Ella
está sentada frente a él. Lleva puesto lo que queda de un salto de cama, con
los encajes amarillos y los botones de seda desvaída. El pelo negro, en ondas,
baja hasta la nuca. La sombra de sus párpados acentúa los rasgos afilados, la
boca fina, tallada por un cincel violeta en la porcelana de la carne. Él,
mientras, tumbado sobre la cama, respira con una suave cadencia. Se ve cansado.
Triste. Miserable.
—Voy
a conseguir un empleo— dice él.
—No
puedes; no sabes hacer nada— responde ella.
—¿Qué
dices? ¿Estás loca? ¡Claro que sí puedo! Puedo hacer lo que me proponga... y
más.
—No
me hagas reír.
—Voy
a ser un actor famoso. Ya verás.
—¡No
me digas!
—Algún
día estaré en Hollywood. Se pelearán por tenerme en las mejores películas:
todos, los escritores, los directores, los productores. Usaré brillantina en el
pelo, una bufanda de seda y... lentes de sol.
—No
seas ridículo. Todo eso ya está fuera de moda. Además, no irás a ninguna parte.
No, al menos, sin mí.
Él
parece no escucharla. Sigue perdido en la penumbra de sus sueños:
—Y
luego ganaré un oscar, o dos, o tres. ¡Y tendré una casa con cuatro pisos!
Siempre me han gustado las obras de arte; compraré cientos de picassos. Sí, y
tendré una piscina climatizada, porque pienso vivir en un país donde haya
cuatro estaciones, y, claro, voy a querer pasarme el día en la piscina cuando
llegue el invierno...
—Ya
cállate, ¿sí? Me enferman tus locuras. Entiéndelo: eres un don nadie, un bueno
para nada. Si no, ¿por qué crees que estás aquí, encerrado en estas cuatro
paredes mohosas, que se caen a pedazos, sobre esta cama sucia, asquerosa?
¡Mírate! ¡Mírate en un espejo! ¡Eres la imagen del fracaso! Siento ser tan
dura, pero es la realidad. Te digo la verdad.
Él
aprieta los dientes. Una nube de lágrimas amargas se ahoga en el tormento de su
mirada.
—No
me importa lo que pienses. Sé que puedo hacer cualquier cosa que me proponga en
el mundo.
—¡Bah!
Allá tú. Luego no digas que no te dije nada.
Él
se levanta. Toma su chaqueta y se la coloca lentamente.
—¿A
dónde vas?
—A
volar. Lejos de ti.
—Cállate.
No irás a ninguna parte.
Ella
llora. Él abre la puerta.
—¡No
te vayas! Prometo creer en ti, en tus sueños...
El
eco de las pisadas resuena en la madera carcomida de las escaleras. Ella
enciende, con las manos temblorosas, la colilla de un cigarrillo. Fuera, en la
calle, el viento arrastra las hojas del primer otoño de Maracaibo.
*
La fotografía, extraída del sitio Flickr.com, es de J. Enjuto y se titula Otoño sobre blanco y negro.
NADIE SABE LO QUE TIENE HASTA QUE LO PIERDE.En el momento que acabe de leer tu escrito: LA PENUMBRA DE TUS SUEÑOS, pienso que esta frase le viene muy bien.Te felicito por deleitarnos con tus pasajes y saludos desde la distancia.Los tengo siempre presentes en mi corazon.Un abrazo.
ResponderEliminarMuchas gracias por tus comentarios, Aura. Un saludo y un abrazo para ti también.
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