Mohamed Mera ha sido el hombre más buscado en Francia
esta semana. O lo fue hasta ayer, cuando murió durante el asalto de su
apartamento en Toulouse a manos de la policía francesa. De 24 años, antiguo
mecánico en un garaje y desempleado, lucía muy delgado en las imágenes difundidas
por la televisión. Su amplia sonrisa dejaba ver unos dientes grandes. Con el
pelo muy corto, llevaba una estudiada expresión de fanático. Nadie
como él podía tener el rostro del verdadero culpable.
Mohamed, o el “asesino de Toulouse” (según la prensa), desencadenó
presuntamente una serie de crímenes en el sur de Francia este mes. En el
primero, el domingo 11 de marzo, “el jefe militar del primer regimiento de
paracaidista Imad Ibn Ziaten, de 30 años, fue tiroteado junto a su moto Suzuki
650”, según informa El País. El hecho
ocurrió en Toulouse. En el segundo crimen, en Moutauban, el jueves 15 de marzo,
“tres soldados, también miembros del regimiento de paracaidistas, fueron alcanzados
por los disparos de un sujeto montado en una motocicleta cuando se disponían a
sacar dinero de un cajero automático. Abel Chennouf, de 26 años, y Mohamed
Legouard, de 24, perdieron la vida. El tercero sufrió heridas de gravedad”. En
ambos incidentes, todas las víctimas eran de origen magrebí.
En el tercer crimen, ocurrido el pasado lunes 19 de
marzo, tres niños y un adulto de una escuela judía de Toulouse murieron en un tiroteo.
La sombra de Mohamed, vínculo conector de todas las muertes, pudo ser
identificada por la policía francesa en cuestión de horas tras rastrear
millones de llamadas y correos electrónicos. Un flamante Sarkozy, presidente de
la República y candidato favorito de las elecciones de octubre, demostró ser
capaz de gestionar “con temple la crisis en plena campaña electoral”. Las citas
entre comillas son siempre de Miguel Mora, el corresponsal en París de El País, un periódico español que
siempre he respetado por su seriedad y por estar tan bien hecho y tan bien
escrito, aunque a veces no comparta el criterio o la forma en que se publican
algunas informaciones.
Y éste es un ejemplo. De Mohamed, la prensa internacional
ha dicho que estaba en la lista negra de vuelos del FBI. Que fue detenido por Afganistán
en 2010 y visitó Asia Central dos veces, buscando contactar con Al Qaeda. Se
dice que antes de morir a manos de las fuerzas especiales, se resistió con su
Colt 45 en la mano. En cuestión de días, Francia se las ha visto con un nuevo
monstruo, un enemigo público número uno que ha sido liquidado con acierto y
rapidez.
Mientras, la comunidad judía de Francia ha guardado el
luto que corresponde. La comunidad musulmana, que es inmensa, guarda el
silencio. Un asesino de origen árabe declara antes de morir, a la televisión y
a los agentes de la RAID (las fuerzas de élite de la policía francesa), que ha
cometido sus crímenes “para vengar la muerte de niños palestinos en Gaza y
protestar contra las acciones de Francia en Afganistán y la prohibición del
velo integral en los lugares públicos en su país”.
Leo todo esto y me da un no sé qué. No puedo aceptar o
justificar las muertes cometidas por alguien que piense que cualquier medio
justifica los fines de un supuesto mundo mejor o más justo. Pero tampoco estoy
de acuerdo con este tipo de informaciones porque muestran que es más fácil fabricar
y acabar con nuestros propios asesinos cuando el problema es de otra índole. Los
seres humanos cada vez nos soportamos menos. La clave está en la intolerancia.
Y el precio que debemos pagar por ello es carísimo, y ha ocasionado muertes de niños
palestinos, de familias judías, de soldados estadounidenses, de amas de casa iraquíes,
de obreros afganos, de periodistas europeos, y sí, también, de estudiantes
venezolanos, de taxistas maracuchos y de buhoneros caraqueños.
Y llego hasta mi pueblo porque antes decía que el
problema de la inseguridad en Venezuela es parte de nuestra propia guerra civil.
Nos estamos matando a nosotros mismos como pueblo por un par de zapatos, por
una tarjeta de débito, por un color, una ideología política. Entre el choro y
el talibán, el árabe y el israelí, el negro y el blanco, un abismo, una zanja
inmensa se abre para separarnos en un universo que crea dioses propios y
diversos, concepciones únicas del mundo, seguridades vanas que dicen que “este
pedazo de tierra es mío” o que “aquel pozo de petróleo es para nosotros”.
Como somos intolerantes, intentamos hacer valer una única
postura. Sólo vale una opinión: la nuestra. “El mundo es más cómodo sólo con lo
que yo pienso”. Mientras, se siguen organizando guerras en nombre de los
derechos, de la libertad, del privilegio de fabricar uranio, del placer
infinito del petróleo. Aviones se estrellan contra rascacielos; comunidades
enteras son arrasadas; las víctimas son siempre las mismas. Las víctimas somos
todos.
Nadie gana y todos perdemos en los acertijos oscuros de
la intolerancia. Hoy es Mohamed, ayer fue Bin Laden, siempre será Al Qaeda. Los
occidentales debemos defender nuestros valores y vamos irremediablemente a la
guerra, como Mambrú, el de la canción para los niños. Nos defendemos atacando,
sin preguntar.
Yo espero el día en el que no habrá más guerras, en el
que los países no tendrán fronteras, en el que todos cabremos bajo el mismo
cielo azul de la primavera más bonita que he visto en París.
*
La imagen, tradicional símbolo hippie, se titula Peace and Love. Fue extraída del portal
Wikipedia.org. Autor desconocido.
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