Una de estas noches soñé con la tía Ada. Era un sueño en blanco y negro;
estábamos en París. Creo que debió haber sido en la época en la que ella vivió
en el 40 Bis de la avenida Suffren, a pocos metros de la torre Eiffel, a
finales de los sesenta. Quizá fueron los tres mejores meses de toda su vida. En
el sueño, se veía feliz, risueña, hermosa; con la piel traslúcida y un lunar
negro en la mejilla derecha, pícaro, hollywoodiense. Me dijo: «Vamos a pasear
un poco; la pasaremos muy bien».
Yo iba a su lado en
un sedán que debía ser negro por fuera, con asientos altos y mullidos. Ella conducía.
París desfilaba por nuestras ventanas como un carrusel mudo, dejando sólo
resonar el tintineo de los cafés y el reflejo de los faroles en las aceras. Era
como si la lluvia lo hubiera desteñido todo. Blanco y negro. Creo que paseábamos
y reíamos, pero me desperté con la idea de que aquél había sido un sueño
triste, un viaje sin retorno en el tiempo al París de la tía Ada.
*
Notre
Dame Noir et Blanc, pose longue. Foto de Serge
Ramelli, 2011.
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