Literatura argentina
Termina el verano y empieza el otoño. Este año comparto mis responsabilidades de profesor de español de instituto con las de un profesor de español universitario. Pocas cosas cambian, en realidad. La diferencia semántica entre el alumno y el estudiante se aplica entre los que carecen de luz y por eso se preparan para obtener —algún día— el diploma de bachillerato y los que sí estudian de verdad —al menos, en teoría, si las inteligencias no naturales se los permiten—. Ya sea que no tengan luz o que no estudien, mi trabajo consiste en que las cosas cambien, aunque sea un poco o un poquito. Me digo que más allá de enseñar a redactar cartas de postulación para unas prácticas o la lógica del condicional compuesto, lo que de verdad valdría la pena es hablar por horas y horas de la literatura de Leila Guerriero, Mariana Enriquez, Julio Cortázar, Jorge Luis Borges. ¿Cómo es posible, dios santo, que los argentinos sepan y puedan escribir tan bien? ¿Qué cosa tan extraña se pudo haber producido en ese lugar del mundo austral en el que tantos genios crean arte con el fuego de un abecedario que no se parece a ningún otro?
Son estos últimos rostros, los de
los escritores argentinos que más admiro, los que se van apagando en los acordes
finales de mi última canción de verano.
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Mariana Enriquez, fotografiada por
Sebastián Freire, según el sitio web de Anagrama.
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