Ahí donde las cámaras
de televisión han estado ausentes, los teléfonos inteligentes de los ciudadanos
de a pie han cumplido con la (casi) misma función comunicadora de un medio de difusión
masiva. Si ya no existe prácticamente ninguna voz opositora en el espectro mediático
de Venezuela, ahora hay cientos de miles de cuentas Twitter o Facebook que
reclaman el cambio, piden oraciones por el país, difunden fotos de marchas, de policías
en supuestos ataques contra manifestantes, de venezolanos en el exilio, en
Madrid o Salt Lake City, formando con sus cuerpos una marea humana que escribe
en el asfalto las siglas universales de auxilio: SOS.
El ciudadano-periodista, sumergido en el caos en el que se ha convertido la Venezuela de Nicolás Maduro, posiblemente ignora que, en palabras del lingüista y analista del discurso Patrick Charaudeau, los medios no reproducen exactamente lo que ocurre sino que reconstruyen la realidad guiados por un doble objetivo de captación y persuasión. Se piensa que hay un saber que se debe transmitir, puesto que se considera desconocido por parte de un receptor hipotético, y entonces hay que captar y persuadir con un mensaje: “Venezuela libre”, “Oremos por Venezuela”, “Maduro debe renunciar”.
La legión venezolana
de comunicadores-ciudadanos (se me ocurren tantos nombres para los nuevos periodistas
de la generación de las tabletas y las redes sociales) puede ser la verdadera
bomba de tiempo que haga estallar, que no desaparecer, al chavismo como
doctrina. Sus tuits, sus wasaps, sus fotos en Facebook y videos en YouTube son,
tal vez, mucho más eficaces que las emisiones de una cadena profesional de
informaciones como CNN. La imagen grabada a través de un teléfono, en el que
vemos a un policía patear salvajemente el rostro de un estudiante, es
persuasiva y capta toda nuestra atención. Nos envía varios mensajes, entre
ellos uno que nos pone los pelos de punta: tú pudiste ser el que estaba detrás de
la cámara de mi teléfono o, peor aún, el que recibía las patadas del policía.
La otra revolución que
se incuba en Venezuela en este momento es virtual, y sólo adquiere una
presencia material cuando asistimos desde la distancia a las marchas sin rostro
en las calles de Caracas, Maracaibo y San Cristóbal. Se trata de la legión de
periodistas-ciudadanos que reclaman un cambio, el fin de una era y el
nacimiento de otra, en la que (es el sueño dorado) se consigan por fin pastas
de jabón y huevos en los supermercados, y los delincuentes dejen de robar y
asesinar, y los venezolanos se unan de verdad y para siempre y logren lo que el
Padre Bolívar no se cansó de enseñar en la hermosa correspondencia de su vida.
Esa otra revolución
parece estar consolidándose gracias a las mismas herramientas de los medios,
que consisten en persuadir y captar al espectador de cualquier audiencia.
Y yo, sin quererlo,
o tal vez plenamente consciente, me dejo ir y llevar por esta ola de mensajes
que no cesa porque creo muy en el fondo, y ésta sí es una certeza personal, que
Venezuela merece una vida distinta y mejor de la que ha llevado en los últimos años,
los más singulares y tristes de su fascinante historia contemporánea.
*
La imagen, del fotógrafo
Jorge Silva (Reuters), retrata una de las manifestaciones ocurridas en Caracas
la semana pasada.
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