sábado, 8 de diciembre de 2012

Los más corruptos




El bloguero Pablo Paranagua, periodista del diario Le Monde, comenta la semana pasada el último informe de Transparencia Internacional, organización no gubernamental encargada desde 1995 de medir los índices de corrupción en el mundo. ¿Resultados de la edición 2012? Venezuela, de una lista de 174 países, ocupa el puesto número 165, llevándose la “palma” como el país más corrupto de América Latina, aún por debajo de Haití.

La noticia no debe sorprender a algunos. Para otros, el informe de Transparencia Internacional, que monitorea las actuaciones medibles del sector público de las naciones, no debe ser más que un recurso barato del “Imperio” para denigrar los valores, avances y logros de la Revolución. Cada quien que se forme su propia idea. Yo, por mi lado, prefiero observar y dar a conocer esta información por esta vía. El informe, por otro lado, otorga a Dinamarca el título del país menos corrupto del mundo. Bien por los daneses. Francia ocupa el puesto número 22, y aquí la noticia sentó muy mal, sobre todo en esta época en la que el desempleo ha aumentado como nunca y el fantasma de la crisis greco-española amenaza con un año 2013 cargado de nubarrones y desafíos.  

Pero volviendo a Venezuela, y para ilustrar este informe, doy un ejemplo: los pranes. Un país que permite que el crimen se organice y enriquezca desde las prisiones, pudriendo las bases de la ley, la justicia y el orden con una policía y unos juzgados que traicionan al ciudadano de a pie, es un país que también sabe cerrar las ojos ante la escalada de los precios, la inflación, el misterio de los apagones y el sinsentido de una vida que vale una simple cadena de oro arrebatada en una esquina de Sabana Grande, entre el estupor y la zozobra, el calor, el aroma de los perros calientes y el lejano eco de una pegada canción de merengue en la radio de un buhonero.

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En la imagen, una caricatura del artista argentino Quino, extraída del sitio Zoroasthro.blogspot.fr. Las palabras del hombre de la ilustración son las siguientes: “Bien, usted dirá. / Un momento, ¿qué significa esto? / ¿Pretende usted corromperme? ¿Eééh? ¿Está usted intentando corromperme? / ¡Pues entérese: no ha nacido, y se lo recalco, no ha nacido aún persona alguna capaz de corromperme! / ¡Ah, caramba! ¿Y usted cuando llegó a este mundo, seré curioso?”.
 

viernes, 7 de diciembre de 2012

El legado de un verdadero padre




Ahí donde estás ahora, seguro que debe haber interminables partidos de tenis y dominó. Hay buenos vinos, de los que tanto te gustan, y mucho bacalao y chorizo. Y debe haber recuerdos, muchísimos, los tuyos y los que nos dejaste. Aquí te recordaremos, sobre todo, por tu sonrisa y tu buen sentido del humor. Eras el primero en celebrar los chistes de los gallegos. “Gallego”, así te decían en Ciudad Ojeda, tu segunda tierra, sin saber muchos de los que lo hacían que esa noble palabra procede de una tierra de celtas, gaitas y costas profundas y azules. La tierra que te vio nacer, un invierno de hace unos cuantos años, en una casa de piedra gris, que aún conserva intactos sus propios recuerdos en sepia y su hórreo fiel. Tierra de bosques verdes como tu mirada buena, de hombre honrado, padre ejemplar y dedicado a su hogar y a tu familia. Los sacrificios que has hecho para criar tres hijos y ver nacer nueve nietos no los podrá saber nadie nunca. Son sacrificios que para ti, estoy seguro, fueron deberes cumplidos con alegría. Madrugar, llevar el pan a la casa; un día, dos semanas, cuarenta o cincuenta y tantos años. La vida se va rápido. Para ti, con varias paradas en el camino: Coristanco, Barcelona, Guyana, Maracaibo, Ciudad Ojeda. No debió ser cosa fácil cambiar el verdor húmedo de Galicia por el asfalto y el fuego de nuestro lago marabino. Pero nunca ningún cambio fue un problema cuando había que cumplir con los deberes de la vida con gratitud, constancia y honestidad. Sobre todo si al final del día había un buen plato de patatas fritas con carne asada sobre la mesa. Y el rico pan de una de esas panaderías maravillosas de Ojeda. Y el vaso de coca-cola con “vitaminas”.

Nos quedan algunas lágrimas todavía. Es normal, compréndenos. Pocas veces toca despedir a un hombre como tú, de esos que dejan huellas profundas de gratitud en el corazón. Esperamos que esta despedida sea breve, y que nos veamos muy pronto. Para abrazarte y recordarte lo mucho que te queremos. Para decirte que ya los problemas terminaron, y que después de tantos trabajos, penas e injusticias, la vida siempre terminó reconociéndote tu montaña de buenas acciones, tu herencia bendita, tu legado eterno de bondad. Ese legado que no olvidaremos nunca, el legado de un verdadero padre.

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En la imagen, mi suegro Marcelino Muñiz Lavandeira (1944-2012), a quien dedico con respeto y amor estas cortas líneas. La fotografía fue tomada en agosto de 2001, en el aeropuerto de Salt Lake City, Estados Unidos.

domingo, 25 de noviembre de 2012

La eternidad contada por los vampiros


Este fin de semana acompañé a Zureya a ver la última entrega de la saga Twilight. Después de haber visto las otras cuatro películas, y aunque todavía la historia no termine de convencerme del todo, he llegado a la conclusión de que el romance de los vampiros más populares de la década arrastra y seduce por su descripción de una eternidad adolescente, su visión del amor sin fin, perpetuado en el alma de dos enamorados que no probarán nunca la muerte y que vivirán para siempre dando saltos sobre rocas y cascadas, retozando en praderas de lilas y cazando ciervos en el bosque (con manos y dientes) llegada la hora de comer.

La muerte condiciona nuestra vida desde que nacemos. Decimos muchas veces: “Aprovecha la vida, vive el momento”. Lo decimos porque sabemos que algún día nuestra existencia llegará a su final. Algunos piensan que después viene la nada. Pero otros sí creen que hay otra vida después de ésta, y entonces viven la experiencia mortal con la seguridad de que habrá después otra etapa, un nuevo capítulo que se perpetuará justamente por los siglos de eso que llamamos la eternidad. Unir esa idea con la del amor que no se acaba nunca, que resiste el paso del tiempo, las huellas de la vejez o la enfermedad, equivale simplemente a encender una llama ideológica capaz de crear un fenómeno de masas, vender 100 millones de libros en todo el mundo y repetir en nuestro imaginario el eco de que los amores verdaderos sí existen, tal y como nos lo enseñaron Romeo y Julieta, y tantos otros enamorados de la cultura occidental.

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En la imagen, un fotograma de la película Twilight 4 (2011), de Bill Condon, muestra a los actores Edward Pattinson y Kristen Stewart.