Aquella noche parecía
que iba a ser eterna. El reloj marcaba las 7.50. Sólo faltaban diez minutos
para el desfile en traje de baño. El camerino era un hormiguero. Las abultadas
cabelleras de las misses dejaban ver
sus cuerpos altos y huesudos, elevados sobre tacones de diez centímetros. Un
enjambre de estilistas retocaba con polvos y escarcha las narices y las
mejillas de las nuevas reinas de la belleza. Algunas preferían hacer el trabajo
por su cuenta y deslizaban con furia contenida las barras de pintalabios sobre unas
cansadas sonrisas de mentira. El rímel que todas llevaban quería fundirse de
las pestañas como helados en una plaza desierta a las dos de la tarde. La función
debía continuar, como ocurre en cada buen circo, y a una señal del responsable
de la coreografía y de las entradas y salidas del escenario, las chicas se
pusieron en fila india con el clásico gesto de las modelos en ciernes: la mano
derecha sobre la cadera, el brazo izquierdo en posición de descanso, los
hombros bien erguidos, la mirada en alto.
Cuando todas avanzaron,
una fanfarria se dejaba escuchar entre los aplausos del público. Un hombre se abrió
paso de repente entre los bastidores, y pronunció con voz clara y firme la
orden: “Miss Nueva Esparta, Miss Aragua y Miss Zulia, ustedes se quedan aquí un
momento”. El resto prosiguió el desfile sin mover una pestaña, desde el
camerino hacia la gloria, y las tres aludidas se quedaron inmóviles,
confundidas y nerviosas.
Sólo Miss Zulia respiró
lo suficiente para decir:
―Pero ¿qué pasa,
quién es usted? Tenemos el desfile en traje de baño ahora mismo.
El hombre se aproximó
a la miss. Era más alto que ella, y no llevaba tacones ni laca en el cabello.
―Esta noche, el
desfile lo harán en otra parte ―dijo.
Otros dos hombres,
tan altos como el primero, salieron de ninguna parte. En cuestión de segundos,
el trío de raptores redujo con facilidad a las concursantes. Unos fugaces
instantes más, y los seis habían bajado por unas escaleras traseras y habían llegado
a una camioneta ocho por mil, negra, blindada, oscura y misteriosa como la
noche eterna del secuestro de las misses.
Miss Aragua,
aterrorizada, sollozó:
―¿A dónde nos
llevan, desgraciados?
Miss Nueva Esparta,
hecha un manojo de nervios:
―No me toquen, no
me toquen, ¡no me toquen!
El primer hombre sacó
una reluciente pistola de su chaqueta.
―Quietas las tres.
Nadie va a hacerles nada. Hoy comienza para ustedes una misión que les cambiará
la vida para siempre. Ahora, por favor, relájense. Todo va a estar bien.
Había una calma
inesperada en su voz. Las misses,
muertas de miedo, optaron por abrazarse como si las tres hubiesen recibido
juntas la corona. Lloraron tanto y en silencio que el rímel dejó sus rostros de
cera con manchas de lágrimas negras mientras la camioneta se deslizaba
silenciosamente en una Caracas inmensa, galáctica y futurista.
Estamos en Venezuela. Es
el viernes 4 de diciembre de 2099.
© Derechos
reservados. Ricardo López Díaz / Cuadernosparis.blogspot.com.
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La imagen, de una serie titulada Crowning Moment / Miss Universe (2010), fue obtenida del sitio Jellystrawberry.blogspot.com.
Que chevere!! Me gusto!! Ya quiero leer el capitulo 2!!
ResponderEliminarRicardo esta excelente, muy fresco la narrativa.. Capitulo 2 cuando salga me etiquetas en facebook
ResponderEliminarBienvenido al mundo del blog!