El próximo 2013, el
Tour de Francia cumplirá 100 años. Un siglo de hazañas, de jugosos contratos
millonarios firmados entre equipos de ciclistas y grandes empresas, de
escándalos, de llevar a su mejor expresión ese gusto francés por pedalear y
jalonar al viento una pasión sentada sobre dos ruedas. Para alguien nacido en
Maracaibo, acostumbrado a ver carros “por puesto” destartalados, microbuses
oxidados y flamantes últimos modelo, todo sobre unas calles de sol que nunca o
casi nunca saben qué es una bicicleta, el Tour puede adquirir la dimensión de
un misterio.
Un misterio que
empezó en 1903, y que ganó en 2003 el Premio Príncipe de Asturias de los
Deportes. La idea inicial fue de un periodista, Géo Léfèvre, quien convenció al
director del periódico deportivo donde trabajaba, L’Auto, de promocionar una carrera ciclística para promocionar su
empresa. La primera edición, en seis etapas, recorrió 2.428 kilómetros, y desde
entonces las competiciones no dejaron de sucederse en el tiempo, con
interrupciones que sumaron apenas doce años entre las dos guerras mundiales.
Hablar del Tour
constituye hacer una referencia inevitable a Lance Armstrong, el ganador siete
veces consecutivas de la carrera desde 1999 hasta 2005. Las denuncias por
dopaje resonaron hasta llegar a destronar al “rey” de su trono. Armstrong se defendió
algunas veces, pero decidió callar para siempre. Nuestra memoria nos dirá que los
maillots amarillos recibidos en sus siete coronaciones en el parisino Arco del
Triunfo como señor de la bicicleta serán suyos toda la vida.
Deporte e idiosincrasia
En todo caso, el
Tour es parte de la cultura de Francia, tan cliché como la baguette, la Torre Eiffel y Monet. Y es así porque la carrera
refleja un gusto colectivo, fortalecido por un plan gubernamental que ha establecido en todo
el país “pistas ciclistas, bicicletas de alquiler y otras
muchas iniciativas para acelerar este medio de transporte barato e inocuo para
el medio ambiente”, según informa la diplomacia francesa en su portal.
De este modo, es
posible conocer París o Lyon en una bicicleta alquilada, y, si se quiere,
llevar a los hijos a la escuela o ir al trabajo haciendo ejercicio con los
pedales. Hacer bicicleta es, desde luego, una forma ideal de conservar un buen
estado de salud y una explicación para entender por qué los franceses, ya en la
edad de la jubilación, lucen tan envidiablemente bien.
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Este texto fue
publicado en el número 63 de la revista Tendencia
(Maracaibo, Venezuela). La imagen, extraída del sitio Letour.fr, muestra a un ciclista durante la competición de 1930.