El cigarrillo de Betty Draper
No fumo, nunca he fumado, pero creo que en un cigarrillo
hay, como en todo, una metáfora de la vida. Hace casi un par de años mi vida
dio un tremendo vuelco. Fue como un sismo, o peor: fue como la destrucción de
un planeta entero. Tuve que mudarme a uno nuevo, y, mientras tanto, en el viaje
hacia una galaxia desconocida me vi a mí mismo aficionándome a un producto de nuestra
sociedad de consumo y entretenimiento fácil que hasta entonces había ignorado.
Me refiero a las series de televisión, ese ingenio que desde hace ya una
veintena de años está marcando con letras doradas la historia de nuestra civilización
a fuerza de robarle al cine cuotas de inteligencia. Esto parece exagerado, como
muchas cosas que suelo decir en este blog desconocido –¿aún existen los blogs?,
¿quién escribe un blog?, ¿y quién los lee?–, pero me gustaría compartir en estos
días de primavera algunas ideas que me han venido a la mente cada vez que
termino una serie, cada vez que pienso en el resultado de semejante trabajo de
creatividad, talento y arte, sí, arte. Algunas series de televisión son una manifestación
artística. En caso de duda, ahí está Tony Soprano.
O el cigarrillo de Betty Draper y su lección de vida. Betty
Draper es una ama de casa de revista. Sus cabellos rubios, resplandecientes, peinados
a lo Grace Kelly, armonizan con el conjunto de su primorosa vivienda de clase
media, situada en los suburbios neoyorquinos. Betty Draper es madre de dos
niños y la mujer de Don Draper, un genio de la publicidad en el Nueva York de
los años sesenta. No se puede entender a Don ni su historia, llevada a la televisión
en 92 inolvidables episodios bajo el título de Mad Men, sin entender a Betty. Ni cada uno de los cigarrillos que fuma.
Cuidado: si tienes la suerte de no haber visto aún Mad Men, no sigas leyendo. Aquí hay,
inevitablemente, spoilers. Betty
asiste al desmoronamiento de su matrimonio a fuego lento, poco a poco, sin que
nadie, ni ella ni su marido, se dé cuenta. Cada infidelidad de Don, cada una de
sus mentiras ocultas en un pasado que es imposible dejar atrás, pesa como un
plomo. Por eso, ahí están los cigarrillos. Para olvidar, para envolverse en una
nube de humo mientras los niños rocían las hamburguesas de kétchup, para
hacerse la dama glamurosa, triste y con clase. Para consumirse a sí mismo hasta
el final, hasta que no quede nada, sólo el recuerdo de una vida que nunca pudo
ser.
Un cigarrillo se enciende. Se chupa. Se inhala y se
exhala el humo. Nunca he fumado, pero imagino que así, más o menos en ese orden, va el
proceso de consumir la tristeza. Una y otra vez. Hasta que se acabe la caja. Y
vuelta a empezar.
*
En la imagen, la actriz January Jones en el fotograma
de un episodio de la serie Mad Men
(2007-2015), creada por Matthew Wiener.
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