Ahora que las vacaciones parecen una especie de sucesiones de imágenes confusas y lejanas, por no usar la expresión-cliché de “recuerdos desteñidos por el tiempo”, se me ocurre en este domingo de otoño, gris y un tanto tristón, sacar a la luz este breve registro de lo que viví con mis niños el pasado mes de julio. Creo que vale la pena decir que esta experiencia me permitió descubrir lo que muchos ya saben: que el teléfono móvil puede ser también un cuaderno de notas, útil e incómodo a la vez. Pero lo más importante tal vez sea decir que estos recuerdos refuerzan lo que siempre he sabido: que mis niños son los mejores tesoros que la vida jamás pudo darme.
Día 1. Sin Netflix ni YouTube ni Instagram. Así parece que serán nuestras
dos semanas de vacaciones en el centro y oeste de Francia. En nuestra primera
parada, la casa en Auvernia que Cédric, un amigo, nos ha prestado y que está en
misión humanitaria en África, no tenemos conexión a internet ni agua. Estamos
esperando que Cédric nos envíe una paloma mensajera para que sepamos dónde está
la llave que nos permitirá disfrutar del líquido esencial. Todos necesitamos
una ducha. Algunos, desesperadamente.
Pero toda aventura tiene un comienzo: la odisea de salir de nuestra casa. A
una hora, no importa cuál. Me parece que el fin del mundo se acerca porque lo
que más llevamos es comida. Latas de conservas, galletas, leche, frutas… Ya
veremos hasta cuándo nos alcanzan las reservas.
Mientras, el efecto de estar desconectados del mundo digital comienza a
surtir efecto. Por la primera vez en mucho, mucho tiempo, mis tres hijos corren
en un enorme jardín. Juegan juntos. Se divierten. Sudan. No importa que no haya
agua y mucho menos internet. Una pequeña galería de recuerdos entrañables se
instala en mi memoria al tiempo que cae la tarde en Auvernia y un cielo de
color rosa se llena de pájaros y fragancias de hojas y flores. Otras vacaciones
--éstas en particular más que merecidas-- acaban de comenzar.
Día 2. Me despierto a las tres y media de la madrugada. En apenas media
tarde, el váter ha quedado indescriptible. No me quiero imaginar lo que podría
ocurrir si seguimos así. Por suerte, me vuelvo a dormir, y horas después, en un
mensaje, leo que Cédric me explica el itinerario para descubrir el lugar en el
que reposa el Santo Grial: la llave de paso del agua. Qué alegría. El día comenzó
con la mejor noticia posible.
Todos duchados podemos pensar mejor. El día está nublado y más bien fresco.
Nadie quiere salir. La ausencia de internet sigue obrando milagros: Samuel
vuelve a ser un asiduo lector y se ha puesto de nuevo a la noble tarea de lavar
los platos. Verdaderamente, sin Instagram y YouTube, el mundo antes era, en
cierta manera, mucho mejor.
El estar desconectados nos permite también compartir más entre nosotros. Se
dicen cosas que nadie imaginaba. Se hacen también anuncios inesperados como
éste, por ejemplo: Emma ha decidido no llevar más cola a partir de ahora. Es su
modo de marcar el paso a una etapa, el collège. Una decisión nada
simple, sobre todo para quienes conocemos cuán arduas pueden ser las mañanas de
Emma ante el espejo.
Por la tarde, nadie se anima a ponerse un zapato. Al final, me decido a
romper el hielo, y digo que hay que darle una vuelta al pueblo más próximo, Saint-Éloy-les-Mines.
Pese a todo el cargamento de comida que nos trajimos, nos hemos quedado sin
pan. De vuelta de la panadería, nos detenemos en un parque con una laguna
artificial. Los niños empiezan a jugar y hasta se meten en el agua con todo y
ropa. El que mejor se lo pasa es Lucky. Todos al agua, yo con el móvil haciendo
fotos, y el segundo día se termina. Esta vez sin agua caliente. Mañana, decía
la sabia Escarlata O’Hara, será otro día.
Día 3. Esta mañana visitamos un museo en Clermont-Ferrand, la capital de la
región. La idea consistía en que cada quien eligiera un cuadro que le resultara
interesante. A mí me sorprendió un enorme lienzo de Henri Delacroix-Ross, La
lucha por la vida. La pintura representa la escena dramática de un
naufragio en el que un grupo de hombres y mujeres tratan desesperadamente de
salvarse, de mantenerse a flote. Algunos logran aferrarse a la frágil embarcación.
Una explicación de la obra dice que algunos hombres lanzan al mar los cuerpos
sin vida de otros náufragos. Los rostros se ven aterrados, pero lo cierto es
que una luz cálida hace pensar que un nuevo día va a comenzar, y, por
consiguiente, una esperanza hará posible que la suerte de los infortunados
cambie, por fin, para mejor.
No fue difícil asociar este mensaje con las fuerzas que necesitamos muchas
veces para saber mantenernos a flote, con la cabeza fuera del agua. Hay
momentos en los que creemos que una tempestad va a sumergirnos en la
profundidad de nuestros desafíos. Perdemos la esperanza y el miedo destruye
cualquier posibilidad de una salvación. Entonces, de repente, el sol vuelve a
asomar sus rayos, y un nuevo día, una nueva vida, comienza.
No todos los naufragios terminan así, pero desde luego la vida sí que es
una lucha. Una auténtica batalla en la que no podemos perder, por nada del
mundo, la luz de nuestra sonrisa.
Día 4. El blog Salud casera dice que la desintoxicación “tiene como
propósito rejuvenecer la mente y el cuerpo e impactar positivamente el
bienestar y la salud general. Sin embargo, algunas veces, la reacción inicial a
un programa de desintoxicación puede ser de todo menos placentera. Durante una
crisis de curación, uno se puede sentir hasta peor que antes de implementar los
cambios en el estilo de vida con el objetivo de mejorar la salud”. Me gustaría
repetir esta frase: “La reacción inicial a un programa de desintoxicación puede
ser de todo menos placentera”. Esto he podido comprobarlo en los últimos cuatro
días.
Sin internet, la vida de mis niños se puede hacer cuesta arriba. Piensan en
todos los programas de sus cadenas YouTube que han tenido que perderse. Y ni
hablar de la PS4. Salir de la casa de Cédric es, pues, una proeza. Una hazaña
que da sus frutos. Como el indescriptible atardecer en Servant, un pueblo
próximo al nuestro en el que han creado otra laguna artificial en la que se puede
pescar y admirar un paisaje increíble. Respiro y veo las nubes que cubren el
campanario. Lucky disfruta los privilegios de la natación y los niños juegan.
Los efectos positivos de la desintoxicación llegan. Poco a poco.
Día 5. Cada 14 de julio me da por escribir una especie de carta de amor dedicada a
Francia, mi país de adopción y el que me ha dado tantas increíbles
oportunidades en mi vida. A pesar de las diferencias culturales que a veces son
tan evidentes, tengo que reconocer que estoy perdidamente enamorado de Francia.
Se trata de un amor condicionado por un poderoso sentimiento de gratitud.
Este año, creo que por segunda vez desde que estamos aquí, asistimos a un
espectáculo de fuegos artificiales organizado por las autoridades locales de
Saint-Éloy-les-Mines. Fue increíblemente hermoso. Minutos antes, inyectamos a
nuestras arterias una buena dosis de colesterol con sendas latas de Coca-Cola y
unos sándwiches que nos comimos en una venta de comida organizada también por
el pueblo. Había un aire de fiesta de barrio, de familia, donde todo el mundo
conoce a todo el mundo. Me encantó.
Horas antes fuimos de nuevo a Servant. El agua de la laguna estaba un poco fría, pero la arena nos invitó a crear juegos de momias y de investigaciones arqueológicas anunciadas ante las cámaras imaginarias de medio planeta. Hubo risas y, antes, unos perritos calientes. Hoy la dieta se fue de paseo, pero qué importa. Es 14 de julio. Vive la France !
Día 6. Me parece que a esta crónica tengo que cambiarle el nombre. Ya no
serán dos semanas sin wifi sino sólo una. Hoy llegamos al camping de Port
Mulon, en la región de los Países del Loira. Veo en la recepción que por 23
euros podremos tener conexión a internet sin límites. Caro. Pero no me lo
pienso dos veces. La magia de Netflix y de las redes sociales comienza a obrar
efecto. Todo el mundo feliz.
Además, el camping es muy agradable. Estamos en una tienda muy bien
equipada. Todo se ve limpio y confortable. Los responsables parecen buenas
personas. La segunda semana de nuestras aventuras comienza con buen pie.
El viaje, por otro lado, se hizo un poco largo. Hoy tuvimos un día soleado.
Los campos se veían amarillos de tanta luz; el cielo, casi sin nubes. Pero
nosotros, puertas adentro, soportábamos los efectos de una lluvia
preadolescente. Que si Samuel me dijo, que si Emma esto, que si Daniel aquello…
Me entretengo con la idea de que me falta muy poco para dejar a los niños en el
primer internado que vea en el camino.
A veces me queda el consuelo de Lucky, pero no hay que hacerse muchas
ilusiones. En apenas su primera media hora en el camping, recibió el primer
premio al perro más pesado, desobediente y ruidoso. Menos mal que la semana
comienza con buen pie. Y sin fotos.
Día 7. La Fundación del Español Urgente afirma que la voz inglesa ‘camping’
debe escribirse en castellano ‘campin’. El plural es ‘cámpines’. Tengo que
decir, entonces, que éste es un excelente campin. Modesto, más bien pequeño,
pero a los niños les encanta y están como pez en el agua. Literalmente. Hoy han
pasado casi todo el día en la piscina, que está a pocos metros de nuestra
tienda.
Lucky ya está más adaptado. Se queda en pose de perro guardián cuando nos
alejamos un poco de la tienda. Cualquiera se lo cree. Se pone a ladrar cuando
ve a otros perros. A nadie parece importarle. Se ganó su primer premio, y ya
está.
Por mi lado, hoy pasé un día en plan Cenicienta: lavar la ropa sucia que
trajimos de Auvernia --era una urgencia--, preparar comidas --como siempre-- y
lavar los platos haciendo el recorrido ida y vuelta una veintena de veces entre
la tienda y el local donde se sitúan los sanitarios, las duchas y los grifos
para lavar lo que hace falta después de comer. Desde mañana, la esclavitud
vuelve a implantarse, al menos en la pequeña porción del campin de la que soy
responsable.
Poco antes de hacer este viaje había comenzado a ver la serie Downton
Abbey, que describe la vida de una familia de la aristocracia inglesa de
principios del siglo XX que vive en un palacio y que es atendida por un
ejército de criados. Por un instante, me vi atendido, cual conde de Grantham,
por un mayordomo, una ama de llaves, asistentes, ayudantes de cámara, una
cocinera, pinches de cocina. La realidad me ayudó a espabilar. Eso será en otra
vida, en una en la que no existirán los ‘cámpines’.
Día 8. Nantes es una ciudad que fascina. Tiene la elegancia de París y el
dinamismo y la pasión fervorosa por el arte de Barcelona. Hay un sitio mágico
que se llama Las máquinas de la isla, inspirado en la literatura futurista de un
ilustre nantés, el escritor Julio Verne. Un carrusel de monstruos marinos atrae
a los turistas tanto como un colosal elefante de unos doce metros, de madera y
metal, desde el cual es posible ver el perfil de la ciudad, capital de la
región del Loira Atlántico.
A Nantes hay que volver. Sin falta.
Día 9. El fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson publicó en 1952 su libro
de fotografías Images à la sauvette. La expresión francesa ‘à la
sauvette’ evoca el momento en el cual alguien llega corriendo a un lugar, roba
o se lleva algo que no le pertenece, y se va, también a la carrera, muy
discreto, sin que nadie se dé cuenta. La traducción del título del libro de
Cartier-Bresson al inglés dio como resultado The Decisive Moment, el
momento decisivo, clave, único.
La fotografía consiste en eso, en congelar un momento en el tiempo, un
instante que no volverá a repetirse jamás. El fotógrafo se encarga de robarse
ese preciso y decisivo segundo en el que se produce un gesto, una acción única,
un simbólico ademán. Y lo hace casi como una especie de ladrón inocente, que
sustrae al imparable vaivén del péndulo del tiempo ese retrato que quedará para
siempre inmortalizado en el recuerdo.
Esta tarde pensé en todo esto cuando logré capturar más o menos con suerte
el “momento decisivo” en el que Daniel me hacía una demostración de su peculiar
salto al agua. Ese instante no volverá nunca más, así que me lo robé. Los años
pasarán, Daniel se convertirá en un hombre, la piscina en la que hoy se
divirtió esta tarde desaparecerá. Pero ese segundo quedará para siempre conmigo.
Para siempre.
Día 10. Hoy el cielo se cubrió de nubes y cayeron algunas gotas a ratos. El
verano también se va de vacaciones de vez en cuando, sobre todo en esta región.
Los niños prefirieron quedarse de nuevo en el campin. Han hecho nuevos amigos.
Emma conoció a una chica de su edad que viene de la Lorena, del este de
Francia. Se llama Enola. También se hizo amiga de Océane, que ya se fue, así
como de Kara, una niña irlandesa de nueve años. Llegó con sus padres y sus
hermanos tras cuatro horas de viaje. Es el ritmo diario que llevan para ir de
Irlanda a España, que es su verdadero destino para sus vacaciones.
Daniel también ha hecho amigos. Juega con unos trillizos que tienen su
misma edad. Son dos chicos y una chica. Están hospedados con su abuela en una
tienda como la nuestra. Son muy simpáticos.
Samuel ha tenido menos suerte en encontrar chicos de su edad, pero eso no
ha sido un problema para saber entretenerse en el campin. Lucky se ha adaptado
muy bien a la rutina. Ahora se merece otro premio, esta vez por ser paciente y
bueno.
Sin sol y con muchas nubes, este día de la segunda semana --con wifi-- de
nuestras vacaciones se fue volando.
Día 11. Los niños han logrado hacer aún más amigos. Esta tarde se unieron
casi todos para jugar. Antes comimos mejillones y salchichas asadas en una cena
organizada por los responsables del campin. Hubo música en vivo, un viento más
bien frío y un par de avispas que estuvieron a punto de arruinarnos la velada.
Por suerte, no lo consiguieron.
Horas antes visitamos un lago que ahora me recuerda tanto a un lugar de mi
infancia, la playa de Caimare Chico. El agua era oscura y fresca. Había aún más
viento. Y recuerdos. Muchos recuerdos.
Día 12. La playa de Saint-Michel-Chef-Chef es, según nuestra vecina, la
abuela de los trillizos, la preferida de los nanteses. El oleaje es imponente,
como suele ocurrir en muchas costas del Atlántico. Esta tarde, pese a un viento
frío y unos nubarrones que se mantuvieron muy fieles en su puesto, todos
decidimos que había que aprovechar una playa de la región.
No fuimos defraudados. Saint-Michel-Chef-Chef es una obra de arte. Las
cabañas de los pescadores se elevan sobre el agua mientras el mar pone sus
despojos sobre la arena.
De regreso, visitamos la ciudad portuaria de Pornic. Turistas, tiendas,
puesta de sol. Este verano en los Países del Loira no se me va a olvidar nunca.
*
La primera de las fotos muestra a Daniel en su “momento decisivo” en la piscina del campin. En la segunda, Lucky corre en la orilla de un lago situado en la región de los Países del Loira.
Me encanta como describes estas vacaciones mágicas! Francia es hermosa a través de tus ojos y comentarios! Gracias por compartir ! Cariños desde Arizona, Estela Hoffmann��
ResponderEliminarMuchas gracias y muchos cariños para toda la familia. RLD
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