A estas alturas
existen tantos comentarios y críticas sobre la última entrega de la saga de
Christopher Nolan, The Dark Knight Rises (2012),
que sería casi una metedura de pata de mi parte si intentara hablar de la película.
Sin embargo, no puedo contenerme. Pese a considerarme un cinéfilo convencido, no
soy un experto, como lo he dicho antes. Pudiera decir esta vez que la partitura
de Hans Zimmer es colosal, que las actuaciones de Heath Ledger (Joker) y Tom
Hardy (Bane) en la segunda y tercera parte de la trilogía, respectivamente, podrían
llegar a considerarse dos monumentos a la gloria del cine moderno, y que Nolan ha
sabido dirigir e interpretar con mano maestra la gran sinfonía de Batman como
si se tratara de una tragedia sombría y sofocante, pero nada de esto podría servir
de argumento para justificar lo que el público serio y el lector entendido llamaría
una “crítica”.
No. Prefiero volver
al terreno de una interpretación más bien personal, y decir que el Batman de
esta década ha sabido tocar como pocas películas la fibra de una filosofía universal:
la capacidad del bien para descomponerse hasta descender al inframundo del mal. Esta
tesis constituye, desde mi punto de vista, el motivo conductor de las tres
historias y el contexto en el que un filme destinado a convertirse en otra maravilla
de efectos especiales, explosiones y coqueteos en clave de tecnología IMAX ha
sabido regalar actuaciones tan complejas y oscuras, reflejos de una psique que resiste
a contemplarse a sí misma ante el abismo. Algunos han querido reírse ante las
comparaciones con la clásica serie de los sesenta o aún con las hilarantes
obras de Tim Burton. En estos dos casos, Batman buscaba convertirse en un icono
de la cultura popular de un tiempo, algo que consiguió hasta el cansancio con
sus calzoncillos de bailarín o con una Ciudad Gótica en cartón piedra. Nolan es
respetuoso de las fuentes del cómic, y pretende aquí deshacer el mito, desandar
el camino, regresar al alma humana, regodearse con el reflejo miserable de lo
que contemplamos. Desde este enfoque, su trilogía sabe asustar mediante el
artificio hábil de mostrarnos las dimensiones de la siniestra ambigüedad del bien.
Por ello, me gustaría
hacer mención de algunas imágenes sacadas de las tres películas para
justificar mi argumento. La primera, de Batman
Begins (2005): el descenso al pozo del niño Bruce Wayne. Aunque la historia
nos cuenta que se trata de un accidente, que constituye la primera alusión a
los murciélagos y del que Bruce es rescatado por su padre, aquí presenciamos un
símbolo: la caída de la inocencia a las tinieblas, la primera inmersión del
bien en la oscuridad. Batman es un héroe enmascarado; su lucha se fragua y
desarrolla bajo la sombra. En ella viven los murciélagos, criaturas de la
noche. Aunque nunca se pone en duda el altruismo del millonario Wayne, su
personalidad oculta se esconde bajo el disfraz, con una voz distorsionada para
no revelar su verdadero yo. El bien, en esta primera versión de su ambigüedad,
se disfraza de una suerte de maldad-oscuridad para limpiar al mundo (Ciudad Gótica)
de malhechores y mafiosos. En otras palabras, el bien se pone la máscara del
mal para hacer más bien. ¡Qué trabalenguas!
La segunda imagen,
de The Dark Knight (2008): la degradación
moral de un personaje, el Joker, y su habilidad para descomponer todo lo que
toca, plan llevado a su máxima expresión en su “proyecto social” en el que
busca demostrar que todos podemos llegar a ser malos, obligando a los
tripulantes de dos embarcaciones a elegir a sus víctimas en el diabólico juego
de los explosivos. No es casual que Nolan clasifique la población de cada barco
entre supuestos civiles inocentes y civiles juzgados culpables. La balanza de
la justicia puede caer sobre cualquiera. Al final, el Joker se da cuenta de que
no ha logrado que sus rehenes se vuelen por los aires entre ellos mismos, pero
su gran triunfo es personificado en el emponzoñado Harvey Dent, el correcto y
honesto fiscal de Ciudad Gótica. Harvey es obligado, empujado por el Joker para
convertirse en un villano. Su apodo, Dos Caras, procede de una antigua ocupación
en su carrera como funcionario, y en la película hace también alusión a su
moneda de dos caras, con la que justifica su teoría de que todo hombre puede
forjarse su propio destino. No obstante, pienso que en la doble cara de Harvey
conviven, literalmente, el bien y el mal, el hombre y la bestia. El bien ambiguo
disfrazado de maldad. Y es que en sus últimas horas, Harvey-Dos Caras busca
hacer justicia y acabar con todos aquellos que, según él, causaron la muerte de
Rachel, su prometida. Sus crímenes son, en parte, los de un justiciero. El bien que
busca un pretendido bien a través del mal.
La tercera imagen, de
The Dark Knight Rises (2012): la destrucción
también moral, esta vez de un pueblo, de una ciudad. Según la filosofía del
chavista Bane, los ricos deben devolverle a
los pobres lo que les corresponde. Una justicia al estilo de los peores años de
la Revolución Francesa envía, así, a la muerte o al exilio (otra versión de la
muerte) a los privilegiados culpables de despojar a las masas de unos
beneficios que son de todos. En esta suerte de socialismo anárquico y
desbordado, la figura del tirano-mesías, Bane, pretende limpiar la humanidad de
todo aquello que es ínfimo y mediocre. Al monstruo terrible no le tiembla el
pulso para destruir y matar, para quebrarle a Batman su cuerpo y enviarlo al
infierno. Su objetivo es claro: por el bien de la raza humana, una bomba debe
destruirla para que haya un renacer, una nueva raza. La idea del renacimiento,
aunque los medios descritos procedan de una maldad cruel y salvaje, también
acaricia la imagen, la posibilidad de un bien supuesto.
En la saga de
Christopher Nolan no vemos, entonces, una lucha del bien contra el mal, sino del
bien luchando contra sí mismo y originando nuevas y peores versiones del mal. Es
en esta original y terrible puesta en escena del discurso donde reside la
grandeza de tres filmes que observo desde ya con la fascinación que producen las
auténticas obras de arte. Espero no ser malinterpretado. Sólo pienso que la saga del último Batman
expone como pocas veces se ha visto una nueva manera de reproducir la eterna
lucha entre los dos conocidos polos que luchan y coexisten para siempre en el corazón
humano.
*
La imagen, de Batman Begins (2005), fue extraída del blog
John-likes-movies.blogspot.com. En
este sitio, su autor desarrolla una feroz crítica contra el éxito de la trilogía
de Nolan. Bien dice el refrán que habla sobre gustos y colores.
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