Hace unas semanas, un sábado, mientras preparaba panquecas para
los niños y la casa se había llenado con los aires resplandecientes de un
ballet de Tchaikovsky, Daniel me hizo una pregunta que no ha dejado de darme
vueltas en la cabeza desde entonces: “Papá, ¿hay colores que no existen?”.
Mi respuesta fue casi inmediata: “Por supuesto que sí, pero ¡qué pregunta tan hermosa!”.
Mi respuesta fue casi inmediata: “Por supuesto que sí, pero ¡qué pregunta tan hermosa!”.
Y desde ese día, la idea me persigue. ¿Cuáles son los colores que
no existen? Ya con los colores primarios podemos conseguir una amplia gama de
tonalidades y matices. El catálogo, aunque extenso, con seguridad no puede ser
infinito. Pero luego me he dicho que, efectivamente, en el mundo aún debe haber
nuevos y muchos colores por descubrir: el rojo de la aventura, el amarillo
esperanzador por un mañana que siempre será mucho mejor, los azules de los
océanos en los que podemos sumergirnos y nadar sin miedo, sin culpas. Los
verdes de la vida mágica que podemos tener si tan sólo creemos que tal cosa es
posible. Los diferentes violetas y púrpuras con los que podemos llenar de
felicidad la existencia de aquellos que tanto cuentan para nosotros.
Este 2018, una de mis primeras metas consistirá en ponerme a la
tarea de seguir descubriendo la inmensa y maravillosa belleza de los colores
que podemos crear con nuestra voluntad de ser felices. Los colores que aún no
existen.
*
En la imagen, Study Colors. Squares
with Concentric Circles (1913), del artista ruso Vassily
Kandinski.
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