lunes, 23 de abril de 2018

Primavera en serie (1)


El cigarrillo de Betty Draper


No fumo, nunca he fumado, pero creo que en un cigarrillo hay, como en todo, una metáfora de la vida. Hace casi un par de años mi vida dio un tremendo vuelco. Fue como un sismo, o peor: fue como la destrucción de un planeta entero. Tuve que mudarme a uno nuevo, y, mientras tanto, en el viaje hacia una galaxia desconocida me vi a mí mismo aficionándome a un producto de nuestra sociedad de consumo y entretenimiento fácil que hasta entonces había ignorado. Me refiero a las series de televisión, ese ingenio que desde hace ya una veintena de años está marcando con letras doradas la historia de nuestra civilización a fuerza de robarle al cine cuotas de inteligencia. Esto parece exagerado, como muchas cosas que suelo decir en este blog desconocido –¿aún existen los blogs?, ¿quién escribe un blog?, ¿y quién los lee?–, pero me gustaría compartir en estos días de primavera algunas ideas que me han venido a la mente cada vez que termino una serie, cada vez que pienso en el resultado de semejante trabajo de creatividad, talento y arte, sí, arte. Algunas series de televisión son una manifestación artística. En caso de duda, ahí está Tony Soprano.

O el cigarrillo de Betty Draper y su lección de vida. Betty Draper es una ama de casa de revista. Sus cabellos rubios, resplandecientes, peinados a lo Grace Kelly, armonizan con el conjunto de su primorosa vivienda de clase media, situada en los suburbios neoyorquinos. Betty Draper es madre de dos niños y la mujer de Don Draper, un genio de la publicidad en el Nueva York de los años sesenta. No se puede entender a Don ni su historia, llevada a la televisión en 92 inolvidables episodios bajo el título de Mad Men, sin entender a Betty. Ni cada uno de los cigarrillos que fuma.

Cuidado: si tienes la suerte de no haber visto aún Mad Men, no sigas leyendo. Aquí hay, inevitablemente, spoilers. Betty asiste al desmoronamiento de su matrimonio a fuego lento, poco a poco, sin que nadie, ni ella ni su marido, se dé cuenta. Cada infidelidad de Don, cada una de sus mentiras ocultas en un pasado que es imposible dejar atrás, pesa como un plomo. Por eso, ahí están los cigarrillos. Para olvidar, para envolverse en una nube de humo mientras los niños rocían las hamburguesas de kétchup, para hacerse la dama glamurosa, triste y con clase. Para consumirse a sí mismo hasta el final, hasta que no quede nada, sólo el recuerdo de una vida que nunca pudo ser.

Un cigarrillo se enciende. Se chupa. Se inhala y se exhala el humo. Nunca he fumado, pero imagino que así, más o menos en ese orden, va el proceso de consumir la tristeza. Una y otra vez. Hasta que se acabe la caja. Y vuelta a empezar.

*
En la imagen, la actriz January Jones en el fotograma de un episodio de la serie Mad Men (2007-2015), creada por Matthew Wiener.

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