Pensar en la idea de Bolívar acerca
de la integración americana (fundamentalmente, de la suramericana) es pretender
abarcar uno de los tres grandes ejes en los que se ha movido histórica y
conceptualmente la ética de la integración en el hemisferio. La “utopía
ético-política del pensamiento de Bolívar” estuvo marcada por una visión
impregnada por un “profundo contenido humano”, con “sentido y profundidad
humanas” (Labarca y Morales, 2000), en la que América del Sur, ante el mundo,
era mostrada como “un sistema de instituciones y valores compartidos por los
países de la región, despojados de rezagos culturales”. En la contemporaneidad
de América Latina, el moralismo pragmático neoliberal caracterizó el segundo
eje de la ética de la integración durante las cuatro últimas décadas del siglo
XX, en un proceso que “no prestó importancia a las necesidades elementales de
los sectores sociales más vulnerables, convivió cómodamente con diversos tipos
de autoritarismo y desembocó en mayor pobreza y exclusión para la mayor parte
de la población” (Kliksberg, 2004). El último de estos ejes, el de la ética
intercultural para la integración, “está en pleno desarrollo y alimenta hoy
discusiones y experiencias en ámbitos académicos, políticos, económicos y
educativos, entre otros” (Martín, 2007). Este eje, tal vez el más importante
tanto por su discurso como por su actualidad, “se plantea como ética del
desarrollo humano de los pueblos, a través de la construcción de nuevas formas de
convivencia basadas en el diálogo intercultural”.
La ética es un saber de
posibilidades que nos ayuda a encontrar cuál es la mejor de ellas. Primero, nos
permite buscar la multiplicidad de posibilidades. La ética se logra cuando se
ejecutan todos los instrumentos disponibles para ejecutar la posibilidad
elegida. Esta ética, que bebe de una inspiración esencialmente aristotélica, se
expone como un saber que puede ser aplicado en situaciones reales. Sin embargo,
para crear alternativas necesitamos antes crear “comunicación” (la ética para
la integración será una que es, básicamente, comunicativa). Y los fundamentos
mínimos para establecer comunicación en una comunidad son el respeto a la vida,
el respeto al diálogo y el respeto a la diferencia. Todo proyecto de
integración está basado en torno a un pluralismo que busca conducir a un
concepto de bien común en el que caben las diferencias. La comunicación (poner
algo en común) reconoce las diferencias (emisor-receptor) y admite una
pluralidad (pluriculturalismo) que va más allá del reconocimiento de la
multitud (multiculturalismo).
La política, así, no supone un único
consenso; es un acuerdo de respeto entre consenso y disenso, y un proyecto de
poder al servicio de uno de convivencia. El nuevo tipo de politización obliga a
pensar de un modo importante (distinto) lo público. Es éste, en suma, el único
medio posible para rescatar la convivencia (crear un mundo mejor, reducir las
desigualdades, obtener más interreligiosidad, más interculturalidad). La
maduración de nuestra conciencia humana conduce el eje de la ética
intercultural para la integración a un nuevo modo de pensar la “polis”. En esta
necesidad, la idoneidad de la ética es acuciante. La ética y la educación
constituyen el escenario de la preparación de mentalidades para lograr la
integración. De esta forma, por ejemplo, la verdadera educación promovida en
los niveles populares logrará a su vez una verdadera criticidad en la que será
más difícil la manipulación promovida por los intereses que justifican los
modelos del moralismo pragmático neoliberal.
La ética se enfrenta a tres desafíos
importantes: el primero, la puesta de acuerdo sobre ciertas prioridades (crear
un consenso sobre la prioridad ética de atacar las injusticias, por poner un
caso; un acuerdo sobre prioridades éticas); el segundo, la formulación de
acuerdos sobre cómo abordar esos problemas de un modo continuo y no coyuntural
(darle continuidad al tratamiento); el tercero, la creación de acuerdos para
determinar los valores fundamentales que orienten a la sociedad a una clase
dirigente más preparada.
La educación, más ahora que nunca,
debe ser una representada por los valores humanistas (fraternidad, solidaridad)
alejados de las etiquetas y del ruido. En la modernidad reflexiva o siglo XXI,
ha cambiado el concepto de “macrosujetos”. La maduración de la conciencia
humana nos deja ver como seres humanos reales sin mercados, religiones o
fundamentalismos que piensen por nosotros. En resumen, el ponerse de acuerdo en
las prioridades éticas apunta hacia el concepto de comunidad que busca,
finalmente, la correcta definición del bien común. Y justamente esta idea,
nacida en la Grecia del siglo V a. de C., es la que vivamente debe retomarse en
la Venezuela de hoy.
REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
Martín V. (2007). Ética
intercultural e integración en América Latina, Maracaibo, Universidad del Zulia.
*
La imagen pertenece
al sitio web de Tierra Incógnita, centro cultural latinoamericano establecido
en Ginebra, Suiza.
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