miércoles, 3 de diciembre de 2014

El primer siglo de un símbolo



Panorama es un símbolo. El símbolo de Maracaibo. Un periódico editado desde 1914. Este mes se celebra la primera centuria de su fundación. Cien años se dicen demasiado rápido. En Francia, ni Le Monde ni Libération, fundados ambos después de la Segunda Guerra Mundial, pueden presumir de un semejante aniversario. Sólo Le Figaro supera en las cuentas. En España, El País llegó con la Transición, y aún es un periódico joven, que no llega a la cuarentena. Saco el ejemplo de estos diarios —considerados miembros, según el enfoque que se quiera utilizar, de la llamada “prensa de referencia del mundo occidental” — para recordar que el primer siglo de Panorama es, a la vez, un mérito y una hazaña.

Un periódico es forzosamente el resultado de un grandioso esfuerzo intelectual puesto, claro está, al servicio de una imprescindible lógica económica. El sello Panorama simboliza una ciudad y una región de Venezuela, y constituye una excepción de rentabilidad en un mundo en el que los medios impresos se deben reinventar cada día para poder sobrevivir y volver a nacer. Y eso es un mérito.

Fundar y continuar en el tiempo la edición de un periódico en el particular y difícil contexto de nuestra historia no es cualquier cosa. Panorama fue fundado en plena dictadura de Gómez. En cien años, las páginas del diario han reconstruido la vida de un país ligado, al parecer irremediablemente, al vaivén de la política, los presidentes y las ideologías de turno. Ha salido indemne de la prueba, y eso es una hazaña.

Ahí tuve el privilegio de vivir los primeros años de mi corta carrera periodística y de conocer a grandes periodistas, que hoy considero mis amigos y que viven con tanta pasión el misterio del periodismo. No puedo citarlos a todos, pero me gustaría recordar aquí dos nombres: Néstor Luis Llabanero, nuestro Truman Capote criollo, brillante y maestro, a quien tanto le debo, y María Inés Delgado, actual directora editorial del diario, dotada de una capacidad insólita de talento y calidad humana. A nuestra querida Marinés, nuestra Mette-Marit zuliana, le ha tocado conducir las riendas del diario hacia el segundo siglo. Su cargo de directora es la evidencia de que el buen sentido prevalece en la visión de la presidenta y los directores del periódico.

Hoy me quiero unir, desde este lejano y casi anónimo blog, a las voces que felicitan a Panorama. Yo quiero felicitar y también agradecer. Si en el pasado no he sido lo suficientemente maduro como para reconocer el tamaño de las grandes experiencias que me dejó mi época en Panorama, hoy debo expresar gratitud por los días que ahí pasé y en los que obtuve las mejores satisfacciones profesionales que he tenido hasta ahora.

Feliz primer siglo, Panorama. Y muchas gracias.  


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La imagen, extraída del sitio Delcampe.net, muestra una postal de la calle Colón, en Maracaibo, lugar en el que se fundó Panorama. La postal lleva la fecha del 22 de junio de 1906, ocho años antes de la fundación del diario a cargo de los hermanos Belloso Rossell.

sábado, 18 de octubre de 2014

La carrera




El martes de esta semana viví uno de esos momentos que llegan para nunca olvidarse. Los chicos del colegio donde trabajo no tuvieron clases ese día sino que participaron en un cross, una carrera que los colegios franceses suelen celebrar en otoño. Algunos profesores debían proponerse para permanecer en algunos puntos del recorrido establecido, que atravesaba un gran campo de terrenos de futbol e instalaciones deportivas, para motivar a los estudiantes y velar por que todo funcionara sin problemas.

A mí me toco ubicarme en un punto situado a un lado de un pequeño bosque. Cuando los chicos comenzaron a llegar, comencé a aplaudirles, a darles ánimo, a gritar sus nombres para que no dejaran de correr y siguieran hasta la meta. “Vamos, Lucas, ¡tú puedes!”. “Sigue, Fanny, ¡sigue adelante!”. Algunos llegaban jadeantes y exhaustos, sobre todo a partir de la segunda vuelta, y yo, con camisa y chaqueta, me ponía a correr con ellos algunos metros. Algunos chicos se detuvieron por un instante, incapaces de respirar a sus anchas, y me decían que iban a seguir, que no me preocupara por ellos, que ya iban a estar bien. Qué orgulloso me sentía de ellos en esos momentos. Los veía entonces alejarse, y después continuaban con una marcha más rápida. Otros no querían correr, pero caminaban, y me decían sonrientes que hacían su mejor esfuerzo. Y yo se los creí.

Fue un momento emocionante, y lo fue aún más cuando descubrí que aquella mañana me regalaba una de las metáforas más hermosas de la vida. Yo, el profesor, estoy aquí, ante un pizarrón, cada día, para animar a mis chicos a hablar español, y, de paso, para inspirarles a correr sin cansarse en la maravillosa carrera de la vida, en la que estamos todos inmersos, a veces sin darnos cuenta, con el rostro pegado en el asfalto, agobiados por el estrés o la tristeza, sin saber muchas veces que la meta está ahí, a unos pocos metros, tras unas pocas zancadas que nos separan de la meta, de la gloria.

“Vamos, Lucas, ¡tú puedes!”. “Sigue, Fanny, ¡sigue adelante!”.

Sigamos todos corriendo. Después de todo, de eso se trata. De correr y triunfar, a nuestro propio ritmo y velocidad.

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La fotografía, titulada Unión atlética, de María Manuela Martín, fue la ganadora del primer premio de un certamen de fotografía celebrado en 2011 por el Cross Internacional de Atapuerca (Castilla y León, España).

lunes, 21 de julio de 2014

Después del Mundial




No soy ningún conocedor o especialista en materia de fútbol, y soy por naturaleza un fiasco irremediable para los deportes, pero este año el Mundial me dejó algunas lecciones inspiradas en esa pasión de llevar un balón hacia un destino, la meta final, mediante los artificios y estratagemas que veintidós jugadores ponen en acción sobre un terreno color verde césped. Esas lecciones se reducen a una sola palabra: equipo. El valor de un verdadero juego colectivo, fabricado entre todos y por todos, explica que Alemania, merecidamente, se llevara a casa la Copa del Mundo.

Los alemanes son un pueblo de profundos contrastes. Nos dieron a Hitler y también a Beethoven y a Bach. Han conocido la miseria, el hambre y la guerra, y han sabido renacer gracias a esa capacidad de convertirse en una maquinaria impecable en la que los márgenes de error casi no existen. Alemania es hoy el corazón financiero de Europa y la primera potencia del continente, con el muy criticado derecho de tener la última palabra para casi todo en el concierto de las naciones europeas. El juego de los alemanes en el Mundial fue un reflejo, desde mi punto de vista, del funcionamiento mismo de la nación germana. Cada jugador era importante, no había estrellas ni indispensables. La mirada concentrada del seleccionador Joachim Löw nunca se distendió en ningún partido ante las victorias que fueron cayendo una a una. Sólo al final, cuando ya el trofeo estaba en sus manos, se le vio sonreír, satisfecho, seguro de que la visión de un equipo cohesionado, jugando según la misma lógica, había sido la clave del éxito.

Del otro lado, encontramos el ejemplo de Brasil. Sin un salvador, un mesías, sin Neymar, los brasileños se vinieron abajo en la más humillante de sus semifinales. Todo el juego de Brasil pendía de un hilo, siempre dependió de la columna vertebral de Neymar. Roto el hechizo, el festival de goles de sus contrincantes no se hizo esperar. Me parece que en ese fútbol brasileño, al menos en el que vimos en este Mundial, hay tantos reflejos de la realidad latinoamericana, y en particular de la venezolana. Pienso en Venezuela y en Chávez.

Antes, con Chávez vivo, parecía que en medio de todo vivíamos en una pesadilla organizada. Sin Chávez, puesto a dedo el delfín Maduro, el juego de Venezuela naufraga cada vez más. Vivimos en la peor derrota de nuestra historia. Y la clave no se encuentra en salir de un presidente para poner a otro, sino en comprender de verdad que si somos un equipo, si cada quien hace bien su trabajo, desde el responsable del condominio de mi edificio hasta el conductor del autobús, la maestra de la escuela y el médico de urgencias, Venezuela podrá también renacer como la Alemania de la posguerra y del Mundial, y aun mucho más.

Y eso será así porque lo tenemos todo, cierto, y porque algún día habremos comprendido que con la necesaria educación y el sentido común que a veces nos falta convertiremos todos esos recursos en goles infinitos. No basta con decirnos que tenemos petróleo si no tenemos ideas, con decir que tenemos las mujeres más bellas si nuestro capital humano no se invierte sabiamente sino que emigra a Florida, Dublín o Dubái. La noticia más triste que he leído en estos últimos meses es la de los estudiantes venezolanos de secundaria, que sufren las consecuencias de un sistema educativo olvidado, inmóvil, sin profesores y dejando como legado una generación de analfabetos potenciales. Qué gran tragedia.

Escribo esto y me digo que no tengo la moral para hacerlo. Yo mismo me fui un día de Venezuela, sin pensar que terminaría haciendo una vida en Francia, y, tal vez sin darme cuenta, me puse a escribir estas notas dispersas en este blog que he llamado Cuadernos de París para seguir soñando con el país que todos queremos, sin locuras de caciques redentores ni aventuras de “utopías regresivas”, en palabras de algún político español. Venezuela merece más. Venezuela merece un equipo. ¿Jugamos?

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En la imagen, el seleccionador alemán Joachim Löw en una fotografía de la AFP.
 

viernes, 4 de julio de 2014

“Dublizuela”






Los venezolanos se van. Huyen. En un viaje corto que hicimos este año a Dublín, encontramos a uno, dos, tres, al menos cinco o seis venezolanos. Unos habían montado una arepera en el colorido barrio del Temple Bar, en la zona donde se sitúan varios de los más emblemáticos pubs dublineses. El aroma de la harina de maíz parecía querer fundirse con el del tradicional fish and chips.

Otros se habían ido para estudiar inglés, pero intentaban por todos los medios trabajar en lo que fuera para ganarse la vida. Algunos tenían fecha de regreso para Venezuela porque su situación como estudiantes les impedía proyectar una vida a largo plazo en Irlanda. Todos se veían risueños, optimistas. La juventud venezolana se va, huye. Nuestra mejor Venezuela se va. Huye.

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En la imagen, tomada en mayo de 2014, una fotografía personal de Dublín, en la que se aprecia el río Liffey desde el puente O’Connell.