miércoles, 23 de mayo de 2012

Una gramática funcional para periodistas



Éste es un extracto de mis notas sobre una propuesta de gramática funcional comunicativa para el periodismo. Algún día espero ser capaz de proporcionar un instrumento útil y eficaz capaz de ayudar a tantos estudiantes y periodistas profesionales a producir un discurso (textos) comprensible, correcto y capaz de arrastrar a los lectores a los mundos que sólo pueden vislumbrarse gracias a la invencible pasión de la escritura.  

La nueva Ortografía de la lengua española establece en su introducción que «la correcta escritura, el buen léxico y el dominio de las reglas gramaticales constituyen los tres grandes ámbitos que regulan la norma de una lengua» (RAE, 2010: XXVII). Aunque la Academia establece los fundamentos de su ortografía, diccionario y gramática bajo un necesario enfoque normativo, desde hace unos cinco años he pensado que éste puede ser el punto de partida para la realización de una propuesta de producción del discurso periodístico según los mismos valores recogidos en la citada premisa. He tenido la inquietud de algunos autores que nos invitan a «reflexionar juntos sobre el poder manipulador del idioma y sobre la herencia cultural que estamos perdiendo cada vez que desaparece una palabra o cuando la transformamos hasta anularla», como dijo el periodista Alex Grijelmo. Aquí podemos hablar de una palabra, pero también del título de una noticia, del texto de una crónica, y del reflejo de la sociedad que la prensa escrita, particularmente, dice que intenta mostrar con claridad, rigor y ética, y que a veces distorsiona y difumina como en los espejos de los circos ambulantes.

Antonio Franco, lingüista y profesor jubilado de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia, dice que gran parte del futuro de la lengua descansa en el uso que le dan los medios. Su expansión y difusión dependen, entonces, del periodista. De su creatividad, del manejo apropiado, pertinente y coherente del idioma. De su competencia lingüística. La comunicación, que depende a su vez de la cognición (también según Franco), es el instrumento clave por el que los humanos logran que sus enunciados sean comprensibles y puedan, a su vez, formar parte de la sociedad en la que viven. Un periodista que comprenda el papel que desempeña en el universo de la lengua, en su poder de transmitir ideas y de saber hacerlo bien, tiene en sus manos la llave para participar activamente en el mundo de la vida al que hará referencia, que sabrá conceptualizar con todas las categorías lingüísticas necesarias hasta convertir su texto (bien una noticia, una crónica o un reportaje) en un discurso que responde a las leyes de la comprensibilidad, la verdad, la rectitud, la eficacia lingüística o la ley discursiva, entre otros aspectos.

Hace más de 20 años, Rafael Cadenas consideraba que «el venezolano de hoy [el de ayer, en su caso] conoce muy poco su propia lengua. No tiene conciencia del instrumento que utiliza para expresarse. En su lenguaje, admitámoslo sin muchas vueltas, se advierte una pobreza alarmante». La realidad nos dice que los tiempos, en este sentido, no han cambiado. La preocupación manifestada por la lingüista Lourdes Molero en cuanto a «la escasa o nula preparación de nuestros jóvenes en algunas áreas clave de su formación» es igualmente válida para nuestros estudiantes de periodismo y aún más, y esto es grave, para nuestros periodistas diplomados por una universidad. Las «innumerables fallas» observadas por Molero ―«pobreza lexical, incorrección en ciertos usos sintácticos, desconocimiento de la ortografía; incapacidad para redactar textos cortos con ciertos niveles de originalidad, coherencia, precisión en la expresión»― son tristemente reflejadas en la redacción de titulares y noticias de los periódicos que leemos todos los días. Quizá por ello, García Márquez, presidente de la Fundación Nuevo Periodismo, afirmaba sufrir «como un perro» por la mala calidad del periodismo escrito.[1]

Consideramos que la clave del buen periodismo reside simplemente en el manejo eficaz de la lengua. Y este manejo, que puede ser a la vez brillante o mediocre,  confiere a su vez a los periodistas un poder que se pierde de vista. Alguien dijo que el periodismo da a quienes lo ejercen un poder importante. Y eso, justamente, explica que sean «los periodistas y quienes aparecen con ellos en los medios informativos [] los que manden en la norma lingüística», como dijo Grijelmo, quien aseguró: «El lenguaje es el instrumento de la inteligencia []. Quien domine el lenguaje podrá acercarse mejor a sus semejantes, tendrá la oportunidad de enredarles en su mensaje, creará una realidad más apasionante incluso que la realidad misma. Pero son muy pocos ahora los periodistas que se lo proponen». Y esto es cierto.

Pienso, entonces, que esta preocupación es necesaria. La prensa constituye el instrumento capaz de resumir el impacto del uso del idioma, su futuro, supervivencia y expansión, y me refiero a la prensa escrita por el hecho de que «mientras el habla es una capacidad innata y universal en el ser humano, la comunicación escrita es un fenómeno cultural, restringido» (RAE, 2010: 2); es decir, escribimos como una forma de comunicarnos y describir nuestro mundo, entorno, situaciones, citando expresiones dichas por otros, llegando a un receptor siguiendo una serie de esquemas y niveles en un proceso abstracto, complejo y muy personal que pretende otorgarle sentido a lo que decimos (escribimos) en contextos específicos y respetando un orden adecuado en la puesta en escena de nuestro discurso. Todo ello lo hacemos también al hablar, pero al escribir dejamos un registro, una grabación de nuestra representación del mundo. Nos conocemos mejor cuando sabemos escribir lo que leemos de nosotros mismos.

La vocación, entonces, con la que nace este proyecto en el que he pasado los últimos cinco años de mi vida consiste en enseñar a escribir ―a hacer periodismo, espero― a través de una propuesta basada en el sólido contexto teórico y metodológico determinado por las ciencias del lenguaje, específicamente la lingüística textual y el enfoque de estudio y análisis del discurso compuesto por la tríada de la pragmática, la semántica y la sintaxis funcionales.

Espero que todas estas ideas resulten claras y comprensibles para todos, muy especialmente para mis colegas periodistas, a quienes dedico con sinceridad e interés el fruto de este trabajo.

Asimismo, mi propuesta se reconoce parte o extensión (o más bien aplicación) de la gramática comunicativa aplicada al estilo periodístico de Antonio Franco. Quisiera dejar constancia de mi reconocimiento al profesor Franco, cuya labor docente e investigadora, durante más de tres décadas, en la enseñanza del lenguaje y la comunicación ha sido una fuente de inspiración para este trabajo. Deseo igualmente mencionar la influencia en esta obra de las aportaciones de Lourdes Molero y Julián Cabeza en la estructuración de un modelo lingüístico-comunicativo aplicado a la enseñanza de la lengua, cuyo eje rector ―el módulo actancial― constituye el pilar sobre el que descansan estos postulados.

En futuros artículos que espero poder publicar, aspiro a compartir, siempre en un lenguaje claro y sencillo, los principales elementos teóricos lingüístico-comunicativos con los que pretendo construir mi proposición de producción de textos periodísticos eficaces.

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En la imagen, un fotograma de la película Ciudadano Kane (1941), de Orson Welles.


[1] El País.com, 2 de septiembre de 2008. El artículo, disponible en línea, fue publicado tras la entrega de los premios de la Fundación Nuevo Periodismo, que preside el colombiano premio Nobel de Literatura: http://www.elpais.com/articulo/cultura/Garcia/Marquez/sufre/perro/mala/calidad/periodismo/escrito/elpepucul/20080902elpepucul_5/Tes

El discurso del rey



Anoche vi con Zureya El discurso del rey, la ganadora el año pasado de cuatro premios Oscar, incluidos el de mejor película y mejor actor para un ejemplar Colin Firth. Creo que el filme es un retrato maestro del miedo al fracaso en la comunicación de un dirigente mundial de la talla del rey Jorge VI, padre de la actual soberana de Inglaterra, Isabel II. En esta película, asistimos a la historia de una amistad entre un hombre acosado por sus complejos personales, reflejados en una tartamudez susceptible de ser curada, y un ortofonista australiano, Lionel Logue, cuyos remedios y astucias consiguen el milagro esperado: un mensaje coherente, bien pronunciado y articulado, en una voz firme que anuncia, ya en los últimos y sublimes minutos del filme, que la Inglaterra de finales de los treinta se va a la guerra contra la Alemania de Adolf Hitler.

Pienso que esta obra, que se ha ganado el pase con derecho a los grandes clásicos del cine, describe también el peso del discurso de los políticos y figuras gubernamentales y públicas. Recuerda que hay una gran responsabilidad concedida a quienes hablan desde los micrófonos de Buckingham o Miraflores. La tartamudez, que es una dificultad en el habla de muchas personas, puede ser también un símbolo de la incoherencia, vaguedad o inconsistencia del discurso de muchos que gobiernan sus países como reyes feudales con privilegios divinos e ínfulas de mesías a través de redes sociales en la distancia de una isla del Caribe.  

Me temo que para este tipo de tartamudeces no existe ninguna cura.
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Un fotograma del filme El discurso del rey (2010), protagonizada por el actor Colin Firth.

lunes, 21 de mayo de 2012

Lección de violonchelo



Siempre tuve el sueño de tocar el violonchelo. Cuando era niño, pasaba horas dibujando chelistas, haciendo trazos con el bolígrafo o con el lápiz en un papel, tratando de imitar el elegante cuerpo del instrumento, sus dos efes, su puente, sus cuatro cuerdas, el mástil que culmina en el clavijero y, por supuesto, la preciosa voluta en forma de caracol. Sólo con mirar un instrumento de cuerda, y muy concretamente un violonchelo, se puede decir que se ha visto una de las obras de arte más admirables que puedan existir.

Pero mi sueño tuvo que esperar varios, tal vez demasiados años. Logré matricularme en el conservatorio de Maracaibo cuando ya tenía 17 años cumplidos (me consideraba, entonces, demasiado viejo para estudiar música), y aún tuve que esperar impaciente unos meses más para poder iniciar mis primeras lecciones con el instrumento. Mi primer profesor fue Franco Faccio, excelente y paciente maestro capaz de lograr con éxito que sus alumnos dominaran el difícil arte de la postura, del saber sentarse, del cómo utilizar el arco, la posición de la mano izquierda. En suma, los primeros pasos, que son tal vez los más importantes. Un chelista que me vio tocar en España me dijo una vez que debía felicitar de su parte a Franco Faccio, mi primer profesor, justamente por eso, por haberme ayudado a aprender los correctos hábitos de la forma en que lo hizo. Gracias, profesor Franco, y, aunque un poco tarde, reciba estas palabras de un colega suyo, que aunque no conoce, es el coprincipal de la Orquesta Sinfónica de Galicia, considerada una de las mejores de España.

Por supuesto, al leer esto, que nadie se engañe. No soy un profesional ni creo que llegaré a serlo. Mis primeros años de estudio fueron interrumpidos cuando decidí ir a una misión religiosa por dos años como representante de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. A mi regreso a Maracaibo, logré comprarme un violonchelo, y desde entonces he dado tumbos con una decena de profesores, todos geniales a su manera y en su propio estilo. Me gustaría citar sus nombres, pero la lista puede resultar larga. A todos les recuerdo, y de cada uno he aprendido siempre una enseñanza inolvidable.

Domitille Sanyas es mi actual profesora en el conservatorio de Melun. Sí, a los 36 años, aún sigo empecinado en hacer realidad mi sueño. Con Domitille he aprendido la importancia de saber respirar y de saber buscar el sonido propio aún para tocar una escala. Sus clases son como una terapia, y tocar de nuevo el chelo en esta época de mi vida, justamente cuando menos lo esperaba, representa un remanso, una refrescante isla de paz. La música debería acompañarnos en cada minuto de nuestra vida. La música es esencial.

Desde octubre de 2011, todos los sábados, a las 9.30 de la mañana, voy al conservatorio de Melun. Al encuentro con la magia y el disfrute de poder soñar con los dedos y con el arco. A subir un peldaño más en una larga escalera que nunca pensé volver a recorrer. A una cita personal con un misterio insondable que transportan las ondas sonoras hasta nuestros sentidos. A una nueva lección de violonchelo.

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En la imagen, Pablo Casals, por Mudimba. La ilustración fue extraída del sitio Deviantart.com.