lunes, 10 de abril de 2017

La lección del esquiador




El venezolano Adrián Solano, de 22 años, se convirtió en noticia hace unos meses. Tras ser retenido durante un mes por las autoridades francesas de inmigración, durante una escala en París en enero de 2017, fue reenviado de vuelta a Caracas. Su «delito»: llevar 28 euros en el bolsillo y afirmar que era uno de los participantes en el Campeonato Mundial de Esquí Nórdico de Lahti, Finlandia. Adrián, según leemos en El País, dijo a la prensa: «La policía pensó que estaba huyendo de mi país porque las cosas van mal», añadiendo una triste conclusión de lo que vivió: «Me discriminaron por la vestimenta, por mi cara, por mi apariencia».

Pero a veces decimos que lo último que se pierde son las esperanzas. Y es cierto. En Caracas, Adrián pudo arreglárselas para reemprender de nuevo el camino a Finlandia, esta vez con escala en Madrid. Tras llegar a la competición, el joven reconoció haber «participado con desventaja» puesto que había «perdido un mes de práctica[s]». Lo cierto es que Adrián nunca había visto la nieve antes de llegar a Finlandia, y en Venezuela sólo había podido entrenarse mediante «una modalidad de esquí sobre ruedas», el llamado rollerski o skiroll, otra variedad del esquí de fondo, también según El País. 

Una vez sobre el terreno, la lamentable participación de Adrián dejó en evidencia su escasa preparación, su tristísima capacidad de improvisación. Sus resbalones y caídas repetidas sobre la nieve, que incendiaron las redes sociales en una constelación de carcajadas y en una que otra muestra de compasión y hasta de respeto (sobre todo en Francia, país responsable de su rápida deportación), me hicieron pensar inevitablemente en la imagen de lo que hoy se ha convertido Venezuela: un país tambaleante, inseguro, en un constante y peligroso descenso hacia lo desconocido. En una aparente interminable serie de disparates. En el hazmerreír del mundo. No obstante, la derrota de Adrián podría leerse también como una victoria. La lucha contra la adversidad; el valor de enfrentarse a los miedos, a las cámaras, a la humillación; el «coronarse» como «el peor esquiador del mundo»; todo esto podría interpretarse como la lucha de la constancia por llegar siempre hasta el final.

Adrián no terminó su carrera, aunque parece que alcanzó mucho más de la mitad de su recorrido. Entrevistado por la prensa, aseguró que volverá a presentarse en una competición. Negó cualquier afiliación con el oficialismo y supo convencer a muchos con su actitud honesta y su transparente sonrisa. Venezuela está en el pleno descenso de la pendiente, pero al final, tras los tumbos, golpes y traspiés, saldrá como un país renovado, escarmentado, más sabio, más prudente, mejor preparado. Es éste uno de mis mayores sueños, y el de otros millones más.
 
Cuando se cae y se llega al fondo, como lo leí o escuché en alguna parte, la única solución consiste en levantarse de nuevo. Y en seguir avanzando.
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La imagen, publicada en 20Minutes.fr, ilustra un artículo en el que la aventura de Solano se describe como una «loca epopeya».

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