sábado, 17 de marzo de 2012

El monstruoso fantasma de la inseguridad



La hija del cónsul de Chile en Maracaibo perdió la vida en un presunto tiroteo causado por la misma policía. Su padre, el diplomático Fernando Berendique, ha resumido la esencia de la tragedia: “La inseguridad está matando a los venezolanos”.

La versión de la muerte de Karen Berendique, de 19 años, indica que la noche del viernes 16 de marzo de 2012, a las 11.30, la joven iba en un vehículo con su hermano y un primo. Al parecer, no se detuvieron en una alcabala “instalada por el CICPC, al norte de Maracaibo, cerca del barrio Teotiste Gallegos”, según informa El Universal.com. La respuesta no se hizo esperar. Una balacera acabó irremediablemente con una joven como cualquier otra, con sueños tal vez de estudiar, de tener algún día un hogar o de ir al cine el próximo fin de semana.

El caso, como de costumbre, es confuso. Panorama.com anuncia que doce funcionarios policiales ya han sido detenidos. Sin embargo, el sentimiento de impotencia se mezcla como siempre con el de la indignación; todos sentimos lo mismo: no hay justicia capaz de remediar el desastre. Sólo impunidad.

Hemos crecido en una sociedad que se está devorando a sí misma. Hablamos siempre de Chávez o de la omnipresente política, pero olvidamos que la descomposición moral de Venezuela lleva décadas instalada como un cáncer en el país.

Viví en Caracas, considerada hoy y con razón una de las ciudades más peligrosas del mundo, durante poco más de un año. En ese lapso relativamente breve, me robaron el teléfono móvil pistola en mano en Plaza Venezuela y meses antes me arrebataron todas mis maletas en frente de mi casa mientras me preparaba para un viaje. 

En el primer caso, tuve que hacer frente a dos ladrones de poca monta (“choros”, en el argot venezolano) subidos en una moto ligera, en franelilla, ocultos tras unos lentes de sol. En la segunda experiencia, dos individuos bien vestidos, en un último modelo, también con los inevitables lentes de sol (aunque era de noche) se detuvieron para despojarme del equipaje. Todavía recuerdo sus palabras: “Se van de viaje; deben tener dinero”.

De niño, recuerdo historias de familia. A un primo le robaron las gomas (zapatos deportivos) en la calle. Un amigo de mi hermano murió asesinado por un ladrón. Mi madre puede postularse como campeona segura en el “arte” (es un decir) de ser atracada. En por lo menos tres o cuatro ocasiones le robaron un carro, y con suerte siempre pudo recuperarlo.

La inseguridad trae consigo el miedo y la desconfianza. Uno de mis hermanos tenía la costumbre de verificar hasta dos y tres veces casi cada ventana y puerta de nuestra casa antes de ir a la cama. Antes pensaba que exageraba; ahora sé que actuaba con sobrado sentido común. En nuestro vecindario, una familia vecina fue atracada en una o dos ocasiones de la peor manera posible: los amordazaron y maniataron, mientras los captores introducían en su carro todas las pertenencias que podían robar (televisores, joyas, pare usted de contar).

El cónsul chileno y su familia llevan 30 años en Venezuela. Son venezolanos como cualquier otro. El diplomático ha pedido al Gobierno que se ocupe del problema. Lo dice en medio del dolor que sólo conoce un padre cuando pierde un hijo. Ya se ha dicho antes lo mismo; cien, mil veces. Nada pasa.

El sitio web del Ministerio francés de Asuntos Exteriores publica una lista de todo lo que un ciudadano francés debe tener presente si desea venir a Venezuela. En la larga lista, se leen consejos como evitar caminar solo de noche y preferir, en Caracas, utilizar sólo los taxis con matrícula amarilla. El mensaje es tan claro que debe desalentar a cualquier turista a conocer las bellezas naturales de nuestro país. “Venezuela”, dice la diplomacia francesa, “forma parte de los países con mayor tasa de criminalidad en el mundo”. Y cita la cifra de 20.000 homicidios solamente en 2010.

Vemos los telediarios y creemos que la guerra está en Irak, en Afganistán, en África. Pero la guerra la hemos vivido resignados durante años. Una suerte de guerra civil explicada por algunos por el flagelo del narcotráfico, las mafias organizadas, la guerrilla, la corrupción de la policía. Maracaibo es una versión de un western caribeño. Caracas puede ser el infierno. La ley del más fuerte, del mejor armado, es la que vale. Ya es costumbre ver ajustes de cuentas en restaurantes y lugares públicos.

La pesadilla de la inseguridad no conoce ideologías políticas ni creencias religiosas ni estratos sociales. Si existe algo que afecta a todos en Venezuela, es justamente la tragedia de creer que tu vida tiene el precio de un par de zapatos, de un carro, de una cadena de oro falso.

Esta noche me iré a dormir pensando en mi país. Pensaré en la paz de mi patria, que va a llegar algún día (soy irremediablemente optimista). Trataré de pensar en los que han muerto en nuestras propias guerras, y desearé que haya consuelo para todos, para el cónsul chileno, para nuestras madres y padres, para nuestros hermanos y amigos. Y buscaré fuerzas para conjurar en la noche de París un remedio y una solución capaces de destruir para siempre la sombra del triste y monstruoso fantasma de la inseguridad.

*

En la imagen, una representación de la inseguridad realizada por el ilustrador venezolano Walter Sorg.

1 comentario:

  1. ¡¡Triste realidad la que estamos viviendo!! Escuché del asesinato de esta joven, esta tarde cuando fui a la barbería... Me sorprendió escuchar el testimonio del mismo cónsul chileno, decir como una comisión del CICPC había matado a su hija...
    Yo diría que esto no es un fantasma, es un monstruo TANGIBLE con terrible cara, con una fuerza increíble, siendo (creo yo) la evitación el mecanismo que tenemos para protegernos de él (o ella, la inseguridad); sin embargo, las otroras medidas de "no llegar tarde a casa" o "no entrar a las zonas rojas", ya no están aplicando en estos momentos.

    ¿Cómo puede haber un remedio para esto? No lo sé... mientras tanto, nos queda es protegernos y estar alerta. Lo lamentable es que al incrementarse la ansiedad persecutoria se generan una serie de desajustes que afectan nuestras habilidades socio-adaptativas, así como, nuestra estabilidad emocional... La inseguridad no es solo un asunto social o político, también psicológico, porque al estar alterada la salud mental de los ciudadanos... ¿cómo puede una sociedad funcionar adecuadamente?

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