viernes, 3 de agosto de 2012

Desdoblamiento



Aquella tarde era inusualmente fresca. Él estaba sentado en un cómodo sofá de una biblioteca. Aún faltaban quince minutos para que comenzara la primera clase de francés de la semana. Mientras las agujas del reloj marcaban el paso de los segundos, detuvo su mirada en varios ejemplares de la revista Paris Match. Escogió la portada de un especial sobre la vida y obra de Juan Pablo II porque le pareció llamativa la fotografía de la primera página. 
En ese instante, la puerta del corredor se abrió ―él podía ver el corredor desde el sofá donde se encontraba a través de una amplia galería de cristal―, y vio emerger una figura familiar. Unos pantalones de pana color marrón, una camisa a cuadros. La forma de caminar era inconfundible: la espalda ligeramente inclinada hacia delante, los pies arrastrados sobre el suelo. Cuando alcanzó la figura con la mirada estuvo a punto de lanzar una exclamación que sólo pudo ahogar a tiempo gracias a una señora con un bolso amarillo que se acercó para extenderle la revista que se le había caído de las manos. Apenas tuvo tiempo de corresponder el gesto con un asentimiento de cabeza. Volvió a mirar hacia el corredor. La figura se había detenido para beber agua del filtro instalado en la mitad del pasillo. Y, de repente, se volteó y le miró fijamente. Era como verse en un espejo. Era él mismo, su copia, su doble, un negativo ambulante que medía y pesaba lo mismo que él, que llevaba una mochila idéntica en la espalda. Aunque separados por una distancia de unos cinco metros, podía sentir que ambos estaban unidos por un mismo olor, por una imaginación idéntica, por pensamientos similares, por miedos y sustos fabricados por un mismo cerebro. Los movimientos de él y del doble, eso sí, eran autónomos. El doble le hizo una seña y le pidió que se acercara. Él obedeció. Dejó la Paris Match sobre el sofá, y se acomodó la mochila sobre el hombro. Abrió la puerta que separaba la biblioteca del corredor, y se puso frente a su doble. “Hola”, le dijo. “Hola”, escuchó. “He venido para suplantarte. Yo tomaré tu lugar; tú puedes hacer lo que desees, lo que quieras, lo que siempre has querido”. Varios estudiantes pasaban de largo, cada quien inmerso en sus propios pensamientos. Ninguno de ellos reparaba en los dobles y en su conversación. Era como si ninguno existiera. Él miró a su gemelo con expresión agradecida. Se dio la vuelta y bajó las escaleras de la biblioteca, hacia un patio. Fuera había comenzado el calor.

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En la imagen, Double Elvis (1963), de Andy Warhol. Escribí Desdoblamiento en diciembre de 2005.

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