Hoy es el Día del
Libro. Leo en el portal de noticias de MSN que ésta es una iniciativa española (o
mejor, catalana) aceptada por la Unesco en 1930. La idea consiste en homenajear
a escritores, libros y lectores de todos los tiempos, fomentando el placer de
la lectura y reconociendo el peso de “los creadores” en el “progreso social y
cultural” de la humanidad. El 23 de abril, además, se considera una auténtica
fecha literaria: un 23 de abril de 1616 fallecieron Shakespeare y Cervantes,
dos grandes figuras de las letras inglesas y españolas, respectivamente, así
como también un 23 de abril nacieron otras referencias de la literatura, como
Vladimir Nabokov y Josep Pla.
La noticia de MSN
recoge también una lista de los diez libros más difundidos de la historia. La Biblia, por supuesto, con más de 6.000
millones de ejemplares y traducida a 438 idiomas y dialectos, se lleva el
primer premio del texto más difundido y traducido del planeta. Otros títulos de
índole religiosa, como el Corán, o de
corte poético-político, como el Pequeño libro
rojo, reciben un puesto en la lista con otros tantos millones de copias.
Sin embargo, ahora que pienso
en esta fecha del 23 de abril, trato de recordar cuándo me hice un lector
empedernido. Los libros son, en realidad, una adicción, una maravillosa adicción
en mi vida. Leer resume un placer inigualable desde que tenía unos once años.
Algunas veces escucho a la gente decir que no leen o que no soportan leer. Me gustaría
saber si a esas personas les gusta el cine. Si es así, les diría que ya tienen
recorrida la mitad del camino hacia el placer que proporcionan los libros. El
cine y la literatura son dos caras de una misma moneda. Cuando leo, trato
siempre de sumergirme en una historia narrada con todos los recursos del
séptimo arte. Siempre me digo que los personajes de los libros deben ser
interpretados por mis actores y actrices favoritos. Por ejemplo, cuando leí Los hermanos Karamazov, de Dostoievski, imaginé
que Harrison Ford era el indomable y hedonista Dmitri, el mayor de los
hermanos, y que Sean Penn necesariamente era el menor de la familia, el
aprendiz a monje, el religioso y heroico Alekséi. No recuerdo exactamente el
rostro de los otros personajes de esta gran novela rusa, pero sí se me vienen a
la mente muchos de los ambientes, los escenarios, los olores y aún sabores de
las mejores historias que he leído.
Una vez, en una pequeña
estación de trenes de las afueras de París, vi pasar lentamente el soberbio y
legendario Orient Express, un tren de lujo que hizo historia en la Europa de finales
del siglo XIX y hasta 1977, y que ahora, renovado, ofrece a sus clientes el
mismo recorrido desde la capital francesa hasta Estambul, pasando por Viena,
por tarifas de locura de hasta diez mil euros. Aquel día no lo olvidaré. Fue
como ver a un viejo amigo que salía de las páginas de un libro tal y como lo había
imaginado, con sus paneles de madera en los pasillos interiores, el lino
impecable de las literas en sus vagones de ensueño, la porcelana perfecta en el
coche restaurante tenuemente iluminado. Creí ver a Agatha Christie sentada en
un sillón con una libreta de notas, imaginando la trama de su novela Asesinato en el Orient Express, publicada
en 1934, pero asegurar esto tal vez sería demasiado.
De todos modos, es a
Agatha Christie a quien debo el placer inconfundible de la lectura. Todo comenzó
con sus novelas policiacas, que me llevaron a seguir con el género negro, de
suspenso, las novelas inspiradas en la Segunda Guerra Mundial y el genocidio
nazi y luego con varias obras de la literatura universal. No me considero un
experto ni mucho menos un critico; he leído de todo y de la manera más
desordenada posible, pero siempre he intentado tener un libro conmigo. No llevo
la cuenta de cuántas novelas he leído, pero sé que son muchas. Leer fue el
impulso que me condujo a elegir la carrera de periodismo desde que estaba en
sexto grado de educación primaria, en el lejano mundo de los Maristas. Creí que
de esa manera podía llegar a ser escritor. Han pasado los años y la ilusión ya
es eso mismo, una ilusión, no perdida, pero de alguna manera guardada, bien
guardada, en un desván de mi memoria. Este blog intenta sacar del polvo varios
de esos sueños, y por eso hoy deseo contribuir de alguna manera con el Día del
Libro. Todos los días deberían estar dedicados al placer de la lectura.
No intento nunca
dar consejos, porque pienso no tener la moral ni la fuerza necesarias para
hacerlo, pero creo que existen dos buenas ideas para aquellos que piensen que la
lectura no es para todos:
·
Primero,
hay que empezar por libros fáciles de leer. Las novelas de Agatha Christie son
un buen ejemplo.
·
Segundo,
hay que tratar de obligar a la imaginación a utilizar todos sus recursos
inmensos para darle vida en nuestro cerebro a las palabras que leemos. Por eso
es tan importante ir al cine y sentir pasión por esta manifestación del arte.
Leer con música, con decorados excepcionales, ambientados en la época en la que
desea sumergirnos el autor, con actores o desconocidos en el papel de los
personajes descritos en la trama... eso es vida.
·
Tercero,
hay que tratar de ser constantes; es importante leer todos los días. Al menos
unos minutos. Es un privilegio leer por horas. Hay libros que nos obligan a
hacer esto, aún si pensamos que no tenemos tiempo.
Finalmente,
adiestrar el cerebro y el espíritu a la lectura produce varios efectos más que
positivos:
·
Nuestra
capacidad para escribir mejora considerablemente. No digo que vamos a escribir
la tercera parte del Quijote, pero sí
seremos capaces de redactar con propiedad nuestro propio CV y eficaces cartas y
correos en el contexto laboral. He conocido profesores de lenguaje y comunicación
que lamentan las terribles fallas en el manejo del idioma en nuestras escuelas
de periodismo. Si nuestros estudiantes y futuros (y actuales) periodistas
leyeran más, nuestros periódicos serían mucho mejores y su lectura no causaría tantos
dolores de cabeza. Leer nos permite identificar la correcta grafía de las
palabras y desvelar, de un modo automático e imperceptible, el misterio de la gramática,
la música de la sintaxis, los espejismos de la semántica. Leer un libro es
barato y sencillo, y es la mejor clase que existe sobre el uso apropiado del
lenguaje.
·
Leer,
para terminar, nos deja recuerdos inolvidables y la sensación de haber vivido
varias vidas, de haber viajado por el tiempo, de hablar otros
idiomas, de vernos como otras personas, de sentir que el mundo sí es mágico y
de soñar despiertos, con los ojos abiertos, una página abierta y el roce del
papel entre nuestros dedos mientras el universo de las palabras gira a nuestro
alrededor, descubriendo y pintando otros mundos que nunca imaginamos pero que
existen y existirán para siempre.
*
Las imágenes fueron
obtenidas de los siguientes sitios web: Afaithtoliveby.com
(foto de los libros antiguos), Naskiller.wordpress.com
(foto del actor Sean Penn) y Toutlecine.com (fotograma de la película
Asesinato en el Orient Express, dirigida por Sidney Lumet, 1974).
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