miércoles, 21 de marzo de 2012

América Latina: de la utopía a la ética intercultural para la integración



Pensar en la idea de Bolívar acerca de la integración americana (fundamentalmente, de la suramericana) es pretender abarcar uno de los tres grandes ejes en los que se ha movido histórica y conceptualmente la ética de la integración en el hemisferio. La “utopía ético-política del pensamiento de Bolívar” estuvo marcada por una visión impregnada por un “profundo contenido humano”, con “sentido y profundidad humanas” (Labarca y Morales, 2000), en la que América del Sur, ante el mundo, era mostrada como “un sistema de instituciones y valores compartidos por los países de la región, despojados de rezagos culturales”. En la contemporaneidad de América Latina, el moralismo pragmático neoliberal caracterizó el segundo eje de la ética de la integración durante las cuatro últimas décadas del siglo XX, en un proceso que “no prestó importancia a las necesidades elementales de los sectores sociales más vulnerables, convivió cómodamente con diversos tipos de autoritarismo y desembocó en mayor pobreza y exclusión para la mayor parte de la población” (Kliksberg, 2004). El último de estos ejes, el de la ética intercultural para la integración, “está en pleno desarrollo y alimenta hoy discusiones y experiencias en ámbitos académicos, políticos, económicos y educativos, entre otros” (Martín, 2007). Este eje, tal vez el más importante tanto por su discurso como por su actualidad, “se plantea como ética del desarrollo humano de los pueblos, a través de la construcción de nuevas formas de convivencia basadas en el diálogo intercultural”.

La ética es un saber de posibilidades que nos ayuda a encontrar cuál es la mejor de ellas. Primero, nos permite buscar la multiplicidad de posibilidades. La ética se logra cuando se ejecutan todos los instrumentos disponibles para ejecutar la posibilidad elegida. Esta ética, que bebe de una inspiración esencialmente aristotélica, se expone como un saber que puede ser aplicado en situaciones reales. Sin embargo, para crear alternativas necesitamos antes crear “comunicación” (la ética para la integración será una que es, básicamente, comunicativa). Y los fundamentos mínimos para establecer comunicación en una comunidad son el respeto a la vida, el respeto al diálogo y el respeto a la diferencia. Todo proyecto de integración está basado en torno a un pluralismo que busca conducir a un concepto de bien común en el que caben las diferencias. La comunicación (poner algo en común) reconoce las diferencias (emisor-receptor) y admite una pluralidad (pluriculturalismo) que va más allá del reconocimiento de la multitud (multiculturalismo).

La política, así, no supone un único consenso; es un acuerdo de respeto entre consenso y disenso, y un proyecto de poder al servicio de uno de convivencia. El nuevo tipo de politización obliga a pensar de un modo importante (distinto) lo público. Es éste, en suma, el único medio posible para rescatar la convivencia (crear un mundo mejor, reducir las desigualdades, obtener más interreligiosidad, más interculturalidad). La maduración de nuestra conciencia humana conduce el eje de la ética intercultural para la integración a un nuevo modo de pensar la “polis”. En esta necesidad, la idoneidad de la ética es acuciante. La ética y la educación constituyen el escenario de la preparación de mentalidades para lograr la integración. De esta forma, por ejemplo, la verdadera educación promovida en los niveles populares logrará a su vez una verdadera criticidad en la que será más difícil la manipulación promovida por los intereses que justifican los modelos del moralismo pragmático neoliberal.

La ética se enfrenta a tres desafíos importantes: el primero, la puesta de acuerdo sobre ciertas prioridades (crear un consenso sobre la prioridad ética de atacar las injusticias, por poner un caso; un acuerdo sobre prioridades éticas); el segundo, la formulación de acuerdos sobre cómo abordar esos problemas de un modo continuo y no coyuntural (darle continuidad al tratamiento); el tercero, la creación de acuerdos para determinar los valores fundamentales que orienten a la sociedad a una clase dirigente más preparada.

La educación, más ahora que nunca, debe ser una representada por los valores humanistas (fraternidad, solidaridad) alejados de las etiquetas y del ruido. En la modernidad reflexiva o siglo XXI, ha cambiado el concepto de “macrosujetos”. La maduración de la conciencia humana nos deja ver como seres humanos reales sin mercados, religiones o fundamentalismos que piensen por nosotros. En resumen, el ponerse de acuerdo en las prioridades éticas apunta hacia el concepto de comunidad que busca, finalmente, la correcta definición del bien común. Y justamente esta idea, nacida en la Grecia del siglo V a. de C., es la que vivamente debe retomarse en la Venezuela de hoy.

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA
Martín V. (2007). Ética intercultural e integración en América Latina, Maracaibo, Universidad del Zulia.

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La imagen pertenece al sitio web de Tierra Incógnita, centro cultural latinoamericano establecido en Ginebra, Suiza.
 

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