuriqueses que vemos en las calles parecen el símbolo de la prosperidad. Aquí no se trata de exhibiciones de mal gusto ni de derroches. Zúrich, capital económica de Suiza, es una de las primeras ciudades con mayor calidad de vida en el mundo. ¿Cuál es el secreto? 

Suiza es una democracia estable. Su particular sistema de gobierno otorga a cada comuna y cantón de la confederación la potestad de gestionar los asuntos locales. Situado en plena Europa Central, es una nación neutral desde mediados del siglo XIX. Es, además, la sede de una lista respetable de organizaciones internacionales, desde los cuarteles de la ONU en Ginebra hasta la FIFA y el Comité Olímpico Internacional. Fue en Suiza donde se fundó la Cruz Roja y donde Albert Einstein dio forma a su célebre teoría de la relatividad, y donde tantos creadores famosos, como Chaplin o Jorge Luis Borges, vivieron y dieron el último suspiro. 

Una población de poco más de ocho millones de habitantes se distribuye en un territorio multilingüe y cosmopolita. La educación es prestigiosa y selectiva, aunque criticada; sólo los mejores intelectos tendrán acceso a las escuelas politécnicas o a las grandes universidades, como la de Zúrich. La asistencia sanitaria es una tacita de plata y el resultado es más que evidente: los suizos figuran en el palmarés de los pueblos con mayor esperanza de vida del mundo. 

Eso sí, el costo de la vida puede resultar astronómico, como ya lo decía. Si bien los sueldos son elevados, decir que Suiza es costosa puede ser un simple eufemismo. Comer en un McDonald’s, para seis personas, puede llegar a los 70 francos suizos. ¿Un exabrupto? Algo así. 

Los malestares del bolsillo quedan aliviados, no obstante, cuando se posa la vista en los majestuosos panoramas que ofrecen los Alpes suizos, o cuando se visita la idílica ciudad de Vevey, en el cantón de Vaud, a orillas del lago Lemán. O cuando se camina por las calles del centro de Berna y se respira más orden, y se ven más tranvías. 

¿Tantas señales de progreso y calidad aseguran la felicidad de los suizos? Al parecer, sí, puesto que en abril de 2015 la ONU dio a conocer un informe que revela que los helvéticos son los más afortunados del mundo. Aunque la felicidad sea un tema forzosamente subjetivo, índices como el Producto Interior Bruto y la calidad de vida pesan, y mucho, en la percepción que podamos tener de eso que llamamos “ser feliz de verdad”. Es, al menos, lo que han dicho los expertos consultados por la ONU, que sitúan a los togoleses en las antípodas de los suizos.

Con sus fábricas de chocolates y navajas, su producción de quesos y relojes, Suiza pudiera tener una receta secreta para explicar tanto bienestar. Tal vez no sea muy secreta, sólo encriptada hasta cierto punto. El lema del país, en latín, dice: “Unus pro omnibus, omnes pro uno”. Traducción: “Uno para todos y todos para uno”.
Así de simple. 

No obstante, tanta perfección, ¿podría ser cosa de un decorado, de una fachada, de un algo que oculta lo que no se ve? La respuesta a esa pregunta, por supuesto, no la tengo y quizá nunca la tendré. Quizá no sea tan importante, después de todo. Mientras tengamos los chocolates y los quesos suizos, la vida continúa.
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En la imagen, una pasarela de madera y al fondo el lago Lemán, en algún lugar de (o próximo a) Ginebra. Fotografía del sitio ElGatho.com.