La nueva versión de Supermán, Hombre de acero (2013), es menos decepcionante que la anterior,
pero sigue siendo incomparable al clásico de los setenta y ochenta. Si bien
esta vez el guión de David S. Goyer intenta bucear en los tormentos de un
alienígena criado como granjero en la Kansas profunda, y hay detalles de esa
vida rural cuidadosamente retratados, el despliegue abrumador de efectos
especiales y el soso Henry Cavill terminan por hacer que uno se pregunte, en
los créditos finales, dónde diablos se habrá metido Christopher Reeve. Por
supuesto que lo sabemos, pero es sólo una pregunta inútil ante un desperdicio
de película que no le hace honores a una de las leyendas favoritas de nuestra
sociedad de consumo.
Supermán, mitad mito, mitad hombre, mitad extraterrestre,
mitad semidiós, es el elegido sobreviviente de una raza refinada y avanzada,
que, según la versión de Snyder y Goyer, llegó al colmo del progreso al
establecer un programa a gran escala de fecundaciones artificiales para poblar
su mundo con seres destinados, desde un falso útero, a convertirse en soldados,
científicos, obreros. Todo un guiño a Marx y al reparto del capital. Supermán,
o más bien Kal-El, es el primer nacido en condiciones naturales en siglos. Pero
nace en el peor momento: horas antes de que su planeta se autodestruya por el
mal uso de sus recursos naturales (¿otro guiño pero esta vez al discurso ecológico de nuestra
época?).
En fin, la historia es sobradamente conocida; Kar-El sale a tiempo de Kripton, llega a Smallville en vuelo directo, sus padres adoptivos son un ejemplo de amor y otras cosas más (como, por ejemplo, saber callar el mejor secreto del mundo: que tu hijo adoptivo llegó a tu patio trasero en una nave espacial), y el joven Clark, antes de autoafirmarse como un héroe planetario, lleva a cabo algunas pasantías que van de mesero a pescador y miembro del personal de un secretísimo proyecto científico-militar en el Polo Norte.
Pero este Clark se da cuenta de que la mejor piel de un álter ego es la de un periodista. Tal vez porque necesita estar cerca de su Louise o tal vez porque sepa que un reportero y un superhéroe son, a la final, casi que harina del mismo costal. Siempre me ha fascinado especular con las posibles teorías que explican por qué algunos personajes de historietas necesitan esconder sus hazañas detrás del escritorio de un periodista. Es el caso de Spiderman, un fotorreportero que disfruta de ángulos privilegiados gracias a sus acrobacias y saltos al vacío, y, por supuesto, de Supermán, que llega a un Daily Planet en plena revolución periodística, cuando los lectores pueden ser comunicadores tan eficaces como uno diplomado por una universidad. No olvidemos que este Clark Kent llega en el mundo de Facebook, Twitter y YouTube. Y de los blogs.
Por eso creo que la mejor escena de Hombre de acero ocurre cuando Louise decide publicar su reportaje en el blog de un conocido porque su jefe no lo acepta por razones que no vienen a cuento. Hubiese sido más interesante que se decidiera por crear el suyo propio, pero es obvio que aún se confíe en la monopolizadora construcción de informaciones de la maquinaria periodística, y, por lo tanto, es natural que los nuevos creadores de Supermán sigan dándole tanto reconocimiento a la industria informativa representada en el portentoso Daily Planet.
Al final de la película, con sus gafas de concha y un mal disimulado perfil de intelectual, Clark Kent se dispone a comenzar su nueva vida de periodista. Creo también que hubiese sido interesante que fuese el nuevo talento de la versión digital del Daily Planet para que así le tocara, a la par de sus misiones de salvador del universo, el trabajo de hacer periodismo en la red, “colaborando” con sus lectores, quienes reaccionan a las informaciones periodísticas creando más informaciones, construyendo un periodismo de coproducción.
Doce años después de haber recibido mi licenciatura en comunicación social, estoy convencido más que nunca de que el periodismo es un trabajo de superhombres que ha llegado a una época democratizadora en la que ahora todos somos un Clark Kent en potencia (Facebook, Twitter y blogs mediante).
Feliz día a todos los periodistas; feliz día a todos nosotros, los lectores de noticias que ahora somos también comunicadores en la luminosa era de la información y del espectáculo.
En fin, la historia es sobradamente conocida; Kar-El sale a tiempo de Kripton, llega a Smallville en vuelo directo, sus padres adoptivos son un ejemplo de amor y otras cosas más (como, por ejemplo, saber callar el mejor secreto del mundo: que tu hijo adoptivo llegó a tu patio trasero en una nave espacial), y el joven Clark, antes de autoafirmarse como un héroe planetario, lleva a cabo algunas pasantías que van de mesero a pescador y miembro del personal de un secretísimo proyecto científico-militar en el Polo Norte.
Pero este Clark se da cuenta de que la mejor piel de un álter ego es la de un periodista. Tal vez porque necesita estar cerca de su Louise o tal vez porque sepa que un reportero y un superhéroe son, a la final, casi que harina del mismo costal. Siempre me ha fascinado especular con las posibles teorías que explican por qué algunos personajes de historietas necesitan esconder sus hazañas detrás del escritorio de un periodista. Es el caso de Spiderman, un fotorreportero que disfruta de ángulos privilegiados gracias a sus acrobacias y saltos al vacío, y, por supuesto, de Supermán, que llega a un Daily Planet en plena revolución periodística, cuando los lectores pueden ser comunicadores tan eficaces como uno diplomado por una universidad. No olvidemos que este Clark Kent llega en el mundo de Facebook, Twitter y YouTube. Y de los blogs.
Por eso creo que la mejor escena de Hombre de acero ocurre cuando Louise decide publicar su reportaje en el blog de un conocido porque su jefe no lo acepta por razones que no vienen a cuento. Hubiese sido más interesante que se decidiera por crear el suyo propio, pero es obvio que aún se confíe en la monopolizadora construcción de informaciones de la maquinaria periodística, y, por lo tanto, es natural que los nuevos creadores de Supermán sigan dándole tanto reconocimiento a la industria informativa representada en el portentoso Daily Planet.
Al final de la película, con sus gafas de concha y un mal disimulado perfil de intelectual, Clark Kent se dispone a comenzar su nueva vida de periodista. Creo también que hubiese sido interesante que fuese el nuevo talento de la versión digital del Daily Planet para que así le tocara, a la par de sus misiones de salvador del universo, el trabajo de hacer periodismo en la red, “colaborando” con sus lectores, quienes reaccionan a las informaciones periodísticas creando más informaciones, construyendo un periodismo de coproducción.
Doce años después de haber recibido mi licenciatura en comunicación social, estoy convencido más que nunca de que el periodismo es un trabajo de superhombres que ha llegado a una época democratizadora en la que ahora todos somos un Clark Kent en potencia (Facebook, Twitter y blogs mediante).
Feliz día a todos los periodistas; feliz día a todos nosotros, los lectores de noticias que ahora somos también comunicadores en la luminosa era de la información y del espectáculo.
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En la imagen, una ilustración de Clark Kent cambiándose el
traje por el de Supermán, extraída del sitio Citizenkid.com. Supermán es un personaje de DC Comics, creado por
Jerry Siegel y Joe Shuster.