martes, 7 de julio de 2015

Viaje al país imposible (2)



‘Jet lag’ y síndrome Ifigenia

Sábado, 4 de julio. Al cuerpo le cuesta acostumbrarse a un cambio horario. En plena madrugada, a las dos y media, algo en ti te dice que son las nueve de la mañana y que es hora de ir a desayunar. Es normal, tienes hambre. Pero cuando apenas son las seis de la tarde, crees que ya han pasado las doce de la medianoche y que no se justifica otro trasnocho. Así que vas a cama y… error: otro madrugón innecesario Todo este desbarajuste se organiza mucho más rápido cuando eres adulto o viajas solo, pero no cuando tienes que ayudar a tres niños a adaptarse al nuevo ritmo.


Así que ahí vamos, poco a poco, adaptándonos al famoso jet lag, “trastorno o malestar” (palabras de la Real Academia) que también puede relacionarse con el descalabro “producido” cuando se comparan dos realidades distintas y distantes.

Francia y Venezuela, por ejemplo.

La novela Ifigenia (1924), de la escritora Teresa de la Parra, describe en primera persona las vivencias de una venezolana que regresa del París mágico de los años veinte para sumergirse, contra su voluntad, en la sociedad ritualista, castradora, aburrida y conservadora de la Venezuela de los tiempos de Gómez. La protagonista comienza su historia desembarcando en el puerto de La Guaira como una “elegante parisiense” y la termina a punto de ir al altar de la iglesia obligada a contraer matrimonio por las presiones y convenciones sociales.

Apartando los detalles de esta obra literaria, he pensado desde hace algún tiempo que el choque de muchos venezolanos que regresan al terruño tras vivir en un país extranjero podría conocerse (es un invento mío) como el síndrome Ifigenia, cuyos síntomas son, entre muchos otros, un rechazo general, los efectos violentos del cambio cultural y las comparaciones odiosas entre una y otra realidad.

Creo sentirme inmune a ese síndrome porque ya lo he padecido antes y porque existe una cura, como a casi todo. Hace unos cuantos años, viví en España, y por diversas razones regresé a Venezuela. El regreso tuvo el equivalente psicológico de una paliza interminable. Recordaba mi vida en España como si hubiese sido un sueño perfecto, y lamentaba una y otra vez la decisión de haber regresado a casa, que fue sabia y necesaria después de todo por muchas razones que no vienen al caso.

Por mi experiencia pasada, puedo decir que la cura del síndrome Ifigenia consiste en amar a Venezuela y en ser capaz de apreciar las millones de razones por las que éste es y seguirá siendo siempre un gran país. Aún si los tiempos que corren no sean los mejores.

Ayer se me ocurrió preguntar a los niños qué les parecía todo justo cuando íbamos pasando por un descampado repleto de basura, escombros y perros sarnosos y famélicos situado detrás del estadio Alejandro Borges. Ciertamente, pareciera que ahí hubiese caído una bomba o que una parte de Maracaibo se preste en este momento para el decorado de una película ambientada en la franja de Gaza (los huecos en el asfalto ayudan mejor a crear esa sensación de trinchera en alguna guerra perdida del mundo).

Los niños respondieron a mi pregunta diciéndome que aquello parecía una “papelera” (traducción muy literal de la palabra poubelle), y me preguntaron si había ocurrido una guerra (lo del decorado cinematográfico, ya se ve, no es una broma). Emma comenzó a llorar viendo a los perros callejeros que le recordaron tanto a nuestros queridos Lucky y Alfred.

En fin, no lo tuve fácil cuando les dije que en Venezuela había muchísimas cosas más bellas y mejores, y que la cura del síndrome Ifigenia o del jet lag cultural que comenzaban a padecer estaba en esa actitud positiva y optimista que no había que perder por nada del mundo y que nos permitía apreciar la belleza del país y el coraje de nuestro bravo pueblo. No hay que perder el sentido de la realidad, es verdad, ni el sol se puede ocultar con un dedo, pero de muy poco sirve hacer más larga la lista de las desdichas nacionales, sobre todo, o al menos en nuestro caso, cuando hemos venido a visitar y a (re)descubrir.

No dejé de recordarles que ni se les ocurriera por un instante llegar a Francia hablando pestes de Venezuela. El síndrome Ifigenia puede causar secuelas a largo plazo y el antídoto hay que aplicarlo sin demora.

*
La imagen, de la escritora venezolana Teresa de la Parra (1899-1936), es de María Eugenia Parra y fue extraída del sitio Anateresaparrasanojo.blogspot.com.

9 comentarios:

  1. Hay que decirles a tus ninos que hay extranjeros como yo que quieran mucho a la gente venezolana. Pienso mucho en venezuela y sobre todo creo que es un pais que es muy especial y bien bonito. Que te vaya muy bien, amigo :D

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    1. uh oh mi comentario no tiene mi nombre. Soy yo, el magnifico Daniel Whittaker :D:D:D

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    2. Muchas gracias, amigo. Yo sé que tu siempre has querido a Venezuela. Gracias por tus sentimientos y por tu amistad. Un abrazo.

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  2. A muchos nos pasa algo similar al regresar, aunque nos hayamos ido sólo por tres semanas. Inevitablemente uno compara lo bien que se vive en otros países y lo mal que estamos aquí. Sólo con la experiencia que se vive en el aeropuerto de Maiquetía, ya provoca llorar.
    A nosotros nos duró como un mes y poco a poco se nos fue pasando.
    Pero tienes razón, aquí hay muchísimas cosas buenas; no dejemos que lo malo lo opaque.

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    1. Así es, Rocío. Gracias por ser siempre tan positiva y optimista. Hasta pronto.

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  3. En tu escrito me reflejo y temor de llevar a mis propios hijos para conocer a Venezuela; yo a pesar de todo la encuentro bella, única e irrepetible. En sus ojos no se si seria igual.
    Deseo de corazón que tus pequeños pueden desarrollar en este viaje un profundo amor por el terruño de sus padres.

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    1. Hola, Carolin. Gracias por tus comentarios. Lamento responderlos un poco tarde. Espero que puedas venir algún día con tus niños a Venezuela. Creo que será una hermosa experiencia que ellos van a atesorar durante toda su vida. Sé que los niños están viviendo en este momento grandes experiencias que nunca olvidarán. Recibe un abrazo.

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  4. Nunca he salido del país, eso no me hace desconocedora de como se vive en otros países, pero soy turistologa y la razón de haber escogido una carrera tan desvalorada en esta región es por el amor y fe que tengo en este país, sin embargo, tristemente comparto con tus hijos la imagen de que en este país hubo una guerra civil o gran revuelta, antes de que dijeras incluso lo de los perros sarnosos, ya sabía yo de que descampado hablabas, lo conozco desde muy niña, aveces me pregunto desde cuando esta y porqué, simplemente hay mucho potencial de inversión pública y privada pero por una u otra razón nadie presta atención y pasan a ser invisibles para todos, bien sea por conveniencia o por costumbre.

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    1. Hola, Dessiree, gracias por tus comentarios. Me alegra saber que hay tantos venezolanos como tú que aman de verdad este país y que luchan por que las cosas mejoren y cambien. He sido menos valiente, y por diversas razones me fui y he terminado por hacer mi vida en otro país, pero trato, a través de este blog prácticamente desconocido, de contribuir de alguna manera con el futuro que todos soñamos. Muchos saludos y mucho ánimo.

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