Esta mañana
me desperté con el sonido de una música que venía del segundo piso. Estoy casi
seguro de que quien la puso fue nuestra vecina discreta y risueña, de origen africano,
que se encarga de cuidar a sus sobrinos algunos fines de semana del mes. En
ocasiones nos ha preguntado si nos molesta el ruido de los niños cuando la
visitan, y siempre, aunque que le digamos que no, se disculpa. Pero esta vez la
vecina, con toda seguridad —cuyo nombre, desafortunadamente, desconozco—, cedió
a la presión de estos últimos días de encierro y se dijo que nada mejor para
combatir el estrés de la cuarentena que un domingo con música.
Le di toda
la razón. La música era alegre, contagiosa, de aires africanos, con suaves
golpes de tambor. Me hubiese gustado que las melodías se prolongaran por más
tiempo, pero al cabo de un rato la apagó y se puso a pasar la aspiradora. Seguro
que con ella vive otro Lucky.
Aunque una cosa
no tiene nada que ver con la otra, de repente me imaginé a la vecina al sol, en
una tumbona en el balcón —imposible, hoy el día estuvo más bien frío—, vestida con una blusa
estampada de flores, un daiquirí sin alcohol en una mano y una novela de Agatha Christie en
la otra. Ésa es una de las imágenes que tengo en mente para conjurar los
efectos de la encerrona.
Una imagen, de tantas, de
la felicidad perfecta.
***
La imagen es
del sitio web Atelier Cocktail.
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