jueves, 24 de abril de 2025

Georgianas (3)

Eatonton es la capital literaria de Georgia. De los tres grandes nombres que resaltan en el museo dedicado a los escritores georgianos —Joel Chandler Harris, Flannery O’Connor y Alice Walker—, la obra de esta última autora, premiada con un Pulitzer, creadora del universo de esa joya cinematográfica que es El color púrpura (Steven Spielberg, 1985), es la que mejor me seduce.

Hay algo en Eatonton, una presencia, una huella de presagios, de cosas que ya sucedieron, pero que pareciera que estuvieran a punto de volver a ocurrir. Antes de irme del pueblo, una señora se ofreció a llevarme hasta una antigua mansión, todavía en pie, en la que se vivió bajo el látigo de la esclavitud. Fue ahí donde vivió Joel Chandler Harris y el esclavo que lo ayudó a inspirarse para narrar las viejas tradiciones del sur estadounidense. Muy cerca, un camposanto acoge los restos de familiares de Alice Walker; justo enfrente, una iglesia en ruinas recuerda la fe de quienes cantaban glorias al dios de los hebreos, el que nunca olvida a los pueblos oprimidos.

En el camino de regreso me encontré con varios campos de algodón. El sol caía con fuerza en la tarde del otoño georgiano. La música de Quincy Jones me acompañaba en el recuerdo, las imágenes de dos hermanas separadas por la maldad de un hombre que, tarde, aprendió que el fondo de la inocencia es algo que nunca puede ocultarse, que los juegos de palmas de manos siguen y siguen, mientras una canción se repite bajo una cadencia de armónicas y violines, de algún látigo lejano y de manos rotas, la cadencia del amor más puro.

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Foto: Martin Luther King's Pulpit at Ebenezer Baptist Church, Keith Dotson.

Georgianas (2)


 Me tocó realizar una escala en Fráncfort antes de viajar hasta Atlanta. Los controles de seguridad para ir a los Estados Unidos son un poco más exigentes; esto parece ser una obviedad en el mundo posterior al 11 de septiembre. Cuando llegué a la capital de Georgia, el oficial de la aduana me hizo una serie de preguntas que por un instante me hicieron pensar que se interesaba con sinceridad en mi vida. Le llamaba la atención el hecho de que fuera español pese a haber nacido en Chiquinquirá-Maracaibo (cuando adopté la nacionalidad española, tuve que dar el nombre de la parroquia o distrito en el que nací). También le pareció curioso que me ganara la vida como profesor de español (sobre este particular, a mí también me va resultando cada vez más curiosa la elección personal de este oficio). Por último, antes de dejarme seguir mi camino, quiso cerciorarse, aunque mi respuesta a la final no tuviera ninguna importancia, de que no permanecería de forma ilegal en el país. Me saludó con una sonrisa, que le devolví antes de salir por la puerta que me condujo a una de las salas de llegada del aeropuerto internacional Hartsfield-Jackson, considerado el de mayor tráfico aéreo en todo el mundo.

    Ahí estaba, poniendo el primer pie —no tan triunfal— en el tan anhelado suelo, según miles y miles de inmigrantes, de los Estados Unidos.

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Foto: Front Door to Historic Ebenezer Baptist Church in Atlanta, Keith Dotson.

Georgianas (1)

 

La sombra de los Estados Unidos, desde sus casi doscientos cincuenta años de fundación, ha impactado de miles de formas posibles los destinos y las vidas de todos los que hemos respirado el aire en éste, el mundo nuestro de cada día. Mi viaje de poco más de dos semanas, en el otoño de 2024, por algunos lugares del estado de Georgia y por la ciudad de Washington, confirmó esta idea personal acerca de la geopolítica de la dominación y respaldó aquello de que los viajes pueden ser el mejor sucedáneo de los libros. 

Por otro lado, la experiencia vivida me permitió sacar otra serie de conclusiones que considero importantes, sobre todo cuando uno ve que los años se van acumulando, conclusiones que podrían resumirse más o menos así: las amistades de verdad, las que cuentan, son muy pocas, poquísimas, y su precio es imposible de cuantificar; el sueño americano no sólo existe sino que también es capaz de encandilarte y de sumirte en una especie de nebulosa delirante, un torbellino de posibilidades y de estampas de casas confortables, que huelen a madera y a nuevo, y de un posible futuro ideal; por último, la construcción de los Estados Unidos como nación es un tema que, pienso, nunca dejará de apasionarme, sobre todo por lo que digo al principio de este breve comentario. Los antiguos no podían comprender su mundo sin antes entender los numerosos porqués detrás de la fundación de Roma o de Atenas; a nosotros, salvando ciertas diferencias nada desdeñables, nos debería de pasar lo mismo.

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La fotografía es del artista Keith Dotson, residente en el área metropolitana de Nashville, Tennessee, y especialista en la fotografía en blanco y negro. El título es View of Downtown Atlanta from the Jackson Street Bridge.

viernes, 23 de agosto de 2024

Canción de verano 28/30

 


Agregado

Como lo dijera antes, aunque el año pasado me despidiera de mis pretensiones de convertirme en profesor agrégé, en septiembre de 2023 volví a la carga, me armé de valor y logré contra todos los pronósticos alcanzar la meta, abrazar el santo grial, coronarme con uno de los 53 laureles reservados este año por el Ministerio de Educación Nacional para los invictos neocatedráticos de español. Este año me tocó defender ante el tribunal una disertación sobre el canal de Panamá y un extracto de El mundo por de dentro, el cuarto opus de un ciclo de «tratados y discursos» compuesto por don Francisco de Quevedo entre 1605 y 1622.

Quevedo fue una de las lecturas mejor asimiladas por Borges, cuyas Ficciones formaron parte del programa de las pruebas en 2014, el año que empecé a preparar esta larga andanza.

Todo se ha acabado. El estrépito y la música del pasado, de las gestas y de las decenas de personajes literarios que pude estudiar se han acabado. Estoy solo en medio de ninguna parte. El silencio es el viento sin colores de La Mancha.

Al final, no se trataba tanto de obtener la corona de laurel, sino de pelear una batalla que una parte de mí quería que no acabara nunca.

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Detalle de El jardín de las delicias (c. 1500-1505), del pintor neerlandés Jheronimus Bosch.

Canción de verano 27/30

 

Imane

Imane Khelif es uno de los rostros que con dificultad se olvidarán tras los Juegos Olímpicos de París. Sus puños de hierro, los mismos que obligaron a la italiana Angela Carisi a abandonar el cuadrilátero sin que pasara un minuto del primer asalto, son la marca de identidad de una mujer nacida con una particular carga genética que la eleva a las cúspides del androginismo, de lo que podría parecer, pero que, a fin de cuentas, no es. Su estatura de 170 centímetros, su mirada adusta, toda su carrera de boxeadora, así como su polémica medalla de oro, se han convertido en la leña que el fuego de las redes sociales necesita para seguir devorándolo todo con las llamas de los incesantes dime-que-yo-te-diré.

Imane, con apenas 25 años, ha querido defenderse enviando sus puños al vacío. Representante de Argelia, un país cuya religión oficial es la musulmana, Imane ha logrado romper mejor que casi nadie los estereotipos, las expectativas de miles de argelinas destinadas a consagrarse al orden del hogar y al respeto maridal.

Su vida apenas empieza. Su verdadero combate, también. Vamos, Imane, la campana acaba de sonar. Ésta es la pelea menos limpia de todas las que realizarás: es la pelea contra el odio y la ignorancia. Dos contra uno. 

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La ilustración fue sacada del sitio web Gali-art.com.


Canción de verano 26/30

 

Soledad

Está ahí, pero no la ves. Es como si fuera una representación de la fe. Crees en ella, pero porque estás obligado, aunque sea invisible. Es invisible porque en la trasparencia del mundo que ella crea hay un vacío, un silencio blanquísimo como el de los neones de la sala de espera de un hospital sin enfermos. Llegan los ruidos de la calle, las risas de un vecino que ríe, atiborra un crep de jamón y kétchup y fuma porros con sus amigos que ríen, ellos también, sacudiéndose con sus carcajadas los malos recuerdos del día. Todo esto ocurre al mismo tiempo. Esos ruidos son los únicos que el exterior se atreve a introducir en un mundo aparte, de recuerdos, de unos años que se fueron, de un jardín impecable que ya no será, de otra vida, de un amor contrariado o que nunca fue correspondido. 

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Vincent van Gogh, Autoportrait de l’artiste (1889), Museo d’Orsay.


Canción de verano 25/30

 

Sheldonianas, 2

A Mary se le ha ocurrido plantar una versión en miniatura de un jardín de los olivos, pero sin los olivos, sólo con unas flores modestas que casan muy bien con sus vestidos también modestos de madre, ama de casa a tiempo más que completo, esposa de un fornido entrenador de fútbol, amante él de las cervezas y de las costillas de res asadas en barbacoas que duran todo el año. Mary deposita su fe en sus plegarias dirigidas al cielo. Tiene un hijo aún no adolescente que es un genio de las ciencias duras. Ambos, madre e hijo, tratan a su manera de alcanzar eso que ellos llaman la comprensión del universo. Comprender el universo, vaya idea, ¿a quién se le pudo ocurrir?

Ciencia y religión son las dos caras de una misma moneda. Para ejercer la fe se necesita tanta razón como para ponerle algoritmos a un universo para siempre insondable. 

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La fotografía fue sacada de la página Open Universe.