El proyecto de forjar una ciudadanía cosmopolita puede convertir al
conjunto de los seres humanos en una comunidad (Cortina, 1999:252). Así,
con este ideal en el horizonte de las ideas humanas y de su estudio, nace en la
sociedad una supuesta necesidad, tal vez no del todo vista como tal, de crear
lazos comunes, de difuminar las fronteras; de reconocer, por ejemplo, los
derechos a los refugiados, denunciar los crímenes contra la humanidad y hacer
más viva que nunca la urgencia de establecer un Derecho Internacional. Todo
ello, según Cortina, debe constituir una exigencia soportada por las bases
cosmopolitas de un plan de educación. En este sentido, la educación puede verse
(según los tratados de Kant de Pedagogía) como una condición no del
presente sino de una situación de futuro, que habla de un posible mundo mejor. En
el marco de esta discusión sobre educación, según Cortina (1999:255), para ser
hoy un buen ciudadano de cualquier comunidad política es preciso satisfacer la
exigencia ética de tener por referentes a los ciudadanos del mundo.
No obstante, cuando se habla de cosmopolitismo enseguida se piensa en el
multiculturalismo, factor éste que, en la realidad, ha supuesto más obstáculos
que beneficios cuando se habla de una ciudadanía política. Y esto ocurre
precisamente cuando una cultura dominante relega u omite en la indiferencia a
otras que se consideran “de segunda”. ¿Cómo, por ejemplo, puede considerarse
una ciudadana del mundo una mujer africana, enferma de sida, que languidece en
su olvidada choza de algún remoto rincón del continente negro mientras en otro
rincón del planeta otra de su mismo género va y se zambulle en la opulencia de
los escaparates de la moda y el consumismo? El debate del multiculturalismo
exige respeto entre las comunidades políticas, un respeto que comienza en el
reconocimiento mutuo de las diferencias y en su valoración; un respeto que es
también diálogo y entendimiento. Entre los Estados, debe existir un mínimo de
justicia, partir de lo que ya es común entre ellos (credos religiosos,
diferentes culturas) y, así, construir el camino de esa paz duradera, soñada,
según Cortina, desde mucho antes que nacieran los proyectos ilustrados de paz.
Justamente en el entendimiento, el respeto y el diálogo es donde reposan
las claves de una posible salida al contexto venezolano, tan pluricultural y
plurilingüista desde su origen, y tan renuente a reconocer su carácter pluricultural
(Quintero, 2006) precisamente por los prejuicios etnocéntricos usados por una
cultura llamada superior (la blanca criolla, la mantuana de la Colonia) que no
reconoce los valores aportados por el negro o indígena. Sin embargo, al estar
orientadas por la ética intercultural, ésta permite crear un tejido de valores
en el cual el aprecio a la dignidad humana, el respeto del otro étnico y
cultural, puesto de manifiesto en el esfuerzo para ampliar el propio horizonte
cultural, para lograr apreciar la diversidad cultural, estén presentes y
propicien la creación de mediaciones discursivas, orientadas por fines
compartidos que permitan el diálogo intercultural (Quintero, 2006:259). El
cosmopolitismo venezolano es sólo posible con el diálogo intercultural y la
mediación de un discurso de respeto y reconocimiento. De hacer, en suma,
comunidad.
Referencias
bibliográficas
CORTINA, A.
(1999) Ciudadanos del mundo. Hacia una teoría de la ciudadanía. Madrid:
Alianza Editorial, primera reimpresión
QUINTERO,
M. (2006) “Un tejido de valores para el diálogo intercultural en Venezuela” en
SUÁREZ N. (editora-compiladora) Diálogos culturales: historia, educación,
lenguas, religión, interculturalidad. Mérida, Consejo de Desarrollo
Científico y Humanístico, Archivo Arquidiocesano de Mérida, Grupo de
Investigación y Estudios Culturales de América Latina.
*
Foto de Jean-Pierre Bertin-Maghit, sacada del blog de Pierre Assouline, La république des livres, publicado por LeMonde.fr.
No hay comentarios:
Publicar un comentario