jueves, 19 de marzo de 2020

Flores en el ático. Día 4




Hoy Emma y yo salimos por primera vez a la calle. Fuimos a una tienda para comprar un cuaderno con hojas cuadriculadas. Ahora, para salir, tienes que rellenar un formulario en el que certificas, dando tu palabra de honor, que tu salida al mundo libre está plenamente justificada. Vimos a muy poca gente, como era de imaginar. Pero una señora casi nos fulmina con la mirada cuando, caminando por la acera, acortamos las distancias peligrosamente con ella y sin darnos cuenta, la verdad. En la tienda, una fila de personas, casi todos con máscaras de protección y guantes, esperaban su turno para entrar.

No sé si imagine cosas, pero me pareció ver una mirada de angustia en un señor que andaba en patineta. En la tienda a la que fuimos, la gente se miraba con recelo, estresada. El problema no es tanto un virus que anda por ahí sino el hecho de que pueda alojarse en el organismo de mi vecino, de ese anciano que pasea a su perro, de esa mujer que está comparando los precios de los yogures y que de repente se puede poner a toser. Visto desde ese punto de vista, estamos asistiendo a un nuevo orden social, a un terror instaurado por todas las combinaciones posibles de contaminación y contagio de una enfermedad que nos acerca aún más a la idea inexorable de la muerte, a una humanidad en la que todos podemos ser el culpable de algo y el causante de nuevo males. Algo así como que todos dormimos ahora con el enemigo.


Todo esto se parece más a una serie mediocre de Netflix, a una película mala, a una temporada sin pena ni gloria de The Walking Dead, que a la realidad de nuestra cuarta jornada de confinamiento.

 

 

***
La foto es de Benoit Tessier y fue publicada en La Tribune el 27 de enero de 2020.


No hay comentarios:

Publicar un comentario