martes, 4 de agosto de 2015

Viaje al país imposible (14)



La casa y las guayaberas

Jueves, 16 de julio. Se me ha ocurrido la idea de que ya tengo edad para llevar guayaberas. Mi padre solía usar estas camisas cómodas y bien adaptadas al clima zuliano. Le pedí a mi madre que me diera algunas de las que él llevaba, y ahora, en estas vacaciones, he empezado a ponérmelas pensando en el legado de mi padre. Y es inevitable estando aquí, en la casa en la que pasé una parte de mi infancia, toda mi adolescencia y mis años universitarios. En el hogar que mi padre quiso tanto.

Es una casa muy vieja. Cuando fue construida, hace unos sesenta años, todo lo que hoy la rodea se reducía a un algo que la gente entonces llamaba vagamente “el monte”. Luego fueron llegando otras, algunas bastante similares, con tejas en el techo. He visto las fotos que se conservan de la casa en la época de los sesenta. Entonces había un porche y un jardín. Todo eso desaparecería en los ochenta, cuando mi padre tuvo la visión de adaptar la fachada a los tiempos difíciles que vendrían después, y eliminó las ventanas de la entrada y puso un cercado alto y metálico. Consideramos, entonces, que aquello fue una simple expresión del feísmo maracucho según mi padre, pero ahora, con una de sus guayaberas puestas, entiendo y sé que todo tuvo un propósito. 

Todo. Como llenar cada rincón con libros de arte, filosofía, historia, ciencias puras, biografías; con discos compactos de jazz y música folclórica venezolana o de los años setenta; con rompecabezas; con colecciones, de todo tipo, de soldados de plomo, de pistolas históricas en miniatura, de gorras, de faros gallegos (también en miniatura), de réplicas de los huevos imperiales de Pascua, de figuras de jugadores de baloncesto o fútbol o béisbol. Todo. Como esa otra costumbre de colgar cuadros aquí y allá, y de usar las puertas de la casa o algunas paredes para dibujar y pintar un payaso o un jóker gigantes (hoy desaparecidos bajo diferentes capas de pintura), o un Charles Chaplin o una Mafalda. O un Bolívar. 

Sí, el todo se encuentra para mí resumido en ésta, la casa de mi vida. Y en las guayaberas, que he decidido rescatar del olvido. Y en el rostro risueño de mi padre, que no se me olvidará nunca.
 
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La imagen, del sitio Miranda.nexolocal.com.ve, muestra una figura en miniatura del beisbolista estadounidense Curt Schilling, similar a muchas de las coleccionadas por mi padre, Rómulo López Negrette (1940-2014).

2 comentarios:

  1. Me encantó este capítulo de tus Cuadernos de París, pues para nadie es un secreto lo mucho que ame a tu papá <3
    Y me lo has hecho recordar bonito en este momento y conocer algo más de sus muchas pasiones...

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    1. Gracias, amiga, por tu amistad y por tu cariño. Un fuerte abrazo.

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