sábado, 6 de enero de 2018

Cuentos de criadas


Es interesante ver cómo la literatura puede apropiarse de la realidad para recrearla, reinventarla. En El cuento de la criada (1985), de la escritora canadiense Margaret Atwood, por ejemplo, un solo personaje, una entidad digamos aquí social, representada en la imagen de la mujer, puede escindirse y reflejarse en diversas realidades paralelas, dando lugar a un mundo de castas, a una pirámide comunitaria dominada por el gran faraón de la humanidad, el hombre. 

En esta obra, cuya reciente adaptación a la televisión es brillante y sobrecogedora a la vez, una república teocrática pone fin a la “degenerada” democracia estadounidense y “devuelve” a la mujer a la esencia de las responsabilidades que la sociedad ha ordenado que le correspondan por derecho: reproducirse, criar hijos, atender un hogar, velar por el marido. Hay un lugar, por supuesto, para “el oficio más antiguo del mundo”: la prostitución. En este nuevo sistema social, gobernado por la ideología cristiana concebida como ley y fundamento de la nueva locura establecida, las Criadas llevan un atuendo escarlata para simbolizar su puesto en el fondo de la pirámide, en el cual la concepción de un niño es su único trabajo. Son la propiedad del señor de su casa, llevan el nombre de sus patrones; por ejemplo, si el amo se llama Fred, su sirvienta se llamará Defred. A éstas les siguen las Martas, suerte de monjas apocadas y trabajadoras, con vestimentas pardas, el alma de las tareas del hogar. Las Esposas, siempre vestidas de verde, acompañan al marido, pero desde la penumbra, en silencio, ocupándose de los bebés que alumbran las Criadas. No hay que olvidar a las tenebrosas Tías, emblema del pensamiento encorsetado y de la religión dogmática que anula y destruye toda esperanza para las Criadas, siendo sus tutoras y responsables de salvaguardar el nuevo orden. Para terminar, aquellas mujeres que no supieron adaptarse al integrismo de esta república que tanto y tan bien refleja nuestro mundo, son destinadas a prostituirse. Cada una recibe el nombre de Jezabel. En un pasado no muy lejano, fueron sociólogas, periodistas, científicas. Hoy, son prostitutas. Objetos. 

Hay aquí, entonces, dos lecturas: la primera, como decía antes, tiene que ver con las posibilidades literarias de convertir una realidad, la de la mujer, en una paleta de personajes que interactúan y modifican la sustancia de cada una en un juego de espejos insólito, en un efecto dominó, creando una red de múltiples verdades. Esto me parece muy ingenioso. La segunda lectura tiene que ver, por supuesto, con el mensaje de El cuento de la criada, en el cual los fundamentalismos, el pensamiento único, en aras de la protección de los valores morales y el conservadurismo, son una excusa suficiente para barrer todo aquello que se oponga o sea diferente.

Esta obra fue escrita hace más de 30 años, pero su vigencia es demoledora y cruel. La razón está a la vista: la república creada por Atwood ya está aquí.

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La actriz Elizabeth Moss interpreta a Offred (Defred) en la serie de televisión El cuento de la criada (2017), basada en la novela de Margaret Atwood.

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