George Bailey es el personaje principal del inolvidable filme estadounidense It’s a Wonderful Life, realizado en 1946. Un estupendo James Stewart (1908-1997) da vida a este gran héroe de la vida, un padre de familia que pone de lado sus sueños para dedicarse al negocio de su padre, una modesta constructora que hizo posible que decenas de vecinos de su pueblo pudiesen adquirir una vivienda. George Bailey es, en mi opinión, el antepasado legítimo de Walter Mitty, otro gran anónimo que nos recuerda que el misterio de la existencia descansa en el acto más simple y cotidiano que repetimos todos los días.
Pero George Bailey es menos conformista que Walter Mitty. Se siente frustrado y atormentado por todo lo que pudo haber vivido, por todo lo que pudo ser suyo y nunca se hizo realidad. Por eso, en una Nochebuena, desesperado por las deudas y el fracaso, piensa seriamente en quitarse la vida. Un ángel sin alas llega del cielo para mostrarle cómo hubiese sido la vida de todos los que le rodean si él jamás hubiese nacido. En la gran escena final, George Bailey recorre las calles de su pueblo saludando a todos, deseándoles una feliz Navidad, bañado en sudor, arropado por una gruesa nevada, muerto de risa y agradecido por vivir la vida que le tocó.
En esta época de mi
vida, en la que tantas veces me siento como un Walter Mitty o como un George
Bailey cualquiera, en las que pienso que los fracasos y las desilusiones son
mayores que los innumerables privilegios que tengo, la lección de saber
disfrutar la vida tal como se me ha dado resume un necesario desafío y, tal
vez, una eterna discusión personal.
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En la imagen, el
actor James Stewart en un fotograma de la película It’s a Wonderful Life
(1946), de Frank Capra.