Las ideas ajenas se respetan; esto no se discute, es una regla de oro. No obstante, cuando leo y escucho en el boca a boca de las redes que la educación universitaria es una pérdida de tiempo, creo que vale la pena compartir mis ideas acerca del tema. Pido prestado a Álex Grijelmo el título de su Defensa apasionada del idioma español, ensayo publicado en 1998, para argumentar mi posición ante un debate del que no puedo, por más que quiera, excluirme.
He pasado buena parte de mi vida en el ámbito universitario. Cinco años para obtener una licenciatura en periodismo (interrumpidos por un receso proselitista de dos años; sí, en otra vida, también fui misionero). Un año en La Coruña para completar un máster también en periodismo (la experiencia afianzó en mí la idea de que la universidad venezolana es, aunque se diga lo contrario, de calidad; al menos, lo seguía siendo a finales de los noventa). Cinco años más para culminar una tesis doctoral en París (otro máster, esta vez en estudios hispánicos, fue realizado en ese mismo periodo). Como si todo esto no fuera suficiente como para que me quedara tranquilo y me pusiera a hacer crucigramas como lo hacía mi padre en sus tardes de ocio, se me ocurrió la idea de inscribirme a distancia en otro programa doctoral, esta vez en Barcelona. Así redacté mi segunda tesis doctoral, cuyo tema (redobles de tambor) se basa en la literatura de Borges. No sé cómo no me he vuelto loco; poco me ha faltado para perder el juicio.
He quedado exhausto, es cierto. Creo que tantos diplomas no eran necesarios. Pero el resultado de estos casi tres lustros de estudios ha logrado que aprenda a pensar con cierta lucidez, con cierto orden y método, más o menos a la manera del famoso detective belga de las novelas de Agatha Christie.
Es verdad que se puede lograr el éxito en la vida sin un diploma. Es una verdad relativa, llena de más excepciones que de otra cosa, en la que, para empezar, la definición del éxito es de por sí polémica. Borges sólo tenía estudios de bachillerato, y esto se ha llegado hasta a poner en duda. García Márquez nunca terminó su carrera, y esto no le impidió convertirse en el formidable escritor que fue en vida. Lo que habría que tener en cuenta al mencionar estos ejemplos es que nos referimos ante todo a dos genios, a dos hombres dedicados al oficio de las letras cuya formación corrió por cuenta propia. Es decir, tanto el uno como el otro fueron lectores convencidos, devoradores de literatura; la educación que no recibieron en un aula universitaria fue sustituida por una que ellos mismos supieron crear a su medida.
La mayoría de los mortales no contamos con la misma suerte o con el mismo talento. Los estudios universitarios pueden representar, en algunos países, una respetable suma de dinero. Muchos se endeudan y pasan años antes de reembolsar lo que han prestado. Otros estudian y trabajan, y atienden una familia, y se convierten en malabaristas a la fuerza (éste fue mi caso). No obstante, creo que no debería quitársele brillo a una de las ambiciones más nobles que aún pueden existir: la de culminar un ciclo de estudios con la finalidad de aportar a este mundo, a esta sociedad tan complicada y a veces tan sórdida como es la nuestra, algo bueno, algo sustancialmente bueno.
Es cierto también que algunos realizamos estudios que luego dejamos atrás porque la vida nos va señalando otros caminos. Estudié periodismo porque siempre quise ser escritor. Pese a ello, el destino que he ido construyéndome me mostró otras oportunidades de trabajo, como la de dedicarme a le enseñanza del español en Francia. Sigo valiéndome del fascinante andamiaje de la comunicación y el lenguaje para ganarme la vida, aunque de otro modo. Lo que se aprende no deja nunca de resultar útil para seguir alcanzando nuevos objetivos, por muy diferentes que sean de los que nos fijamos al principio de nuestro recorrido.
Estudiar no será nunca una pérdida de tiempo. La base de tal empresa descansa en el conocimiento y en la muy breve y fugaz capacidad de observar el universo. De ahí viene, creo yo, el sustantivo que empleamos para designar al mundo que se encarga de proporcionar educación en la era más democrática en términos de acceso al aprendizaje que jamás haya existido: la universidad.
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En la imagen (del sitio Cnbc.com), un fotograma de la serie de televisión The Big Bang Theory (2007-2019), en la que cuatro científicos del Instituto Tecnológico de California comparten sus vidas entre sus profundos conocimientos académicos y sus ganas de vivir la vida como todo el mundo.
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