El otoño comienza
con buen pie. Hoy leo con expectación y alegría el anuncio de la publicación de
la nueva novela de la escritora escocesa J. K. Rowling, la considerada “madre
de Harry Potter”. La obra, cuyo título en inglés, The Casual Vacancy, podría traducirse al español como La vacante casual, narra “la realidad
social y política de su país con una sátira que carga contra los prejuicios de
clase y reivindica a quienes viven en sus márgenes”, según he leído esta tarde en
El País. Ésta es la primera vez que
la narradora abandona el terreno de la literatura juvenil, y por ello la crítica
y millones de lectores tienen sus ojos puestos en el que ya puede considerarse
el éxito literario más importante del Reino Unido en 2012.
The New York Times dice que Rowling, en su incursión en la novela para adultos,
nos sumerge en el país de los muggles,
los tristes humanos que, como los tíos de Harry, viven en el mundo sin una
pizca de magia, con sus mentes estrechas, egoístas y aún esnobistas. El
parisino Le Figaro tilda la novedad
de “sombría y desencantada”, mientras que las librerías francesas esperan
recibir mañana a sus clientes con la traducción gala, presentada bajo el título
de Une place à prendre y según el
mismo formato anglosajón: cubierta amarilla, mismo espesor, 512 páginas. Todo por
23 euros. (Creo haber descubierto cuál será nuestro muy anticipado regalo
familiar de Navidad).
En todo caso,
celebro que Rowling haya salido del silencio. En una entrevista concedida a The Guardian y a la BBC, la escritora
dice, en sus propias palabras, que ha escrito su última obra con toda libertad,
sin presiones editoriales y con el total relax que debe producir tener la mayor
cuenta bancaria del Reino Unido, siendo ella aún más rica que la misma reina
Isabel II.
A Rowling, sin
embargo, todos le debemos la creación de un personaje destinado a convertirse,
de aquí a varias décadas, en un Quijote o Hamlet, en un producto cultural que
muchos siguen mirando con recelo (yo mismo lo hice alguna vez), pero que ha
sabido encaminar a la lectura a una generación de niños, jóvenes y, por
supuesto, adultos perdida en el laberinto de los videojuegos y teléfonos
inteligentes. Más allá de esta noble proeza, digna en su momento de un Premio Príncipe
de Asturias, el mayor aporte de Harry Potter consiste en un sublime mensaje
basado en la lucha por la inmortalidad, por el anhelo de no morir jamás,
contrapuesto al salvador antídoto del amor de una madre y de la amistad. Y esto ya lo he dicho antes.
Rowling regresa de
nuevo, ahora para hacer “sátira social y política”, como dice también El País. Esta vez no hay magia ni
escobas, ni hechizos ni escuelas de niños magos. Harry y su “madre” han
crecido. La infancia ha quedado atrás. Queda ahora la realidad de un pueblo
ficticio de la Inglaterra profunda (en el que espero sumergirme a partir de mañana),
en tiempos de crisis financieras y de valores, de elecciones presidenciales, de
esperanzas que resisten a frustrarse en el caos que nos deja la nostalgia, la
rutina y el desarraigo.
*
La imagen, obtenida
del sitio Devientart.com, constituye un dibujo de la escritora J.K. Rowling
realizado por un artista que firma con el estrambótico seudónimo (¿o apodo?) Jewjewjewlian.
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