domingo, 24 de diciembre de 2017

Los colores que no existen


Hace unas semanas, un sábado, mientras preparaba panquecas para los niños y la casa se había llenado con los aires resplandecientes de un ballet de Tchaikovsky, Daniel me hizo una pregunta que no ha dejado de darme vueltas en la cabeza desde entonces: “Papá, ¿hay colores que no existen?”.
Mi respuesta fue casi inmediata: “Por supuesto que sí, pero ¡qué pregunta tan hermosa!”.

Y desde ese día, la idea me persigue. ¿Cuáles son los colores que no existen? Ya con los colores primarios podemos conseguir una amplia gama de tonalidades y matices. El catálogo, aunque extenso, con seguridad no puede ser infinito. Pero luego me he dicho que, efectivamente, en el mundo aún debe haber nuevos y muchos colores por descubrir: el rojo de la aventura, el amarillo esperanzador por un mañana que siempre será mucho mejor, los azules de los océanos en los que podemos sumergirnos y nadar sin miedo, sin culpas. Los verdes de la vida mágica que podemos tener si tan sólo creemos que tal cosa es posible. Los diferentes violetas y púrpuras con los que podemos llenar de felicidad la existencia de aquellos que tanto cuentan para nosotros.

Este 2018, una de mis primeras metas consistirá en ponerme a la tarea de seguir descubriendo la inmensa y maravillosa belleza de los colores que podemos crear con nuestra voluntad de ser felices. Los colores que aún no existen. 
*

En la imagen, Study Colors. Squares with Concentric Circles (1913), del artista ruso Vassily Kandinski.

domingo, 8 de octubre de 2017

Crónica de dos semanas sin wifi


Ahora que las vacaciones parecen una especie de sucesiones de imágenes confusas y lejanas, por no usar la expresión-cliché de “recuerdos desteñidos por el tiempo”, se me ocurre en este domingo de otoño, gris y un tanto tristón, sacar a la luz este breve registro de lo que viví con mis niños el pasado mes de julio. Creo que vale la pena decir que esta experiencia me permitió descubrir lo que muchos ya saben: que el teléfono móvil puede ser también un cuaderno de notas, útil e incómodo a la vez. Pero lo más importante tal vez sea decir que estos recuerdos refuerzan lo que siempre he sabido: que mis niños son los mejores tesoros que la vida jamás pudo darme.


Día 1. Sin Netflix ni YouTube ni Instagram. Así parece que serán nuestras dos semanas de vacaciones en el centro y oeste de Francia. En nuestra primera parada, la casa en Auvernia que Cédric, un amigo, nos ha prestado y que está en misión humanitaria en África, no tenemos conexión a internet ni agua. Estamos esperando que Cédric nos envíe una paloma mensajera para que sepamos dónde está la llave que nos permitirá disfrutar del líquido esencial. Todos necesitamos una ducha. Algunos, desesperadamente.

Pero toda aventura tiene un comienzo: la odisea de salir de nuestra casa. A una hora, no importa cuál. Me parece que el fin del mundo se acerca porque lo que más llevamos es comida. Latas de conservas, galletas, leche, frutas… Ya veremos hasta cuándo nos alcanzan las reservas.

Mientras, el efecto de estar desconectados del mundo digital comienza a surtir efecto. Por la primera vez en mucho, mucho tiempo, mis tres hijos corren en un enorme jardín. Juegan juntos. Se divierten. Sudan. No importa que no haya agua y mucho menos internet. Una pequeña galería de recuerdos entrañables se instala en mi memoria al tiempo que cae la tarde en Auvernia y un cielo de color rosa se llena de pájaros y fragancias de hojas y flores. Otras vacaciones --éstas en particular más que merecidas-- acaban de comenzar.


Día 2. Me despierto a las tres y media de la madrugada. En apenas media tarde, el váter ha quedado indescriptible. No me quiero imaginar lo que podría ocurrir si seguimos así. Por suerte, me vuelvo a dormir, y horas después, en un mensaje, leo que Cédric me explica el itinerario para descubrir el lugar en el que reposa el Santo Grial: la llave de paso del agua. Qué alegría. El día comenzó con la mejor noticia posible.

Todos duchados podemos pensar mejor. El día está nublado y más bien fresco. Nadie quiere salir. La ausencia de internet sigue obrando milagros: Samuel vuelve a ser un asiduo lector y se ha puesto de nuevo a la noble tarea de lavar los platos. Verdaderamente, sin Instagram y YouTube, el mundo antes era, en cierta manera, mucho mejor.

El estar desconectados nos permite también compartir más entre nosotros. Se dicen cosas que nadie imaginaba. Se hacen también anuncios inesperados como éste, por ejemplo: Emma ha decidido no llevar más cola a partir de ahora. Es su modo de marcar el paso a una etapa, el collège. Una decisión nada simple, sobre todo para quienes conocemos cuán arduas pueden ser las mañanas de Emma ante el espejo.

Por la tarde, nadie se anima a ponerse un zapato. Al final, me decido a romper el hielo, y digo que hay que darle una vuelta al pueblo más próximo, Saint-Éloy-les-Mines. Pese a todo el cargamento de comida que nos trajimos, nos hemos quedado sin pan. De vuelta de la panadería, nos detenemos en un parque con una laguna artificial. Los niños empiezan a jugar y hasta se meten en el agua con todo y ropa. El que mejor se lo pasa es Lucky. Todos al agua, yo con el móvil haciendo fotos, y el segundo día se termina. Esta vez sin agua caliente. Mañana, decía la sabia Escarlata O’Hara, será otro día.


Día 3. Esta mañana visitamos un museo en Clermont-Ferrand, la capital de la región. La idea consistía en que cada quien eligiera un cuadro que le resultara interesante. A mí me sorprendió un enorme lienzo de Henri Delacroix-Ross, La lucha por la vida. La pintura representa la escena dramática de un naufragio en el que un grupo de hombres y mujeres tratan desesperadamente de salvarse, de mantenerse a flote. Algunos logran aferrarse a la frágil embarcación. Una explicación de la obra dice que algunos hombres lanzan al mar los cuerpos sin vida de otros náufragos. Los rostros se ven aterrados, pero lo cierto es que una luz cálida hace pensar que un nuevo día va a comenzar, y, por consiguiente, una esperanza hará posible que la suerte de los infortunados cambie, por fin, para mejor.

No fue difícil asociar este mensaje con las fuerzas que necesitamos muchas veces para saber mantenernos a flote, con la cabeza fuera del agua. Hay momentos en los que creemos que una tempestad va a sumergirnos en la profundidad de nuestros desafíos. Perdemos la esperanza y el miedo destruye cualquier posibilidad de una salvación. Entonces, de repente, el sol vuelve a asomar sus rayos, y un nuevo día, una nueva vida, comienza.

No todos los naufragios terminan así, pero desde luego la vida sí que es una lucha. Una auténtica batalla en la que no podemos perder, por nada del mundo, la luz de nuestra sonrisa.


Día 4. El blog Salud casera dice que la desintoxicación “tiene como propósito rejuvenecer la mente y el cuerpo e impactar positivamente el bienestar y la salud general. Sin embargo, algunas veces, la reacción inicial a un programa de desintoxicación puede ser de todo menos placentera. Durante una crisis de curación, uno se puede sentir hasta peor que antes de implementar los cambios en el estilo de vida con el objetivo de mejorar la salud”. Me gustaría repetir esta frase: “La reacción inicial a un programa de desintoxicación puede ser de todo menos placentera”. Esto he podido comprobarlo en los últimos cuatro días.

Sin internet, la vida de mis niños se puede hacer cuesta arriba. Piensan en todos los programas de sus cadenas YouTube que han tenido que perderse. Y ni hablar de la PS4. Salir de la casa de Cédric es, pues, una proeza. Una hazaña que da sus frutos. Como el indescriptible atardecer en Servant, un pueblo próximo al nuestro en el que han creado otra laguna artificial en la que se puede pescar y admirar un paisaje increíble. Respiro y veo las nubes que cubren el campanario. Lucky disfruta los privilegios de la natación y los niños juegan. Los efectos positivos de la desintoxicación llegan. Poco a poco.


Día 5. Cada 14 de julio me da por escribir una especie de carta de amor dedicada a Francia, mi país de adopción y el que me ha dado tantas increíbles oportunidades en mi vida. A pesar de las diferencias culturales que a veces son tan evidentes, tengo que reconocer que estoy perdidamente enamorado de Francia. Se trata de un amor condicionado por un poderoso sentimiento de gratitud.

Este año, creo que por segunda vez desde que estamos aquí, asistimos a un espectáculo de fuegos artificiales organizado por las autoridades locales de Saint-Éloy-les-Mines. Fue increíblemente hermoso. Minutos antes, inyectamos a nuestras arterias una buena dosis de colesterol con sendas latas de Coca-Cola y unos sándwiches que nos comimos en una venta de comida organizada también por el pueblo. Había un aire de fiesta de barrio, de familia, donde todo el mundo conoce a todo el mundo. Me encantó.

Horas antes fuimos de nuevo a Servant. El agua de la laguna estaba un poco fría, pero la arena nos invitó a crear juegos de momias y de investigaciones arqueológicas anunciadas ante las cámaras imaginarias de medio planeta. Hubo risas y, antes, unos perritos calientes. Hoy la dieta se fue de paseo, pero qué importa. Es 14 de julio. Vive la France !


Día 6. Me parece que a esta crónica tengo que cambiarle el nombre. Ya no serán dos semanas sin wifi sino sólo una. Hoy llegamos al camping de Port Mulon, en la región de los Países del Loira. Veo en la recepción que por 23 euros podremos tener conexión a internet sin límites. Caro. Pero no me lo pienso dos veces. La magia de Netflix y de las redes sociales comienza a obrar efecto. Todo el mundo feliz.

Además, el camping es muy agradable. Estamos en una tienda muy bien equipada. Todo se ve limpio y confortable. Los responsables parecen buenas personas. La segunda semana de nuestras aventuras comienza con buen pie.

El viaje, por otro lado, se hizo un poco largo. Hoy tuvimos un día soleado. Los campos se veían amarillos de tanta luz; el cielo, casi sin nubes. Pero nosotros, puertas adentro, soportábamos los efectos de una lluvia preadolescente. Que si Samuel me dijo, que si Emma esto, que si Daniel aquello… Me entretengo con la idea de que me falta muy poco para dejar a los niños en el primer internado que vea en el camino.

A veces me queda el consuelo de Lucky, pero no hay que hacerse muchas ilusiones. En apenas su primera media hora en el camping, recibió el primer premio al perro más pesado, desobediente y ruidoso. Menos mal que la semana comienza con buen pie. Y sin fotos.


Día 7. La Fundación del Español Urgente afirma que la voz inglesa ‘camping’ debe escribirse en castellano ‘campin’. El plural es ‘cámpines’. Tengo que decir, entonces, que éste es un excelente campin. Modesto, más bien pequeño, pero a los niños les encanta y están como pez en el agua. Literalmente. Hoy han pasado casi todo el día en la piscina, que está a pocos metros de nuestra tienda.

Lucky ya está más adaptado. Se queda en pose de perro guardián cuando nos alejamos un poco de la tienda. Cualquiera se lo cree. Se pone a ladrar cuando ve a otros perros. A nadie parece importarle. Se ganó su primer premio, y ya está.

Por mi lado, hoy pasé un día en plan Cenicienta: lavar la ropa sucia que trajimos de Auvernia --era una urgencia--, preparar comidas --como siempre-- y lavar los platos haciendo el recorrido ida y vuelta una veintena de veces entre la tienda y el local donde se sitúan los sanitarios, las duchas y los grifos para lavar lo que hace falta después de comer. Desde mañana, la esclavitud vuelve a implantarse, al menos en la pequeña porción del campin de la que soy responsable.

Poco antes de hacer este viaje había comenzado a ver la serie Downton Abbey, que describe la vida de una familia de la aristocracia inglesa de principios del siglo XX que vive en un palacio y que es atendida por un ejército de criados. Por un instante, me vi atendido, cual conde de Grantham, por un mayordomo, una ama de llaves, asistentes, ayudantes de cámara, una cocinera, pinches de cocina. La realidad me ayudó a espabilar. Eso será en otra vida, en una en la que no existirán los ‘cámpines’.


Día 8. Nantes es una ciudad que fascina. Tiene la elegancia de París y el dinamismo y la pasión fervorosa por el arte de Barcelona. Hay un sitio mágico que se llama Las máquinas de la isla, inspirado en la literatura futurista de un ilustre nantés, el escritor Julio Verne. Un carrusel de monstruos marinos atrae a los turistas tanto como un colosal elefante de unos doce metros, de madera y metal, desde el cual es posible ver el perfil de la ciudad, capital de la región del Loira Atlántico.

A Nantes hay que volver. Sin falta.


Día 9. El fotógrafo francés Henri Cartier-Bresson publicó en 1952 su libro de fotografías Images à la sauvette. La expresión francesa ‘à la sauvette’ evoca el momento en el cual alguien llega corriendo a un lugar, roba o se lleva algo que no le pertenece, y se va, también a la carrera, muy discreto, sin que nadie se dé cuenta. La traducción del título del libro de Cartier-Bresson al inglés dio como resultado The Decisive Moment, el momento decisivo, clave, único.

La fotografía consiste en eso, en congelar un momento en el tiempo, un instante que no volverá a repetirse jamás. El fotógrafo se encarga de robarse ese preciso y decisivo segundo en el que se produce un gesto, una acción única, un simbólico ademán. Y lo hace casi como una especie de ladrón inocente, que sustrae al imparable vaivén del péndulo del tiempo ese retrato que quedará para siempre inmortalizado en el recuerdo.

Esta tarde pensé en todo esto cuando logré capturar más o menos con suerte el “momento decisivo” en el que Daniel me hacía una demostración de su peculiar salto al agua. Ese instante no volverá nunca más, así que me lo robé. Los años pasarán, Daniel se convertirá en un hombre, la piscina en la que hoy se divirtió esta tarde desaparecerá. Pero ese segundo quedará para siempre conmigo. Para siempre.


Día 10. Hoy el cielo se cubrió de nubes y cayeron algunas gotas a ratos. El verano también se va de vacaciones de vez en cuando, sobre todo en esta región. Los niños prefirieron quedarse de nuevo en el campin. Han hecho nuevos amigos. Emma conoció a una chica de su edad que viene de la Lorena, del este de Francia. Se llama Enola. También se hizo amiga de Océane, que ya se fue, así como de Kara, una niña irlandesa de nueve años. Llegó con sus padres y sus hermanos tras cuatro horas de viaje. Es el ritmo diario que llevan para ir de Irlanda a España, que es su verdadero destino para sus vacaciones.

Daniel también ha hecho amigos. Juega con unos trillizos que tienen su misma edad. Son dos chicos y una chica. Están hospedados con su abuela en una tienda como la nuestra. Son muy simpáticos.

Samuel ha tenido menos suerte en encontrar chicos de su edad, pero eso no ha sido un problema para saber entretenerse en el campin. Lucky se ha adaptado muy bien a la rutina. Ahora se merece otro premio, esta vez por ser paciente y bueno.

Sin sol y con muchas nubes, este día de la segunda semana --con wifi-- de nuestras vacaciones se fue volando.


Día 11. Los niños han logrado hacer aún más amigos. Esta tarde se unieron casi todos para jugar. Antes comimos mejillones y salchichas asadas en una cena organizada por los responsables del campin. Hubo música en vivo, un viento más bien frío y un par de avispas que estuvieron a punto de arruinarnos la velada. Por suerte, no lo consiguieron.

Horas antes visitamos un lago que ahora me recuerda tanto a un lugar de mi infancia, la playa de Caimare Chico. El agua era oscura y fresca. Había aún más viento. Y recuerdos. Muchos recuerdos.


Día 12. La playa de Saint-Michel-Chef-Chef es, según nuestra vecina, la abuela de los trillizos, la preferida de los nanteses. El oleaje es imponente, como suele ocurrir en muchas costas del Atlántico. Esta tarde, pese a un viento frío y unos nubarrones que se mantuvieron muy fieles en su puesto, todos decidimos que había que aprovechar una playa de la región.

No fuimos defraudados. Saint-Michel-Chef-Chef es una obra de arte. Las cabañas de los pescadores se elevan sobre el agua mientras el mar pone sus despojos sobre la arena.

De regreso, visitamos la ciudad portuaria de Pornic. Turistas, tiendas, puesta de sol. Este verano en los Países del Loira no se me va a olvidar nunca.

*

La primera de las fotos muestra a Daniel en su “momento decisivo” en la piscina del campin. En la segunda, Lucky corre en la orilla de un lago situado en la región de los Países del Loira.


martes, 11 de abril de 2017

Don Quijano y Míster White



Cuando terminé de ver el último episodio de ese pedazo de obra de arte convertido en serie de televisión que fue y será siempre Breaking Bad (2008-2013), no pude dejar de reconocer los numerosos paralelismos que existen entre esta creación del guionista y realizador Vince Gilligan con la mayor expresión de nuestras letras hispánicas, el Quijote (1605-1615), de Miguel de Cervantes.

Pero una búsqueda rápida en Google me hizo ver que no era el primero en darse cuenta de una comparación que, aunque evidente, es susceptible de terminar en una sarta de despropósitos o disparates. El periodista y escritor Antonio Valderrama Vidal afirma, en su artículo «Hidalgos, escuderos y blue meth», dividido en dos partes y publicado en el portal de la revista Negra Tinta, lo siguiente, refiriéndose al hidalgo Alonso Quijano y al profesor de química Walter White:

«Ninguno de los dos tiene el control sobre sus destinos, y ambos desean proyectarse fuera de los límites de sus respectivas realidades. Uno quiere librar al mundo de la maldad y el sufrimiento, cumpliendo con la condición de caballero que él siente como suya por derecho de sangre y linaje; el otro anhela expandir su talento, disfrutar de los réditos de su propio triunfo, no pedirle nada a nadie y decidir el rumbo de su universo particular, satisfaciendo el impetuoso deseo que reclama todo esto como suyo en pago por su brillantez intelectual: ahí reside el idealismo del que tanto uno como otro parten. La ensoñación comienza a materializarse mediante la asunción de identidades paralelas, de máscaras. Alonso Quijano y Walter White necesitan identificarse, ante sí mismos y ante el mundo, con un alter ego tras el que ocultar su miedo −terror humano al cambio, a la transgresión, pavor a lo que hay más allá de la placentera oscuridad de las sábanas− y con el que despojarse de toda vacilación: nacen así Don Quijote y Heisenberg».

Desearía repetir esta frase sugerente y esencial de lo que yo mismo había pensado: «La ensoñación comienza a materializarse mediante la asunción de identidades paralelas, de máscaras». Damos por sentado que Alonso Quijano asume la máscara del caballero andante y se disfraza en consecuencia para llevar a cabo sus andanzas. Walter White se transforma en el terror de Nuevo México con su negocio de una metanfetamina de fórmula perfecta. Ambos se despojan, se supone, de lo que habían sido con anterioridad. Sin embargo, es posible creer que el proceso haya sido justamente inverso a lo que vemos a primera vista. Es decir, cabría preguntarse si don Quijano no habría sido en realidad toda su vida un caballero andante reprimido por los corsés de la sociedad de su tiempo, en la que ocupar su verdadero yo sería mal visto por su anacronismo o por su flagrante inutilidad. La historia, entonces, podría leerse al revés. No es un hidalgo el que se disfraza y se esfuerza en vivir las aventuras de un héroe de libros de caballerías; en realidad, se trata de un caballero andante fuera de su tiempo obligado a vivir como un hidalgo sin pena ni gloria. Lo mismo podría decirse del gris y apocado Míster White: toda su vida fue el brillante y temible Heisenberg, con un pulso de hierro –cierto, dormido− para planificar una red de producción y distribución de droga sin precedentes en esa nueva recreación de La Mancha, el Nuevo México de Breaking Bad, como bien observa Valderrama Vidal. El destino habría, pues, obligado a un genio de la química puesto al servicio del crimen a vivir la vida mediocre de un profesor de instituto. Ese mismo destino, no obstante, le dio la oportunidad de ser lo que siempre había sido a partir de su quincuagésimo aniversario.


En el quinto capítulo del Quijote de 1605, don Alonso Quijano le espeta a su vecino, el labrador Pedro Alonso: «Yo sé quién soy». Es en este juego de la búsqueda existencial más importante –saber quiénes somos en realidad– que se han edificado estas dos obras destinadas, fundamentalmente, al entretenimiento del gran público. La ilusión reside en la supuesta creencia de que Alonso Quijano y Walter White jugaron a desempeñar un papel oculto tras sus máscaras. La realidad, desde mi punto de vista, es que ambos se quitaron los antifaces para decidirse a vivir su verdadero yo sometiéndose a todos los riesgos posibles, desde la locura hasta la muerte. Es ésta, en suma, la tragedia a la que ambos sucumben inexorablemente. Y todos los que se atreven a seguir su ejemplo.
*
El actor Bryan Cranston da vida a Heisenberg, el verdadero yo del insípido Walter White, protagonista de la aclamada serie de televisión Breaking Bad (2008-2013).

lunes, 10 de abril de 2017

La lección del esquiador




El venezolano Adrián Solano, de 22 años, se convirtió en noticia hace unos meses. Tras ser retenido durante un mes por las autoridades francesas de inmigración, durante una escala en París en enero de 2017, fue reenviado de vuelta a Caracas. Su «delito»: llevar 28 euros en el bolsillo y afirmar que era uno de los participantes en el Campeonato Mundial de Esquí Nórdico de Lahti, Finlandia. Adrián, según leemos en El País, dijo a la prensa: «La policía pensó que estaba huyendo de mi país porque las cosas van mal», añadiendo una triste conclusión de lo que vivió: «Me discriminaron por la vestimenta, por mi cara, por mi apariencia».

Pero a veces decimos que lo último que se pierde son las esperanzas. Y es cierto. En Caracas, Adrián pudo arreglárselas para reemprender de nuevo el camino a Finlandia, esta vez con escala en Madrid. Tras llegar a la competición, el joven reconoció haber «participado con desventaja» puesto que había «perdido un mes de práctica[s]». Lo cierto es que Adrián nunca había visto la nieve antes de llegar a Finlandia, y en Venezuela sólo había podido entrenarse mediante «una modalidad de esquí sobre ruedas», el llamado rollerski o skiroll, otra variedad del esquí de fondo, también según El País. 

Una vez sobre el terreno, la lamentable participación de Adrián dejó en evidencia su escasa preparación, su tristísima capacidad de improvisación. Sus resbalones y caídas repetidas sobre la nieve, que incendiaron las redes sociales en una constelación de carcajadas y en una que otra muestra de compasión y hasta de respeto (sobre todo en Francia, país responsable de su rápida deportación), me hicieron pensar inevitablemente en la imagen de lo que hoy se ha convertido Venezuela: un país tambaleante, inseguro, en un constante y peligroso descenso hacia lo desconocido. En una aparente interminable serie de disparates. En el hazmerreír del mundo. No obstante, la derrota de Adrián podría leerse también como una victoria. La lucha contra la adversidad; el valor de enfrentarse a los miedos, a las cámaras, a la humillación; el «coronarse» como «el peor esquiador del mundo»; todo esto podría interpretarse como la lucha de la constancia por llegar siempre hasta el final.

Adrián no terminó su carrera, aunque parece que alcanzó mucho más de la mitad de su recorrido. Entrevistado por la prensa, aseguró que volverá a presentarse en una competición. Negó cualquier afiliación con el oficialismo y supo convencer a muchos con su actitud honesta y su transparente sonrisa. Venezuela está en el pleno descenso de la pendiente, pero al final, tras los tumbos, golpes y traspiés, saldrá como un país renovado, escarmentado, más sabio, más prudente, mejor preparado. Es éste uno de mis mayores sueños, y el de otros millones más.
 
Cuando se cae y se llega al fondo, como lo leí o escuché en alguna parte, la única solución consiste en levantarse de nuevo. Y en seguir avanzando.
*
La imagen, publicada en 20Minutes.fr, ilustra un artículo en el que la aventura de Solano se describe como una «loca epopeya».

viernes, 13 de enero de 2017

Los zombis están aquí


Aunque un poco tarde, me he enganchado a la serie The Walking Dead, que ya suma siete temporadas y que empezó a trasmitirse en octubre de 2010. Todo un tributo a una buena parte del cine de horror de los ochenta. No sé qué es lo que más me gusta de la serie: tal vez sea el decorado apocalíptico de una civilización en ruinas poblada por los restos animados de una humanidad nauseabunda y mortífera, o el retrato de esa parte de la raza humana, la que conduce la historia, la que precisamente no se ha convertido (aún) en zombi, pero que se devora a sí misma, se aplasta, se autodestruye en búsqueda de más poder o de una supervivencia no garantizada.

Por eso, en diciembre de 2016, estando una tarde con los niños, se me ocurrió pintar a un zombi desmembrado, arrastrándose con el torso y la expresión ausente, perdida en la mirada. Efectos especiales aparte, borbotones de sangre a un lado, The Walking Dead se ha convertido, como lo dije en su momento, en una representación de la tragedia de una especie entretenida en el fatal delirio de devorarse a sí misma.

*
Un zombi pintado por mí mismo con pintura acrílica se pasea por un campo en penumbras. El decorado, torpe y humildemente, intenta homenajear a las Pinturas negras de Francisco de Goya (1746-1828).