martes, 17 de marzo de 2020

Flores en el ático. Día 1



En una época, cuando tenía unos 13 años, solía leer el tipo de novelas que comienzan con frases como éstas:

«Es muy propio el atribuir a la esperanza el color amarillo, como el sol que raras veces veíamos. Y al ponerme a copiar del viejo diario que escribí durante tanto tiempo para estimular la memoria, me viene a la mente un título, como fruto de la inspiración: abre la ventana y ponte al sol. Y, sin embargo, dudo en asignárselo a mi historia, porque pienso que somos algo más que flores en el ático. Flores de papel. Nacidos con tan vivos colores, ajándonos, cada vez más desvaídos, a lo largo de todos esos días interminables, penosos, sombríos, de pesadilla, cuando nos tenía presos la esperanza, y cautivos la codicia».

Cito las primeras líneas de la novela Flores en el ático (1979), de la escritora estadounidense Cleo Virginia Andrews. No se me ocurre mejor forma de imaginarme lo que serán los próximos días en los que la sombra de un virus ha terminado por atraparnos a todos en una ola de compras compulsivas, miradas huidizas, rostros cubiertos con máscaras, manos enguantadas, sin apretones y sobre todo sin el característico saludo con un par de besos, a veces son tres, que bien podría considerarse una institución cultural —de las tantas que tiene Francia—.

Pienso también en aquellos que, lejos de una ficción, tuvieron que encerrarse en cuatro reducidas paredes para sobrevivir. Fue el caso de Ana Frank, célebre por su diario y por el desván en el que vivió con los suyos durante unos tres años, en la Ámsterdam de la ocupación nazi. Sobrevivir para esconderse. Los niños de Flores en el ático fueron escondidos a la fuerza, bajo el engaño. Mejor no cuento el resto de la historia en caso de que a alguien se le ocurra leer el libro, aunque si se me permite un consejo creo que hay literatura de mejor calidad para pasar el tiempo, sobre todo las muchas horas de encierro que nos esperan.

Porque para quienes aún no lo sepan, Francia y buena parte de Europa se han convertido en el centro de una pandemia que nos han importado los chinos (es lo que nos han contado) y que ha cerrado escuelas, universidades, museos, restaurantes, vaciando calles y dejando desiertas las plazas. París sin turistas bien vale no una misa sino una buena visita. Pero me temo que eso no podremos verlo. Los próximos días —se prevé que sean quince— serán de confinamiento estricto. Seremos flores en un ático, pero sin ninguna intención de marchitarnos. De estos días saldremos convertidos en la mejor versión de la mejor versión de lo que hemos sido alguna vez. Leeremos, pensaremos, miraremos la vida de otro modo, desde otra perspectiva. Relativizaremos cada experiencia. Respiraremos sin tanta contaminación —algo bueno tenía que traernos todo esto—, y abriremos una ventana de nuevas oportunidades. Que todo esto buena falta nos hacía.

Hoy, después de comer, miramos un documental muy honrado porque intenta desmontar nada menos que uno de los mitos sagrados de la cultura de consumo: el gigante de los gigantes de la comida rápida, McDonald’s. Me refiero a Super Size Me (2004), de Morgan Spurlock, el realizador que se lanza a la aventura de componer un menú exclusivo de hamburguesas, frituras, helados y yogures calóricos durante 30 días. Al borde del colapso, con un colesterol por las nubes, Spurlock termina su experimento con algo que ya todos sabíamos pero que no está de más que nos recuerden: es mejor comerse una ensalada en casa y pensar que vale la pena conservar nuestra salud en buenas condiciones.

Todo termina y empieza por la salud, que es, finalmente, el bien más preciado, después del tiempo. Con ambos se puede hacer de la vida una sucesión de memorias dignas de recordar.

Por eso nos encerramos y no salimos de casa. Porque queremos vivir, queremos tener tiempo, queremos tener salud. Porque nos queremos y queremos a los que hacen de nuestra vida el mayor tesoro. Esto también nos lo han contado, pero tiene más sentido que el delirio de las pandemias.

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La escritora Cleo Virginia Andrews (1923-1986) en una imagen publicada en el sitio web de la editorial Melville House.

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