Hoy me
derrumbé. Por primera vez caí en la cuenta de que estamos confinados porque
esto es, definitivamente, un estado de emergencia, una guerra sanitaria. No
había querido caer en el discurso catastrofista que inevitablemente se ha apoderado
de medio mundo en estos días, pero no me ha quedado más remedio que reconocer la
verdad: dejar de seguir tapando el sol con un dedo y admitir que miles de vidas
están en juego.
Las próximas
semanas, aquí, en Francia, cientos de personas van a morir. Son personas que
hasta no hace mucho tenían una vida como la mía: un trabajo, ilusiones, días
buenos, días malos. Son personas que han vivido, tal vez, a pocos metros de
donde vivo, que posiblemente se han sentado en el mismo vagón del metro en el
que me he montado en alguna ocasión. Muchos luchan por vivir mientras escribo
estas líneas.
Son
personas, seres humanos, vidas, que dejarán de existir por culpa de esta
tragedia. A todas ellas, y al valiente ejército de ángeles dedicados a aliviar,
en lo posible, con las uñas, las consecuencias de lo que estamos viviendo,
quisiera expresar en estas líneas mi más profundo respeto.
***
La imagen es
de Gonzalo Fuentes (Reuters).
No hay comentarios:
Publicar un comentario