jueves, 21 de junio de 2012

El violinista de la luz



Acaba de recibir la medalla del Senado francés por su carrera musical. Es el violinista principal de la Orquesta Nacional de la Île de France. En su repertorio como solista, el jazz y la música popular latinoamericana se funden con el género clásico. Y la clave de su éxito está en el sol zuliano. Alexis Cárdenas, virtuoso del violín residenciado en París, confiesa que su música está llena de la luz de Maracaibo.
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Alexis Cárdenas es más bien de baja estatura, como yo. Parece que ha aumentado de peso; debe ser el resultado de la comida francesa, que es indudablemente deliciosa. El día que nos vimos llevaba puesto unos yines, una chaqueta de cuero y una bufanda azul de tela ligera. Muy europeizado. Hojeaba revistas y periódicos en un luminoso quiosco de la estación de trenes de Lyon. El final de la primavera en París se anuncia este año con nubes grises y lluvias frecuentes. No hace frío, pero el clima es demasiado fresco para ser junio.

Tomamos el tren que nos llevará a las afueras de la ciudad, a Alfortville, sede de la sala de ensayos de la Orquesta Nacional de la Île de France. Desde 2010, Alexis es uno de los dos violinistas solistas de esta respetada sinfónica parisina, una de las cinco más importantes de la región.

En nuestra conversación de camino a Alfortville, Alexis me recuerda a muchos venezolanos en el autoexilio. El autoexilio venezolano es, desde mi punto de vista, el resultado de la decisión personal de muchos a irse por un tiempo o para siempre de la tierra prodigiosa en la que han vivido toda la vida. A irse “demasiado”. Este autoexilio venezolano tiene diversas causas, características y destinaciones, pero por lo general evidencia un aspecto casi generalizado en todos los casos: una especie de relación amor-odio con respecto al país y a lo que se ha dejado atrás.

Alexis, según lo que observé, no es la excepción a esta regla. Su conversación deja ver, por un lado, el reconocimiento de la luminosidad de nuestro cielo omnipresente en su arte y en su música. Ver tocar a Alexis su versión del Pajarillo, por ejemplo, es contemplar de rodillas la grandeza del llano venezolano. Es sentir que el mismo Johann Sebastian Bach es capaz de revivir de entre los muertos para calzar alpargatas y bailar al son del endiablado golpe maestro de arco y cuerdas del violín que Alexis toca a modo de un tercer brazo fusionado a su alma. Joropo y música barroca al servicio de la música más pura y virtuosa. Ése es Alexis Cárdenas. El músico dotado de un talento sobrenatural, que expresa y canta con su instrumento su amor por la tierra que lo vio nacer, por el Maracaibo cuarteado por el sol, desquiciado y angustiado por una humedad infernal, los secuestros exprés, el tráfico caótico y el desorden salvaje. A partir de aquí, el amor se transforma en un sentimiento que no es de odio, es cierto, pero que sí refleja un desdén profundo. Una crítica implacable.

“Maracaibo es una ciudad esquizofrénica, ¿no te parece?”. Alexis hace referencia, así, a unas insólitas estatuas inspiradas en el antiguo Egipto que adornan la entrada de un casino maracucho, en plena avenida Cecilio Acosta. Trato de recordar el casino y las estatuas, pero no se me viene nada a la mente. “Eso es esquizofrenia pura”. La locura de Maracaibo, representada según él en este tipo de atrocidades arquitectónicas, podría ser la forma en la que el virtuoso reconoce que su vida no podría encajar en un sitio semejante. Y eso que hablamos de Venezuela, la cuna del Sistema, escrito así, simple y en mayúsculas, para designar la forma en que medio planeta habla de la cantera de músicos y orquestas en la que se ha convertido nuestro país. Alguien como Alexis podría sentirse como pez en el agua en el país del Sistema. Si antes decíamos que nuestro fuerte consiste en exportar petróleo, reinas de belleza y peloteros, ahora también podemos decir con orgullo que al mundo le enviamos directores de orquesta de menos de treinta años, filarmónicas capaces de llenar a reventar las mejores salas de Europa y solistas, como Alexis, que sacan de los cementerios a los grandes compositores para hacerles bailar las más bellas composiciones venezolanas con los buenos oficios de un estupendo violín de lutier.

Pero de Venezuela, sin embargo y como admite Alexis, un artista de verdad está obligado a irse. Ésa ha sido su consigna, y por eso, y porque cuando era un adolescente descubrió Francia gracias a una película, Cyrano de Bergerac (1990), decidió que su destino estaba escrito en París. Aquí llegó a mediados de los noventa después de un breve año en Long Island, durante su formación en la neoyorquina y reputada escuela Juilliard. Con una beca del Conac, de 600 dólares mensuales, pudo instalarse en el difícil mundo parisino, obtener finalmente un diploma de tercer ciclo en el conservatorio superior y comenzar, desde entonces, una carrera imparable, de trotamundos, que le ha convertido en una suerte de embajador venezolano de buena voluntad, en un cónsul del arte más sabroso y melodioso de esa Venezuela que se oye en los pentagramas de la selva amazónica, de los picos andinos, de las playas orientales y de las chillonas casitas del centro de Maracaibo, el casco urbano cinematográfico por excelencia con permiso de París y de todas las capitales del mundo.

Por eso Alexis viaja todos los años a Venezuela, cada dos meses o menos. Se queda un par de semanas, “máximo”, respira la luz del sol maracucho, calienta el arco y las manos con la luz de la patria, y regresa de nuevo a Europa para tocar en su orquesta o en los numerosos recitales y conciertos que organiza por su cuenta o acompañado por otros músicos que, como él, buscan reflejar el arte latinoamericano en las entrañas de la cultura occidental.

Él lleva ya 14 años en París, sumados entre la primera y la segunda estancia, que comenzó en 2010. Sus dos hijos, Rodrigo y Danaé, han nacido en París. Alexis adora París. Y su actual esposa, Joeliz, también. “Ella está súper adaptada; es parte del decorado, es como la torre Eiffel”.

No obstante, ese binomio sentimental aprecio-desprecio del que hablaba antes se repite en la forma en que Alexis observa al país de residencia. “Francia es un país en vías de subdesarrollo”, afirma. Creo que esta conclusión procede de una situación agotadora para él. Como todos los extranjeros extracomunitarios (es decir, de una nacionalidad distinta a la de un estado miembro de la Unión Europea), Alexis debe ir todos los años a la prefectura para renovar su permiso de residencia, su “titre de séjour”. Los franceses, dirá él también de camino al ensayo de la orquesta, son decididamente clasistas, aunque mucho menos racistas que los españoles, por citar un ejemplo. Ambos estamos de acuerdo, al final, en decir que la sociedad francesa es mucho más abierta en general con respecto a los extranjeros debido a su historia pasada y reciente como antiguo país colonizador que ha intentado “enmendar” ciertos “errores” pasados.

Francia, sin embargo, le ha dado a Alexis la medalla del Senado, premiando el pasado 31 de mayo de 2012 su labor junto a la de otros grandes como el pintor colombiano Fernando Botero, el tenor franco-mexicano Rolando Villazón y el futbolista brasileño Raí. Una medalla que se suma a una galería de reconocimientos que buscan expresar la gratitud de todos los que alguna vez hemos escuchado el violín prodigioso de Alexis y su música sublime y explosiva a la vez, su chorro de luz de Maracaibo derramado gracias a las cuatro cuerdas de su violín, el arco y sus dedos veloces y para siempre benditos.

Fuga barroca, llanera y multicolor
Para Alexis Cárdenas, el violín es también una brújula. Y sus hijos son su faro más importante. “Cada acto de mi vida se proyecta en el futuro. Quiero que mis hijos se sientan orgullosos de su padre; quiero dejarles algo. El dinero, la fama… Todo eso es secundario”.
En agosto de 2012, el cuarteto Alexis Cárdenas hará una gira por Italia y el sur de Francia. Esta agrupación que lleva su nombre está integrada por el contrabajista Elvis Quintero, el cuatrista Jorge Glem y el percusionista Carlos “Nené” Quintero.
Su trabajo en la orquesta, de 600 horas anuales, le ha permitido organizar una agenda paralela de conciertos y recitales, gracias a contactos y mecenas, en teatros e iglesias de media Europa, todas las Américas y varias destinaciones de Asia. “Sólo me falta tocar en África, Medio Oriente… ah, y también en Australia”. Todo ello es el fruto de su esmerada formación en centros de prestigio y de premios internacionales bien ganados en Suiza, Austria, Mónaco, México.
En nuestro encuentro, Alexis habla, por supuesto, de la música y de los músicos. De Ravel, Debussy. De Beethoven, el más completo en su condición hombre-compositor. De Bach, el que más escucha, el pilar de la música occidental. De Paganini, una suerte de Cristo del violín. El antes y después.
Hay una referencia obligada a Dudamel. “Es un fenómeno, una revolución de la música clásica”. Y hay también una crítica a las formas que por tantos años han asociado este género con la palabra “aburrido”. “El frac, por ejemplo, debe desaparecer”. Por ello, no duda en alabar el Sistema y decir que el mérito de José Antonio Abreu ha consistido, entre otros, por supuesto, en saber llenar el Teresa Carreño con 3.000 niños que disfrutan y adoran la Novena Sinfonía de Beethoven como si estuvieran en la proyección de una película de Pixar. Sin duda, un gran mérito.

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La imagen fue extraída del sitio CódigoVenezuela.com. Este artículo fue publicado, con algunas ediciones, en el diario Panorama (Maracaibo, Venezuela) el 21 de junio de 2012.

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