Aún recuerdo como
si fuera ayer el día en que fui con mi familia a ver E.T. Pronunciábamos el título en inglés, como buenos americanos: “I.TI”. Era el año 1982. Hace
tres décadas. Fue en Maracaibo, claro, en el cine Roxy, nostálgica sala de
proyecciones con telones teatrales y lámparas futuristas. Cómo adoré aquel cine
de mi infancia. Recuerdo que aquel día la cola de gente bajaba las escaleras
del Roxy y bordeaba el centro comercial Villa Inés hasta llegar a la esquina,
casi cerca de Chop’s, la menos inolvidable venta de tequeños. Todo un suceso.
Con E.T. aprendí a descubrir un maestro del
arte universal: el señor Steven Spielberg. El cine de ciencia ficción no volverá
a ser el mismo después de Spielberg. E.T. es la historia de una amistad entre
un niño y un extraterrestre, y es, desde mi punto de vista, el modo que
Spielberg utilizó para decirnos que los seres venidos de otros mundos podían ser
de mejor naturaleza humana que nosotros mismos, valga la contradicción.
E.T.
fue el trampolín de figuras como Drew Barrymore, estupenda actriz sin duda
alguna, y el gran pretexto para componer la música más sublime de John
Williams. Quedará para la historia y para siempre, en mi memoria, el fotograma
de la luna inmensa sobre la que vuelan las siluetas recortadas de Elliot y de
E.T. montados sobre su mágica bicicleta. Si a eso se le añaden los gloriosos violines
de Williams, y una frase: “I’ll be right here”, con un dedo de marciano
encendido sobre el pecho de un niño, pues no queda más remedio que ponerse a llorar,
celebrar la vida y dar gracias por haber vivido en los ochenta, en una época en
que Maracaibo era inocente y las películas te hacían verdaderamente feliz.
*
El fotograma de E.T. que ilustra este artículo fue
sacado del sitio Wallpapers-zone.com.
E.T. fue estrenada en julio de 1982. Según el portal Wikipedia, “el
característico tema de comunicación de Spielberg es asociado en este filme con
lo ideal de la comprensión mutua: él ha sugerido que lo central de la historia
de la amistad alienígena-humana es una analogía de cómo los adversarios del
mundo-real pueden aprender a superar sus diferencias”.
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