La visión de las llamas devorando a Notre Dame, el consagrado
corazón de París, ha dado paso al anuncio de los millones de euros que las
mayores fortunas de Francia han puesto sobre la mesa para reconstruir la catedral.
Los medios han publicado la lista de los valiosos objetos preservados; aún es
muy pronto para establecer un balance de lo que es y será definitivamente irrecuperable.
Pero me parece revelador el hecho de que el interés de la opinión pública se
centre en las posibilidades que se abren para reconstruir el templo. La
destrucción de un tesoro arquitectónico se puede comparar al supuesto final de
una vida. No me refiero a la muerte, sino a la vida que hemos conocido y que
conoce un final, un adiós amargo y devastador, pero que da paso, poco a poco, a
una nueva luz, a una vida mejor, a un mundo posible que imaginamos alguna vez imposible.
La aguja de Notre Dame se desplomó entre el fuego
durante la tarde del lunes 15 de abril de 2019. Una nueva se levantará en su
lugar algún día. De nuevo.
*
Ésta fue la última foto que tomé de la catedral de Notre Dame, en París, en agosto de 2018.
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