En 1976, Venezuela era otra galaxia. El supersónico avión
de Air France, mejor conocido como el Concorde,
aterrizaba en Maiquetía una vez por semana. Los entonces reyes de España, Juan
Carlos y Sofía, llegaron a Caracas en octubre de aquel año. El desempleo en el
país había llegado a «su mínimo histórico», un 4%. Y el caraqueño centro
comercial Tamanaco inauguraba la «primera feria de comidas de Venezuela y
América Latina». Todas estas referencias pueden leerse en Wikipedia. Yo nací también en 1976. No fui noticia, excepto para mi
familia, ni formo parte de algún dato revelador de aquellos distintos años
setenta. Sólo soy un testigo, ahora en la distancia, del naufragio de mi
tierra, del apagón que sume en el desencanto a tantos compatriotas, del
desastre que vivimos todos cuarenta años después.
Hace poco vi un mapa de España en el que se sitúan los
tantos casos de corrupción. La derecha española, así como su versión de
centroizquierda, es tan cínica e incompetente como ese espanto socialista, loco
y fatal que ha hecho de Venezuela una sombra. Creímos que las riquezas se
debían repartir con igualdad y justicia, y creímos también que una nueva
versión dolarizada y light de la
Revolución cubana haría posible los supuestos sueños de Bolívar. Creímos tanto
que ahora ya no creemos en nada. Sólo en un posible futuro mejor. En un renacer. En eso sí que no hay
que dejar de creer. Nunca.
*
Plaza Venezuela, Caracas, años setenta. La imagen fue publicada en la cuenta Twitter Tu Zona Caracas el 23 de mayo de 2016.
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