“Sí,
adelante. Pase. Cierre la puerta con cuidado. No soporto los ruidos excesivos.
Me molestan. Aún el sonido de la seda crujiendo sobre las piernas es detestable
para mí. Sí, adelante, muy bien. No tenga miedo, niña. Pase. A ver, dé una
vuelta... eso, ahí, quédese así, como está. Cuando llamé a la agencia esta
mañana expliqué claramente que la mujer que necesito para limpiar esta casa
debe tener ‘carácter’. Sí, y ésa es una cualidad que percibo justamente en el
primer vistazo. Y, viéndola bien, creo que tiene ‘algo’ de carácter. Tal vez no
lo suficiente, pero creo que lo que tiene bastará. Pues, niña, verá usted, éste
es el trabajo: limpiar cada milímetro de esta casa, todos los días, de lunes a
lunes. Hay un día de descanso cada tres meses, bueno, en realidad, sólo unas
tres horas durante una mañana de domingo. Mientras esté aquí, deberá limpiar
los suelos, la escalera, los salones de baile, la galería, el comedor, los
dormitorios... son 16 en total, más el ático, que, como verá, está tan
acondicionado como cualquiera de nuestras dependencias. Ésta es una casa
grande, vieja, pero que hay que saber mantener. Y, sí, como escuchó, tenemos
salones de baile. Son caprichos de mi marido, que pensaba que era un Fred
Astaire de la vida. El pobre. Él está muy enfermo, bueno, mejor dicho, es...
¿cómo le diré? Es un vegetal. Sí, ni más ni menos. Lleva unos 15 años conectado
a unas máquinas que le ayudan a vivir. Él es el dueño de todo esto, bueno ahora
soy yo, claro, la que controla absolutamente todo. Incluidas las finanzas, por
supuesto. En fin, ¿de qué le hablaba? Ah, sí, de los salones de baile. Son
dorados, hermosos, llenos de espejos, parecen vieneses. Todo un capricho; costó
una millonada. A mi marido le encantaban los bailes con orquestas de cuerdas y
esas cosas. Fue una época... creo que divertida, sí. Bueno, a lo que iba: éste
es el trabajo. Limpiar desde la mañana hasta la tarde. De la comida se encarga
Marta, ya la conocerá. Antes tuvimos un ama de llaves... (risas). Sí, lo que
escucha: ¡un ama de llaves! Ya no la tenemos. No podemos permitírnoslo. Es ella
la que debería darle todas estas explicaciones, y no yo, claro está. Cuando
Marta la lleve a la que será su habitación, encontrará hasta una serie de
cincuenta tipos diferentes de sustancias para limpiar. Cada envase tiene una
etiqueta: ‘Cera para la habitación número 11, ala oeste’; ‘desinfectante para
la sala de baño del sótano’. En fin, soy muy quisquillosa con los olores. Nunca
nada debe oler igual. Usará un par de guantes distinto para cada estancia. Hay
más de 500 pares esperándola. No me gusta la música; tampoco espero verla
hablando con Marta. Hágalo a mis espaldas. La habitación de mi marido es la
primera en limpiarse. Todos los días, a las cinco de la mañana, que es su mejor
hora, bueno, en la que al menos tiene los ojos menos entrecerrados. Y ahora, la
mejor parte, para usted, claro: el sueldo. No pago en bolívares sino en euros.
Aquí tiene esta tarjeta. Tómela. ¿Ve la cifra? ¿Contenta? Muy bien. Salga de la
habitación. Cierre la puerta con cuidado, sin ruidos, eso, necesito descansar.
Abajo la espera Marta”.
*
En la imagen, las actrices Kelly McDonald y Maggie Smith en una escena de la película Gosford Park (2001), de Robert Altman.
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