Ninguna precaución,
ninguna medida de higiene parecen suficientes. Me lavo las manos unas veinte veces
al día. La piel del dorso se ha puesto aún más áspera. El contacto del agua con esa parte de la piel que se ha cuarteado comienza a doler. Si se me ocurre bajar
la basura a la calle, quisiera poder ponerme un traje de
astronauta. Ya mucha gente, o la poca que se ve por las mañanas, no camina por las aceras. Cualquier acción que hace unas semanas no tenía ninguna importancia
puede convertirse en un asunto de vida o muerte: rozar un dedo con una
superficie metálica; dejar, sin quererlo, que mi abrigo toque una puerta. Son cosas de la histeria.
El mundo
exterior se ha convertido en un inmenso Chernóbil.
***
Una imagen
de la miniserie Chernobyl (2019), de Johan Renck, publicada en el sitio France
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