El país de las despedidas
Miércoles, 15 de julio. Los periódicos, las redes
sociales y las conversaciones atrapadas al vuelo entre amigos o desconocidos me
sumergen en el debate ineludible de la supuesta emigración forzosa de los
venezolanos. Se trata, al parecer, de un fenómeno en constante crecimiento
según los estudios de varios sociólogos y los miles de testimonios recogidos en
foros y páginas web. Es un tema apasionante y que me interesa directamente
porque mi familia y yo, sin preverlo, nos hemos convertidos en cinco de los
casi dos millones de compatriotas que viven actualmente en un país extranjero.
Somos parte de la diáspora. ¿Venezuela se hunde? Miles parecen responder con un
enérgico “¡vayámonos ya!”.
Hace unos tres años, un grupo de estudiantes de una universidad caraqueña produjo un segmento audiovisual de entrevistas y testimonios bajo el sugerente título Caracas, ciudad de despedidas. Entonces, las críticas llovieron como una avalancha sobre aquellos jóvenes realizadores, que supieron expresar como nadie el inconformismo y la impotencia de la juventud de la clase media o más bien alta de Caracas. Pero aquel vídeo también supo conectar con buena parte de la opinión pública de entonces… y de ahora. La famosa frase “me iría demasiado” ―gramaticalmente incorrecta, de indiscutible gancho― se ha convertido en una suerte de himno que miles parecen entonar mientras legalizan sus documentos y diplomas, y preparan sus maletas para irse a Estados Unidos o Canadá, o España o Panamá.
Hace unos tres años, un grupo de estudiantes de una universidad caraqueña produjo un segmento audiovisual de entrevistas y testimonios bajo el sugerente título Caracas, ciudad de despedidas. Entonces, las críticas llovieron como una avalancha sobre aquellos jóvenes realizadores, que supieron expresar como nadie el inconformismo y la impotencia de la juventud de la clase media o más bien alta de Caracas. Pero aquel vídeo también supo conectar con buena parte de la opinión pública de entonces… y de ahora. La famosa frase “me iría demasiado” ―gramaticalmente incorrecta, de indiscutible gancho― se ha convertido en una suerte de himno que miles parecen entonar mientras legalizan sus documentos y diplomas, y preparan sus maletas para irse a Estados Unidos o Canadá, o España o Panamá.
Un sociólogo entrevistado la semana pasada por el semanario Tal Cual dice que los venezolanos se van obligados, a la fuerza. Ante el escenario de una supuesta fuga de cerebros, habla más bien de una “circulación de talentos” puesto que esta vez los compatriotas que se han ido para estudiar en el exterior lo han hecho con sus propios medios y no con una beca como en el pasado. Esto de los “propios medios” es un eufemismo para no entrar en detalles sobre el extinto Cadivi, el antiguo órgano regulador del uso de las divisas extranjeras para viajes, compras y estudios, y el responsable del calvario psicológico que muchos llegamos a padecer.
¿Venezuela se hunde? No, no se hunde. Vivimos días muy sombríos, ya vendrán mañanas mejores. Irnos es una solución ante el cataclismo venezolano contemporáneo de cada día, pero no la única.
*
En la imagen, una fotografía del suelo decorado por
el artista plástico Carlos Cruz-Diez. Esta obra, titulada Cromointerferencia de color aditivo, está situada en el terminal internacional del
aeropuerto Simón Bolívar (Maiquetía, Venezuela). Muchos consideran que éste es
el decorado por excelencia de los venezolanos que se despiden de su tierra. La
fotografía fue extraída del sitio Confidencial.com.ve.
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