sábado, 21 de abril de 2012

Fuerza mecánica


Manuel era un chico diferente. Cuando iba al gimnasio, todos podían notarlo. Si los que ya tenían más tiempo podían levantar unas mancuernas de 20 kilos, él, desde el primer día, improvisaba con varios discos unas de hasta 80 kilos. Es decir, entre los dos brazos, 160 kilos. Lo más curioso era que las levantaba sin ningún esfuerzo, sin sudar, sin emitir ningún chasquido como el que hacían los demás, con sus labios morados, al borde de la convulsión, y un collar de venas a punto de estallar, cual cuerdas de un contrabajo, en la frente, el cuello y los bíceps de agua. 

Cuando nadie lo notaba, él se reía por lo bajo. Mientras los otros hacían esfuerzos indecibles para levantar hasta una barra de 150 kilos –tumbados sobre una banca, bañados de sudor, con los esteroides recorriendo como una estampida de caballos salvajes la sangre hirviente–, él perfectamente podía con 400. Lo más curioso era que mientras los días y las semanas pasaban, Manuel se veía cada vez más delgado, con sus brazos largos y huesudos, los codos puntiagudos, los ojos enormes, desorbitados. Algunos decían que Manuel debía ser anoréxico. Que no tenía familia, trabajo, novia, casa. Otros pensaban que era “raro”. Él no se daba por enterado. Y cada día aumentaba los pesos de las barras y discos. A veces, 500 kilos de pecho. Una vez, una tonelada completa con los hombros.

El entrenador del gimnasio pensaba que aquel chico podía ser un desequilibrado, y algunas veces, sobre todo cuando Manuel hizo su sesión de mancuernas levantando a dos señoras con bigotes y pendientes de perlas falsas, estuvo tentado de llamar a la policía.

Los otros empezaron a mirarlo casi con terror. Él, como siempre, sonreía con su mueca imperceptible. Así pasó un año completo. Todos los días, desde que el gimnasio abría sus puertas, a las seis de la mañana, hasta las diez de la noche, Manuel repetía sus colosales rutinas de pesa. Nunca decía una palabra. Y nunca sudaba.

Una tarde, una chica con mallas fucsias dijo que Manuel olía a taller mecánico. Al día siguiente, Manuel hizo la mayor de sus hazañas: levantó el edificio del gimnasio, con sus vigas de hierro, sus ladrillos, sus paredes y suelos de cerámica. Y, justo en ese momento, se escuchó el golpe seco de una detonación. Cuando todos salieron a la calle para ver lo que había ocurrido, un manojo de tuercas, tornillos, cables y transistores yacía sobre el suelo. 

Manuel, el robot, había explotado.

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La imagen, cuyo título es Creative Robot, Human, Electrician, fue obtenida del sitio FondosBlackberry.com.

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