lunes, 23 de abril de 2018

Primavera en serie (2)


Rita o el arte de vivir con el pasado a cuestas


Esta historia es de otra fumadora. Pero sin todo el glamur de Betty Draper, claro está. Se trata de Rita Madsen, una profesora danesa de espesa cabellera, camisas a cuadros, de leñadora, vaqueros ajustados y mirada endurecida, de glaciales ojos azules que se derriten sólo en raras ocasiones: cuando saluda a sus alumnos o a otros niños de la escuela o cuando se lanza a las lides del amor, no importa dónde ni cómo, cual vikinga terrible de la postmodernidad.

En Dinamarca, así lo he entendido tras ver terminar la serie Rita, parece que los niños en edad de escuela elemental se mezclan en un mismo centro educativo con los adolescentes que aquí en Francia van al último año del collège, que en Venezuela equivaldría al noveno grado y en España al final de la ESO. Así que a Rita la vemos enseñando a niños de primer grado y luego en una sala con chicos del último año, dando una lección de literatura o historia danesa. Su inspiración y su razón de ser son los niños. Su cruzada es contra los padres que no saben educar a sus hijos, sea porque los descuidan o sobreprotegen. Hay que ver la serie completa para entender que en realidad Rita busca protegerse a sí misma de su pasado, de su madre que la abandonó, de su padre que la despreció sin perdonarle que se pareciera tanto a su mujer. Rita sufre y ríe cuando y cuanto puede. Se fuma todos los cigarros posibles, se alimenta de espaguetis con kétchup –¿quién me dijo alguna vez que los espaguetis con kétchup eran una aberración?–, bebe cervezas sola, en el salón de su casa o en un bar en penumbras.

Un día, el espectro de su juventud se le aparece. Rita de cara a Rita. Y hace las paces con ella misma, dándole la mano a su pasado y cerrándole la puerta, por fin, a todos los miedos del mundo.

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En la imagen, la actriz Mille Dinesen en el fotograma de un episodio de la serie Rita (2012-2017), creada por Christian Torpe.

Primavera en serie (1)


El cigarrillo de Betty Draper


No fumo, nunca he fumado, pero creo que en un cigarrillo hay, como en todo, una metáfora de la vida. Hace casi un par de años mi vida dio un tremendo vuelco. Fue como un sismo, o peor: fue como la destrucción de un planeta entero. Tuve que mudarme a uno nuevo, y, mientras tanto, en el viaje hacia una galaxia desconocida me vi a mí mismo aficionándome a un producto de nuestra sociedad de consumo y entretenimiento fácil que hasta entonces había ignorado. Me refiero a las series de televisión, ese ingenio que desde hace ya una veintena de años está marcando con letras doradas la historia de nuestra civilización a fuerza de robarle al cine cuotas de inteligencia. Esto parece exagerado, como muchas cosas que suelo decir en este blog desconocido –¿aún existen los blogs?, ¿quién escribe un blog?, ¿y quién los lee?–, pero me gustaría compartir en estos días de primavera algunas ideas que me han venido a la mente cada vez que termino una serie, cada vez que pienso en el resultado de semejante trabajo de creatividad, talento y arte, sí, arte. Algunas series de televisión son una manifestación artística. En caso de duda, ahí está Tony Soprano.

O el cigarrillo de Betty Draper y su lección de vida. Betty Draper es una ama de casa de revista. Sus cabellos rubios, resplandecientes, peinados a lo Grace Kelly, armonizan con el conjunto de su primorosa vivienda de clase media, situada en los suburbios neoyorquinos. Betty Draper es madre de dos niños y la mujer de Don Draper, un genio de la publicidad en el Nueva York de los años sesenta. No se puede entender a Don ni su historia, llevada a la televisión en 92 inolvidables episodios bajo el título de Mad Men, sin entender a Betty. Ni cada uno de los cigarrillos que fuma.

Cuidado: si tienes la suerte de no haber visto aún Mad Men, no sigas leyendo. Aquí hay, inevitablemente, spoilers. Betty asiste al desmoronamiento de su matrimonio a fuego lento, poco a poco, sin que nadie, ni ella ni su marido, se dé cuenta. Cada infidelidad de Don, cada una de sus mentiras ocultas en un pasado que es imposible dejar atrás, pesa como un plomo. Por eso, ahí están los cigarrillos. Para olvidar, para envolverse en una nube de humo mientras los niños rocían las hamburguesas de kétchup, para hacerse la dama glamurosa, triste y con clase. Para consumirse a sí mismo hasta el final, hasta que no quede nada, sólo el recuerdo de una vida que nunca pudo ser.

Un cigarrillo se enciende. Se chupa. Se inhala y se exhala el humo. Nunca he fumado, pero imagino que así, más o menos en ese orden, va el proceso de consumir la tristeza. Una y otra vez. Hasta que se acabe la caja. Y vuelta a empezar.

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En la imagen, la actriz January Jones en el fotograma de un episodio de la serie Mad Men (2007-2015), creada por Matthew Wiener.