miércoles, 3 de abril de 2013

El misterio de la ‘rue’ Toullier





Ilich Ramírez Sánchez, conocido mundialmente como Carlos El Chacal, paga una condena a cadena perpetua en Francia desde 1994. Ramírez es acusado de haber acabado con la vida de dos policías franceses y de un libanés. Ésta es la historia recreada de los presuntos hechos ocurridos según las versiones de los testigos y de la prensa francesa, una noche de junio de 1975, en París. Hace 38 años.


El timbre suena. Dos policías, Jean Herranz y Jean Donatini, están detrás de la puerta. En el interior del estudio, unos estudiantes beben y cantan. Se sirven de una botella Johnny Walker, y uno de ellos rasga las cuerdas de un cuatro, cantando tonadas criollas mientras la tarde cae en el Barrio Latino. Se hace el silencio. 

Leyma Palomares, una de las estudiantes, abre la puerta. Ante ella, Herranz, de 52 años, bigote grande y espeso, muestra sus credenciales. Son agentes de la DST, siglas de la División de Seguridad del Territorio, uno de los brazos de la inteligencia francesa de la época. Donatini, alto, rubio, de anchas espaldas, de 34 años, acompaña en silencio al comisario Herranz. Preguntan por una supuesta coinquilina, María Lara.

Una versión dice que Leyma rechazó de golpe la llegada inesperada de los visitantes. Parece que Herranz empezó la conversación  con un “tono agresivo”, según el periodista inglés John Follain. De cualquier modo, los policías accedieron al estudio, situado en el número 9 de la rue Toullier, una calle triste, de pocos metros, situada justo detrás del edificio principal de la Sorbona. Debían de ser las nueve de la noche. Era el 27 de junio de 1975. En el verano parisino, las nueve son como las tres de la tarde en Maracaibo. Era un viernes, y seguramente los cafés de la plaza de la Sorbona debían estar abarrotados de vecinos y turistas. Los jardines de Luxemburgo, situados a unas calles de la rue Toullier, debían de estar cerrados.

Los policías piden revisar los papeles de los estudiantes. Leyma está acompañada por Edgar Merino, Luis Urdaneta y un amigo de rostro pálido, sonrisa irónica, que viste como un dandi, con varios kilos de más, que busca pasar inadvertido. Se llama Ilich Ramírez Sánchez. Es venezolano, como ellos. Tiene 26 años y fama de bebedor y mujeriego. Es de Caracas. Ramírez Sánchez festeja con sus amigos la partida de una amiga al aeropuerto de Roissy rumbo a Caracas, unos instantes previos. Y es él quien llevó la botella de Johnny Walker al estudio de sus camaradas.

Se dice que cuando todos presentan sus pasaportes, y le toca el turno a Ramírez, el comisario Herranz pregunta: “¿Conoces a algunos árabes?”. “No, porque odio a los árabes”, respondió con frialdad Ramírez. “¿Y qué del sello de Beirut en su pasaporte?”, replica Herranz. “Cualquiera puede ir a Beirut como turista”, dice el venezolano, a quien el ron colorea sus mejillas pálidas y su grueso cuello blanco.

Herranz decide revisar a Ramírez. Nada; está desarmado. Donatini saca tres fotos de su chaqueta. En una de ellas se ve un hombre alto llevando una maleta y acompañando a otro, de rasgos árabes. Es Michel Moukharbal. Ramírez niega ser el hombre alto de la foto. Los policías persisten. “¿Qué hacías tú ahí el 13 de junio?”, preguntan. El tono de las voces se eleva de nuevo. Ramírez amenaza con llamar al embajador de Venezuela, e incluso grita una frase que muchos hijos de familias pudientes saben de memoria: “¡Usted no sabe quién es mi padre!”.

La calma intenta regresar al estudio. Alguien ofrece bebidas a los policías; sólo Herranz acepta. Leyma toma a Merino de una mano, y le invita a sentarse a su lado en la cama del estudio. Con el cuatro, Leyma anuncia que va a cantar una melodía conocida por todos menos, de seguro, por los policías.

La delación
Para recrear esta escena, el realizador francés Olivier Assayas, director del filme para la televisión Carlos, pone en los labios de Leyma la letra de una popular canción: “De Maracaibo salieron / dos palomitas volando / a La Guaira volverán / a la Guaira volverán / ¿pero a Maracaibo cuándo?”.

Ramírez, entre tanto, se excusa y va al baño. Poco antes, él ha mostrado a Leyma una pistola rusa, una Tokaret, en una maleta situada cerca del lavamanos. Leyma observa ahora a Carlos regresar del baño, pasándose la mano sobre los cabellos. ¿Un gesto nervioso?

Herranz, por su lado, pide a Donatini que vaya a buscar al inspector Raymond Dous, un corpulento veterano de la guerra de Argelia. Dous aguarda escaleras abajo con Michel Moukharbal. Según las investigaciones, declaraciones y páginas interminables del proceso, se entiende ahora que Moukharbal había sido un simpatizante de la causa de la liberación palestina. La policía había descubierto en su domicilio material para producir explosivos y la pista que les condujo a Ramírez: una foto. El libanés entra en la escena. En el estudio se escucha ahora otra tonada. Leyma canta a viva voz: “Barlovento, Barlovento / tierra ardiente del tambor / tierra de las folías y negras buenas”. Donatini y Dous se extrañan de ver a su superior con un vaso de ron en la mano en medio de la fiesta.

Moukharbal cumple en el acto con su misión. Señala con un dedo tembloroso a Carlos, y dice: “Es él, el hombre que llevaba la maleta”. A los testigos, al parecer, les ha costado armar el rompecabezas que siguió a esta acusación. Carlos dispara a los policías como un loco (“comme un fou”, según el diario Libération) con sus balas de calibre 7,65. Moukharbal y los policías caen al suelo; todos mueren excepto Herranz, gravemente herido.

Leyma diría después que aquello fue como una llamarada de fuego. Un relámpago fulminante de muerte. Ramírez logra escapar. Otro testigo, un habitante del vecindario, habla de una silueta escabulléndose por una pasarela que une los edificios del número 9 y 11 de la calle. Lleva un arma de fuego en las manos, asegura. Es curioso, pero Herranz, el único sobreviviente de aquel ataque, dirá después que ni siquiera sabía el nombre y apellido de su atacante, y que sólo habían ido al domicilio de la rue Toullier preguntando por María Lara. La misteriosa María Lara. 

El enigma 
María Lara fue profesora en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad del Zulia. María Teresa Lara. Se hizo inolvidable con su peinado de aristócrata, sus mechones grises, su mirada fría, su sonrisa estudiada en unos labios maquillados a la perfección. En los pasillos de la Escuela se decía que ella había tenido una relación con Carlos en su época de estudiante en París. Siempre pensé que aquello era sólo una leyenda urbana. La nota de prensa de Libération, usada para la elaboración de esta crónica, quiere confirmar la leyenda. ¿Por qué unos policías preguntan por María Lara en un domicilio en el que saben se encuentra Carlos? La nota no responde a esta pregunta. ¿Es María la estudiante, amiga de Carlos, que acaba de partir a Caracas?

Dos días después de los crímenes de la rue Toullier, la policía llega al domicilio situado en el número 11 de la rue Amélie, en el séptimo distrito parisino. La dirección figuraba en una chequera del libanés. Ahí vive una mujer de nacionalidad colombiana que confirma el paso de Ramírez la noche del 27 de junio. En el apartamento, descubren armas, granadas, dinamitas, falsos documentos. Se trata de numerosas pistas que atan a Carlos con diversos atentados: uno cometido en el aeropuerto de Orly en enero de 1975; otro en una drugstore en Saint-Germain-des-Prés, en septiembre de 1974, que dejó un saldo de dos muertos.

En otra carta interceptada, Carlos habla del libanés y le acusa de traidor. Hoy se presume que ambos trabajaron juntos por una causa, una revolución, que pretendía crear un mundo más justo, sin judíos opresores y palestinos felices y libres. Una causa financiada por intereses poderosos que buscaban imponer el terror para desviar el curso del mundo capitalista.

Ramírez fue capturado por las autoridades francesas en Sudán, en 1994. Desde entonces, ha permanecido tras las rejas, donde se ha convertido al islam. En noviembre de 2011, un nuevo juicio fue abierto en su contra, esta vez por cuatro atentados cometidos entre 1982 y 1983, también en territorio francés.

Se ha dicho que Ramírez o Carlos, como mejor se le conoce ahora, estuvo implicado en otros episodios que marcaron la década europea de los setenta y ochenta, como el secuestro de los ministros de la OPEP en Viena, en 1975. Carlos, siempre Carlos. Un personaje, sin duda, de gran gancho mediático. Su historia ha inspirado películas, leyendas, fábulas. De ser el hijo de un prominente comunista de origen andino pasó a ser una suerte de fantasma tutelar, el terrorista más buscado en Europa en una época, el autor de los crímenes de la tristísima rue Toullier.  

Queda, sin embargo, abierto el enigma de María Lara. Desearía decir que fue triple agente del Mossad israelí, de la antigua KGB rusa y de la extinta PTJ. Que ella era la amiga que se iba a Caracas aquel día de 1975, y que en su época parisina se convirtió en una asidua clienta de la casa Chanel (y es que me imagino siempre a María paseándose por París con perlas Cartier y sombreros negros Dior). Que llevó una vida de intrigas, aventuras y espionaje durante algunos años hasta que un día decidió dedicarse a dar talleres de redacción en LUZ, el mejor modo de aplicar toda una vida de emociones batiéndose con la ortografía y la gramática en las cuartillas de sus alumnos incorregibles.

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La fotografía muestra la fachada del edificio situado en el número 9 de la rue Toullier, en el quinto distrito de París. Este texto fue publicado el 3 de abril de 2013 en el diario Panorama (Maracaibo, Venezuela).