Volví a leer en
agosto Desayuno con diamantes (1958),
la estupenda novela de Truman Capote que recrea la historia de una aspirante a
actriz que vive del deporte de salir con hombres adinerados, buscando
introducirse en el mundo de la alta sociedad neoyorquina. En un pasaje del
libro, la protagonista, Holly Golightly, dice que ir a Tiffany’s, la mítica joyería,
constituye para ella un remanso de paz, un oasis de calma, una terapia ante las
“horas negras”. Holly no va a Tiffany’s a comprar joyas simplemente porque no
puede permitírselo, pero al menos se consuela con la visión cegadora de los
collares, anillos y pendientes expuestos en las vitrinas como trofeos capitalistas,
accesibles sólo para unos pocos, con el fin de encontrar algunos minutos de satisfacción
personal, una alegría efímera y silenciosa que se diluye en el trajín de la
vida diaria.
Holly pudiera
aburrirnos con su frivolidad, pero en el fondo, aún cuando no compartamos sus
puntos de vista ni la forma de entender el amor (sabemos casi al final que ella
abandonó a su esposo, un hombre mucho mayor, por irse a vivir a Nueva York en
su cacería de playboys), el hecho que más llama mi atención es su afán por
rodearse de un mundo en el que predomina la belleza. En su peregrinar por
Tiffany’s hay un anhelo casi quijotesco por vivir de la utopía y del sueño para
sobrevivir a la realidad.
Le he dado vueltas a esta idea, y he llegado a la conclusión de que en Venezuela hay miles de Holly Golightly. Se trata de mujeres, altas o redonditas, mayores o muy jóvenes, pobres o ricas, que se valen de la belleza para caminar como modelos por una pasarela plagada de robos de edificios, asesinatos diarios, tráfico de droga y gasolina, sicarios, jefes de cárceles que extorsionan y arruinan vidas enteras.
Le he dado vueltas a esta idea, y he llegado a la conclusión de que en Venezuela hay miles de Holly Golightly. Se trata de mujeres, altas o redonditas, mayores o muy jóvenes, pobres o ricas, que se valen de la belleza para caminar como modelos por una pasarela plagada de robos de edificios, asesinatos diarios, tráfico de droga y gasolina, sicarios, jefes de cárceles que extorsionan y arruinan vidas enteras.
Se ha dicho que la
mujer venezolana es una de las más bellas del mundo. Creo que esto es cierto,
pero no en el sentido en el que se entiende la frase. Detrás de esta afirmación
hay por lo general un negocio millonario de labios inyectados y pechos de
mentira. Es verdad, las venezolanas son campeonas en los certámenes de belleza,
y por eso el Miss Venezuela podría compararse en sintonía al Super Bowl
estadounidense. Miles de venezolanas son también reinas del bisturí, clientas
asiduas de cirujanos plásticos, fanáticas de la moda y el cuento chic.
Pero la belleza a
la que hago referencia puede ser ésa, pero es sobre toda otra: es la belleza de
la mujer valiente, que piensa que Venezuela es menos siniestra y cruda si se
sale a la calle con un bonito collar, una sonrisa brillante, unos zapatos que
no son los mismos del mes pasado. Esto puede ser tan frívolo como la Holly de
Truman Capote; sin embargo, creo que en estas decisiones hay actos de valor, de
heroicidad y de admiración. Decisiones de una dimensión más bien espiritual.
He visto en Maiquetía
a muchas mujeres dispuestas a volar a Roma o Madrid, en vuelos directos de ocho
y nueve horas, como si fueran a una entrega de premios, bien peinadas y vestidas,
maquilladas con esmero. He visto la misma afición en las funcionarias de inmigración,
en el personal de tráfico aéreo y, por supuesto, en las azafatas. Las de
Venezolana, por ejemplo, se peinan como bailarinas y se las arreglan para verse
elegantes aún con un uniforme más que poco favorecedor.
Esto puede sonar a
superfluo. Tal vez. No obstante, en una época de crisis mundial y de sinsabores
generales, las venezolanas que desayunan con diamantes son un ejemplo de inspiración,
un antídoto contra la fealdad del mundo, una manera de decirnos que, pase lo que
pase, la belleza, como forma y fondo del arte, siempre nos salvará.
*
En la imagen, la
actriz belga Audrey Hepburn (1929-1993) en el papel de Holly Golightly, en la versión
cinematográfica de Desayuno con diamantes
(en inglés, Breakfast at Tiffany’s,
1961), de Blake Edwards.
Esto es verdad. La Belleza venezolana no es solo genética y mucho menos solo artificial. La belleza de las mujeres venezolanas esta en la constancia y la lucha por sacar lo mejor de si mismas. Diría exactamente lo mismo de la mujer dominicana y de la latina en general. En un mundo donde cada día es mas preponderante la vulgaridad, salen muchas a decirnos que la elegancia y la disticion son las que dicen la clase, sin importar posicion social. Sobretodo las que ademas se valoran a si mismas y nos deslumbran con un atuendo adecuado y distinguido que nos dice que no estan a la venta, ni quieren ser miradas con deseo, sino que son elegantes y las reinas del lugar. Viva la belleza! Que ademas es un reflejo de Dios.
ResponderEliminarPor cierto Ricardo, Audrey Hepburn es una de mis actrices favoritas.