Eatonton es la capital literaria de Georgia. De los tres grandes nombres
que resaltan en el museo dedicado a los escritores georgianos —Joel Chandler
Harris, Flannery O’Connor y Alice Walker—, la obra de esta última autora,
premiada con un Pulitzer, creadora del universo de esa joya cinematográfica que
es El color púrpura (Steven Spielberg, 1985), es la que mejor
me seduce.
Hay algo en Eatonton, una presencia, una huella de
presagios, de cosas que ya sucedieron, pero que pareciera que estuvieran a
punto de volver a ocurrir. Antes de irme del pueblo, una señora se ofreció a
llevarme hasta una antigua mansión, todavía en pie, en la que se vivió bajo el
látigo de la esclavitud. Fue ahí donde vivió Joel Chandler Harris y el esclavo
que lo ayudó a inspirarse para narrar las viejas tradiciones del sur
estadounidense. Muy cerca, un camposanto acoge los restos de familiares de Alice
Walker; justo enfrente, una iglesia en ruinas recuerda la fe de quienes
cantaban glorias al dios de los hebreos, el que nunca olvida a los pueblos
oprimidos.
En el camino de regreso me encontré con varios campos
de algodón. El sol caía con fuerza en la tarde del otoño georgiano. La música
de Quincy Jones me acompañaba en el recuerdo, las imágenes de dos hermanas
separadas por la maldad de un hombre que, tarde, aprendió que el fondo de la
inocencia es algo que nunca puede ocultarse, que los juegos de palmas de manos
siguen y siguen, mientras una canción se repite bajo una cadencia de armónicas
y violines, de algún látigo lejano y de manos rotas, la cadencia del amor más
puro.
***
Foto: Martin Luther King's
Pulpit at Ebenezer Baptist Church, Keith Dotson.
No hay comentarios:
Publicar un comentario